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Ya veo. Gracias por la confianza, Theresa. Por si te sirve de algo, te diré que no me ha aburrido tu historia. En ningún momento. Y me ha resultado verdaderamente instructiva. Te estoy agradecido.

Sabes que no buscaba instruirte, precisamente.

Lo sé.

¿Y?

Y… Vuelve a ser muy tarde.

Tengo reloj.

Mañana, a medianoche.

¿Qué pasará, mañana a medianoche?

Algo. Buenas noches, Theresa.

27 de noviembre

Por qué un inquisidor

No era la primera vez que le revelaba a otra persona las intimidades que le había contado al Inquisidor. Pero nunca antes las había expuesto así, todas juntas. A nadie le había mostrado la secuencia completa, el hilo continuo que permitía recorrer entero el cómo y el porqué de mi educación sentimental, lo que equivale a decir un aspecto esencial de mi vida y mi carácter. Después de mi confesión, y tras su repentina despedida (según acostumbraba) y su misterioso anuncio para el día siguiente (algo inédito en él), experimenté una sensación de vértigo. Que no me resultó desagradable, dicho sea de paso. Sentía que había hecho lo que en ese momento debía hacer, conforme a la primera obligación que incumbe a cualquier criatura viviente: obrar conforme a la propia naturaleza.

Yo no podía dejar de aventurarme, de apostar, de tentarle en el más amplio sentido de la palabra. Porque así lo dictaba la inquietud de mi espíritu, y porque percibía que a él le empujaba a atender mi llamada, por más que se resistiera, el resto de inquietud que quedaba en el suyo. Y si había por ahí alguien que velase para que las personas obtuvieran aquello que merecían, pensé que no podía dejar que mi esfuerzo de esa noche resultase baldío. Me había ganado en buena ley lo que pretendía, que no era ni más ni menos que lo que yo le había entregado. El Inquisidor me había dicho que debía convencerle de compartir conmigo lo que no compartía con nadie. Eso era justamente lo que yo había hecho con él, y estaba contenta de haber dado semejante paso. Porque tenía la impresión (quizá absurda, dada la relación que existía entre nosotros) de haber confiado mis honduras a una de las pocas personas a quienes habría podido desvelarlas. Y porque, recapitulando la historia para él, yo misma había visto mi propia trayectoria con una claridad hasta entonces desconocida. Incluso lograba atisbar en ella lo que tantas veces me había atormentado ser incapaz de atribuirle: una especie de simetría, una suerte de justicia. O dicho de otra manera: algún sentido.

No ignoraba el influjo que en esta imagen mejorada de mí misma ejercía la sugestión de su presencia, por muy virtual que fuera, y la perspectiva de su persistencia futura, por limitada e incierta que se presentase. Eso me hacía a la vez desear y temer su reaparición. Pero podían más las ganas, y cuando la siguiente medianoche (hora de mis islas, toda una deferencia) entró en línea, no pude impedir que una sonrisa cruzara de parte a parte el ancho de mi rostro.

Hola, Theresa.

Hola, Inquisidor.

¿Cómo estás esta noche?

Bien. Muy bien. ¿Y tú?

Bien. Me alegra verte.

No podía faltar a la cita.

Claro que podías. Y nadie te lo habría reprochado.

Te equivocas. Yo me lo habría reprochado.

Está bien, entonces.

Eso mismo creo yo.

He pensado mucho en ti, a lo largo del día.

También yo.

¿También has pensado mucho en ti? Ten cuidado, que entregarte a ese vicio puede producir daños irreparables.

No, idiota. En ti.

Vale, me lo merezco, ha sido un chiste estúpido. Disculpa. Supongo que es por culpa de los nervios.

¿Estás nervioso?

Un poco. Soy consciente de lo que está en juego.

¿Eso pretende ser otro chiste?

Claro que no. Esta noche soy yo quien te ha emplazado. Y lo he hecho sabiendo que he contraído contigo una deuda, y que tú vas a acudir con expectativas que no te dejarán conformarte con cualquier cosa. A eso añádele que hay algunos reparos que no pueden dejar de pesar sobre mi ánimo. Y estarás de acuerdo conmigo en que tengo bastantes probabilidades de no estar a la altura de las circunstancias.

Sabrás estar, si quieres. No me cabe duda.

Te agradezco la confianza, Theresa. Sobre todo eso, la confianza. Por la que me has tenido (y por la que has tenido en ti misma, también) estoy aquí hoy. Al final, acertaste, en las tres cosas que me vaticinaste ayer. No dudo de que tu historia sea verdadera, hasta donde lo pueda ser aquello que guardamos en la memoria. Y ya te reconocí que habías logrado interesarme. Ahora te admito, aunque ya lo habrás adivinado, que lo hiciste hasta el punto de querer corresponderte.

Me conmueve leer eso, Inquisidor.

De todos modos, me gustaría hacer una aclaración. Si me siento en la obligación de ser algo menos impenetrable de lo que he sido hasta aquí, no es por lo que me contaste, exactamente. Sino por cómo lo hiciste. Y sobre todo, por una frase que tal vez escribiste sin pensar, pero que para mí resulta definitiva. Una especie de prueba de algo.

Ya sabes que no puedo dejar de preguntarte qué frase fue ésa. Y qué es lo que prueba, para ti.

Lo sé. Y no voy a decírtelo todavía. Pero te lo diré.

Eres incorregible. Cómo te gusta escurrirte, ¿eh?

No, no me gusta. Y no me escurro. Lo pospongo al momento en que puedas entenderlo mejor. Tampoco creas que sé muy bien todavía lo que voy a contarte. Esto no entraba en mis planes.

La vida es eso, lo que no entra en tus planes. ¿Quién lo dijo?

John Lennon. Eso o algo parecido. Pero lo suyo era hacer canciones, no sé yo si lo contrataría como filósofo.

Siempre tan escéptico… Está bien, Inquisidor. Me hago cargo de tus dificultades. Y no creas que no sé valorar que te tomes la molestia de tratar de sobreponerte a ellas por mí.

Si me la tomo, es porque no es del todo una molestia. Empezaré por lo más fácil, de todos modos. Una de las cosas que querías saber es por qué elegí contar la historia de un caso de la Inquisición, y a través del inquisidor. Como para casi todo, hay razones generales y particulares, y las primeras son las que cuesta menos explicar. Sobre todo cuando quien te escucha es una buena conocedora de la materia.

Ex buena conocedora. Me queda sólo un vago recuerdo de lo que un dia supe. Así que no des nada por sobreentendido.

No seas modesta. He podido comprobar que sabes de la Inquisición lo bastante como para estar a salvo de los tópicos al uso, sobre todo entre los anglosajones. A mí siempre me pareció fascinante el Santo Oficio por muchos motivos, pero sobre todo por uno. ¿Lo adivinas?

Sorpréndeme.

Por el fin con que se fundó: preservar la pureza de la fe. O dicho con las palabras de entonces: combatir la herética pravedad. *Esa etérea misión lo convertíaen un tribunal de lo más extravagante. En muchos casos, no se trataba tanto de juzgar lo que los acusados habían hecho como la creencia que los movía. Y salvo reincidencia o delitos excepcionales, para escapar a la hoguera bastaba con retractarse; eso sí, en tiempo y forma. En los primeros años de la Inquisición en España, el inquisidor llegaba a los pueblos donde se tenía noticia de que había arraigado la herejía y daba un plazo para que aquellos que la hubieran alimentado se presentaran para abjurar de ella. El que así lo hacía, recibía las amonestaciones correspondientes y quedaba libre. El que no habiendo acudido era descubierto después, estaba perdido.

Un sistema de investigación bastante perverso, ¿no crees?

Sin duda. Y un buen método para imponer el terror y el control de las conciencias. Pero tal vez tuviera otro propósito en la mente del que lo ingenió: quizá creyó honradamente que así daba una oportunidad al pecador arrepentido, conforme al espíritu del Evangelio. El caso es que la Inquisición española, cuando uno estudia su historia, es una paradoja continua. Trataba de defender las esencias de la fe y para ello desarrolló un procedimiento enrevesado y farragoso; podía resultar de una crueldad atroz con quien simplemente creía de corazón algo que se consideraba contrario al dogma, y sin embargo no dejaba de ofrecer el perdón al hereje más pernicioso si se doblegaba a tiempo.

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* En castellano en el original. (N. del e./t.)

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