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Eso es lo que viene a decir el inquisidor de tu novela, ¿no? Que él no castiga a nadie, tan sólo busca hacerle ver su error y darle una oportunidad de enmendarse para salvar su alma. Aunque en sus labios parece un alarde de cinismo.

Sí. El mismo cinismo que ahora encontramos en la idea de la relajación al brazo secular, *aquello de entregar los condenados a la autoridad civil para que se encargara de ejecutarlos. La Inquisición no se manchaba las manos. Dejaba el trabajo sucio a la justicia del rey. Pero los inquisidores tan sólo eran coherentes con las leyes que regulaban su actividad. En España, fueron los reyes, los inolvidables Isabel y Fernando, quienes pidieron al Papa la bula para organizar el Santo Oficio como una institución bajo su autoridad. Para ellos, extirpar la herejía era una razón de estado. Por eso el Consejo de la Suprema Inquisición era uno más de los consejos reales, un órgano de la administración al servicio del monarca. Era lógico que sus verdugos se encargaran de liquidar a los herejes que según los inquisidores no podían dejar de ser nocivos para la salud espiritual del reino.

Pero el ejecutor material aquí es lo de menos. Lo que cuenta es quién señalaba a la víctima. Y de poco les valió ante la Historia ese truco para eludir la responsabilidad. Al final, la Inquisición ha quedado como ejemplo de tribunal inhumano.

Bueno, todo hay que juzgarlo en el contexto. Es verdad que el secretismo del procedimiento o el sistema de denuncia anónima reducían al mínimo las garantías del acusado, que se encontraba de pronto procesado y en prisión sin saber por qué ni por culpa de quién. Por no recordar lo que para muchos es la mayor infamia de la Inquisición: el uso de la tortura. Pero también hay que decir que las condiciones de vida en las cárceles secretas de la Inquisición eran bastante mejores que en las prisiones del rey, e infinitamente mejores que en las galeras, donde las posibilidades de supervivencia eran mínimas. Y en cuanto a la tortura, la justicia civil de la época también se servía de ella, sólo que sin sujetarse a la escrupulosa reglamentación que a la hora de dar tormento debían tener en cuenta los inquisidores. En el Directorium de Eymeric hay varios artículos dedicados al asunto: todos son restrictivos, justamente para evitar la arbitrariedad a la hora de aplicar el castigo físico, y más bien ordenan usarlo con moderación.

Poco consuelo debía de ser ése, para el torturado.

En fin, claro que estamos hablando de un sistema siniestro, pero también de una Europa siniestra. Y no deja de ser curioso que quienes más alimentaron la visión terrorífica de la Inquisición española fueran los herederos de quienes inventaron la Inquisición y la usaron frenéticamente, en tiempos en que en España apenas existía. De aquellos que decretaron expulsiones y persecuciones de judíos mucho antes de 1492, y que sirvieron de modelo e inspiración a la judeofobia española. O de aquellos que, después de romper con el Papa, propiciaron matanzas masivas en nombre de su nueva religión, sin garantía ni juicio alguno, masacrando ciudades enteras y aceptando la muerte de inocentes sobre la premisa de que, si eran justos, les estaban haciendo el favor de enviarlos anticipadamente a presencia de Dios…

Vale, ya lo he entendido. Por si sirve de algo, es cierto que soy formalmente súbdita de cierta reina, pero yo soy agnóstica, y mi familia se divide a partes iguales entre protestantes y católicos. Supongo que has oído hablar de María Estuardo…

Reina de Escocia…

Y católica. La verdad, me deja asombrada esta defensa tuya del Santo Oficio. Denota un sentimiento patriótico que no te sospechaba. Y, como supongo que no ignoras, en este punto estás bastante cerca de lo que dice Menéndez Pelayo, que hasta aquí habría jurado que no era tu pensador de referencia…

Capto tu sarcasmo, Theresa. Pero las cosas son como son, beneficien a quien beneficien y las diga quien las diga. Y al revés: lo que no es, no es, por muy simpático que pueda resultarnos el que lo sostenga.

Lo que es, lo que no es… Muy seguro estás, respecto de hechos que ocurrieron hace siglos. ¿No te has parado a pensar que todo aquello que no has vivido lo sabes de segunda mano, en el mejor de los casos? ¿No te preguntas nunca hasta qué punto quien te lo cuenta no quiso convencerte (o convencerse) de algo que no necesariamente es compatible con la realidad?

Justamente eso tengo presente. No defiendo a los inquisidores. Conozco bien los atropellos que cometieron en nombre de la fe. Y sé cuánto se esforzaron en parecer mejores de lo que eran y en hacer que otros parecieran peores. Pero lo mismo puede decirse de sus enemigos, que terminaron escribiendo su historia. Y hasta de sus víctimas.

¿De sus víctimas? ¿A qué te refieres?

Bueno, es un hecho. Hay una historia algo incómoda, que nadie cuenta mucho, supongo que para que no lo malinterpreten: la de la relación de los judíos con la Inquisición española. A comienzos del siglo XV hubo conversiones masivas de judíos españoles, para escapar a ciertas restricciones de derechos establecidas por los reyes en su perjuicio. Muchas de estas conversiones, como es lógico, eran insinceras, y no buscaban más que eludir las limitaciones legales que profesar el judaísmo traía consigo. Precisamente la abundancia de estos falsos conversos impulsó el desarrollo tardío de la Inquisición española, en el siglo XV, cuando ya retrocedía en otros países de Europa (entre otras razones, porque allí la limpieza de judíos ya estaba consumada).

Hasta aquí me lo sabía. ¿Adónde vas a parar?

Paciencia. El hecho es que entonces, a mediados del siglo XV, ser judío en los reinos cristianos de España no era ilegal, no se los perseguía ni se los expulsaba, como en otros reinos cristianos europeos. Tan sólo se veían sometidos a una reducción de sus derechos civiles, odiosa, claro está, pero que no les impedía llevar adelante sus negocios ni practicar su culto. Por el contrario, aquellos judíos que habiéndose bautizado continuaban en secreto con la religión de sus antepasados eran formalmente herejes, y como tales perseguibles por la Inquisición, bajo cuya jurisdicción habían caído a raíz del bautismo…

Una situación bastante particular, desde luego.

Lo tremendo fue lo que se siguió de ella. ¿Quiénes fueron los principales testigos de cargo contra los conversos en esos años?

Pues no sé. ¿Quiénes?

Los propios judíos. Ellos sabían mejor que nadie quiénes eran los conversos que seguían con su antiguo culto. A veces, simplemente porque los veían en la sinagoga. Y los denunciaban a la Inquisición. Por traidores, pero también porque seguían disfrutando de derechos que ellos, como judíos convencidos y consecuentes, habían aceptado perder.

En fin. Suena creíble. Por feo que resulte.

Es la condición humana. Y está documentado. Como está documentado lo que pasó luego, a partir de 1492, cuando por fin se decretó la expulsión. ¿Quiénes fueron los que denunciaron a los judíos que desobedecieron el decreto de expulsión y permanecieron escondidos?

Imagino la respuesta.

Exacto: los herederos de aquellos conversos denunciados en su día por los judíos que ahora pasaban a ser proscritos y a los que podían arrojara las fauces del mismo tribunal al que habían servido como delatores. De donde se deduce la triste conclusión de que los judíos colaboraron eficazmente con el Santo Oficio en su propia represión.

Bueno, no deja de ser una visión algo dura.

¿En qué?

Dadas las circunstancias…

No hay ninguna excusa, Theresa. No es como la colaboración por el miedo que se dio en otras persecuciones. En el Holocausto nazi, por ejemplo, donde la gente cooperaba para salvar el pellejo. Antes de 1492 los judíos no tenían nada que temer si no denunciaban a sus hermanos clandestinos. Lo hicieron, los entregaron al enemigo, para que no gozaran de lo que ellos no tenían, quién sabe si incluso para hacer méritos ante los mismos cristianos que los discriminaban. Y después de 1492, el móvil de los conversos fue la venganza pura y dura.

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* En castellano en el original. (N. del e./t.)

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