Литмир - Электронная Библиотека

Así visto… Pero no entiendo adónde quieres llegar.

Sí, perdona, me he ido un poco por las ramas. Las historias complejas son así, se bifurcan a cada paso. A lo que voy es a eso mismo, a la complejidad de todo el asunto. Lo cierto es que la Inquisición española fue un tribunal muy peculiar, y su papel histórico no puede reducirse al de un mero guardián de la ortodoxia de la fe. Puede que así fuera en un principio, entre otras cosas porque el dogma del catolicismo español del siglo XV estaba lleno de fisuras, como correspondía a un territorio fronterizo con los infieles. Por ejemplo, una buena parte de la población creía que el sexo entre solteros no era pecado. Incluso hay un pintoresco informe, de un enviado episcopal en Galicia, que dice que lo mismo creían casi todos los sacerdotes de la diócesis…

Sí, eso me chocaba mucho, al principio de mis estudios. La libertad de costumbres entre la gente, en un país que para mí, como británica, era el ejemplo de la moral católica.

Y qué puedes esperar, con un clima tan benigno. Pero en fin, el caso es que, más que la expresión de un fanatismo religioso, el Santo Oficio fue un instrumento de los reyes españoles para desactivar a una serie de minorías que amenazaban la cohesión del reino. Judíos, moriscos, protestantes… En teoría se les perseguía por sus creencias, pero en la práctica lo que todos ellos representaban era una desviación respecto de la férrea unidad política que la Corona española había forjado en torno a la religión católica. Y algunos, por ejemplo entre los moriscos, actuaban incluso como infiltrados de potencias enemigas. Lo malo no era que rezaran a Alá, sino que espiaran para los turcos.

Pues hay un especialista británico en la Inquisición española que no opina como tú. Perdona, pero tuve que leer su libro…

Imagino a quién te refieres.

Henry Kamen. Él niega que los reyes españoles manejaran la Inquisición a su antojo.

Pero yo no he dicho eso. Digo que los intereses políticos del reino influyeron en su establecimiento, y que no dejó de prestarles un gran servicio. Luego es cierto que la Inquisición empezó a acumular poder, por efecto del terror, por su red de espías y colaboradores y, dicho sea de paso, por su popularidad entre la población, que tanto la temía como festejaba sus mayores atrocidades. Los autos de fe eran espectáculos multitudinarios, a los que acudían miles de entusiastas.

Lo sé. He visto grabados.

Todo eso acabó creando un monstruo con vida propia, que pervivió más allá de lo concebible. Ésa es la vergüenza mayor de la Inquisición española, frente a las de otros lugares. No su crueldad o el número de víctimas, que fueron muchas menos, en cuatro siglos, de las que causaron en alguna matanza singular los protestantes alemanes. Sino su permanencia como sistema de vigilancia, hostigamiento y eliminación del librepensamiento hasta bien entrado el siglo XIX.

Ahí estamos de acuerdo. En su día, estudié las cifras. No son tan altas, comparándolas con las de otras inquisiciones. Recuerdo que la portuguesa fue especialmente sanguinaria. Y eso que actuaba sobre una población mucho más reducida.

Por algo la familia de Spinoza se fue a Amsterdam…

Es verdad, nunca había relacionado las dos cosas.

Ya ves, sin querer, ahí la Inquisición hizo un buen servicio al progreso de la filosofía. En Holanda, aquel hombre pudo escribir sobre su Dios impersonal sin que nadie le molestara. Bueno, más o menos.

Eso iba a decirte, tenía entendido que intentaron matarlo.

Un exaltado, eso no cuenta.

Oye, ¿puedo hacerte una pregunta un poco impertinente?

Si crees que debes…

¿De qué estamos hablando, exactamente? Yo creía que ibas a contarme algo de ti, pero después de obsequiarme con un tratado sobre la Inquisición en España, terminamos con Spinoza. No digo que no sea un filósofo sugerente, ni que todo lo anterior carezca de interés, de hecho de toda esta conversación deduzco que tenemos mucho en común, pero empieza a darme la sensación de que me estás entreteniendo…

¿Esa sensación te da?

Hasta cierto punto, sí.

Perdona. No era mi intención. Al menos, no mi intención consciente.

¿Entonces?

Lo que trataba de explicarte era lo que me llamaba la atención de la Inquisición española. Por encima de todo, sus contradicciones. Eso es lo que hace para mí atractiva la figura del inquisidor.

Podría decirte que sentirse atraído por la figura del inquisidor es un síntoma preocupante. Pero ya sabes que lo he compartido hasta el extremo de empezar una tesis doctoral.

Lo sé. Y por eso aquí sí voy a dar mucho por sobreentendido. Los dos hemos leído a Caro Baroja. El perfil del inquisidor español, si te fijas, es un reflejo de esas contradicciones de la institución a la que sirve. Por eso se trata de gente de origen más bien humilde, juristas de formación que buscan en el oficio eclesiástico la oportunidad que por falta de influencias no tienen en los tribunales civiles. Ellos son los mejores servidores de una maquinaria en la que la finura teológica importa mucho menos que la eficacia para neutralizar a los disidentes. La Inquisición los hace poderosos, y ellos aportan a la Inquisición la frialdad y el rigor que necesita para aplastar a los descarriados.

Por un momento, me suenas como uno de esos historiadores protestantes empeñados en denigrarlos…

Por un momento sólo… Porque esos hombres también llevan al Santo Oficio la necesidad de reunir pruebas, sujetarse a un procedimiento, fundamentar las sentencias. Es lo que durante años les inculcaron en la universidad. No pueden ser abiertamente arbitrarios.

Bueno, siempre cabe falsificar las actas de los interrogatorios, como dice Teresa que hacia el inquisidor Serrano.

Claro. Allí donde hay jueces, hay prevaricación. Pero no puede ser que todos fueran prevaricadores. La prueba es que hubo muchas condenas, pero también bastantes absoluciones. Y muchos a quienes, probado el delito, se les dio la oportunidad de rectificar. Fíjate que aquellos jueces eran al mismo tiempo ministros de una religión que predica el perdón de los pecados. No podían ser héroes, porque la función que habían elegido desempeñarse lo impedía, pero tampoco les resultaba nada fácil comportarse como perfectos canallas. En ese momento final y solitario del hombre ante su conciencia, aún quedaba en ellos un resquicio para la piedad. Para que después de todo prevaleciera su fe.

Amén…

Casi puedo escuchar la risita burlona, Theresa. Pero tú eres inteligente, y has investigado, y lo sabes como yo. Sabes que reducir a los seres humanos a un estereotipo es una simpleza. Sabes que aquellos hombres, aunque estuvieran al servicio de un engendro nefasto, no eran demonios, sino individuos capaces del bien y del mal, como cualquiera. Y si tienes en cuenta que muchos de ellos tenían más alma de funcionarios que de iluminados, imagina cómo afrontarían la disyuntiva de mandar o no a la hoguera a alguien. Seguro que no siempre era tan automático como supone su leyenda negra. Piensa en nuestra Teresa, o en el imprudente fray Francisco. Vivieron para contarlo.

Si. Pese a la encarnizada acusación…

Eso los hace interesantes, a los inquisidores. No podían ser de una pieza. Casi nadie lo es, pero de ellos nos han dado siempre otra imagen. Por eso me pareció estimulante meterme dentro de uno.

Perdóname, pero mientras te leo no puedo evitar pensar en el Diego Serrano de tu novela. Un tipo bastante implacable. Y un poco sádico, si se me permite opinar.

Pero tiene sus principios. No se permite cualquier cosa. Reconoce sus bajos impulsos, que brotan de su alma de pecador, y siguiéndolos apura sus atribuciones al límite, pero nunca va más allá de ellas.

Entiendo. Creo.

Eso es lo que distingue a los inquisidores de tantos otros exterminadores que registra la Historia. Su obsesión por el derecho, por cumplir las normas, por elaborar un discurso que justificase por qué había que acabar con alguien en nombre de Jesucristo, el mismo que murió en la cruz para redimir a todos los hombres. Nada menos.

24
{"b":"105122","o":1}