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En ese momento en París eran las 11.30, en Moscú las 13.30, en Pekín las 18.30 y en Washington las 6.30. El Presidente de los Estados Unidos, que tenía los párpados muy hinchados y sentía la cara de un tamaño doble del habitual, como le sucedía siempre por las mañanas, la nariz y las mejillas que le colgaban, lo que en sus propias palabras se traducía "más arriba y más allá del punto de gravedad", se estaba poniendo los pantalones.

– Me pregunto qué diría el pueblo norteamericano si supiera que, en este momento de la historia ("la hora decisiva", como creo que le llaman), toda la energía de su Presidente está dirigida a una sola finalidad: a no encender un cigarrillo porque el médico le ha prohibido fumar.

Russel Elcott, asistente personal del Presidente, y el general Franker -este último más conocido como el "Pentágono portátil"- sonrieron; Elcott más o menos espontáneamente, y el general Franker pensando que, dadas las circunstancias, la sonrisa era la única contribución que el ejército de Estados Unidos podía brindar a la historia.

El Presidente se subió el cierre relámpago.

Acababa de hacerse cargo de la presidencia, y su problema esencial consistía en poder conservar su verdadera personalidad. Después de muchas décadas -desde el milagro de Harry Trumán- la filosofía imperante era que "el cargo hace al hombre" Dado el escaso tiempo que llevaba en el poder, empezaba a ver las cosas en forma diferente.

Era cierto que el cargo hace al Presidente, pero durante el proceso, el hombre muchas veces se pierde. Y el resultado era el peligro que significa para el pueblo el hecho de tener un presidente que, gradualmente, se iba transformando en alguien diferente de la persona que se ha votado.

– Continúe, Ken, estoy escuchando.

El profesor Skarbinski le había resumido en siete minutos el debate de último momento que había durado cinco horas, y la conclusión unánime a la que había llegado la comisión consultiva científica. Incluso así, sabía que necesitaba más tiempo. El profesor Kaplan, su colega del MIT, lo observaba nerviosamente como expresando un "por el amor de Cristo, apúrese", y se sentía poco respetuoso, por estar reprendiendo mentalmente al Presidente de los Estados Unidos. La cama en desorden, el pijama las medias, la falta de decoro no contribuían a ayudar en nada. El hombre más poderoso del mundo había sido una opción de último momento de la transacción que la convención había efectuado. Durante casi todo el transcurso de la campaña fue el segundo candidato. La elección de este granjero de Nebraska se debió, como lo dijera un editorial, a su falta de carisma y de lo que se llama grandeza. Era como si la gente se hubiese votado a sí misma. El único rasgo sobresaliente de la desdibujada y muy vivida cara del hombre era una expresión atenta de "yo a usted lo conozco", que contenía un humorismo mayor que el que correspondía a una persona que cargaba tan enorme peso de responsabilidad sobre los hombros. Tenía un tipo de norteamericano que se remontaba hasta los días de Will Rogers.

El profesor Skarbinski era un hombre bajo, canoso, y tenía una cara que, por el brillo intenso de la expresión, llamaba de inmediato la atención como la más notable en cualquier grupo donde se encontrara, aunque los rasgos en sí mismos eran de una indiferencia que rayaba en lo banal.

De súbito se dio cuenta de que había dejado de hablar.

La lluvia continuaba cayendo afuera.

El dormitorio estaba alfombrado y reinaba el apacible sosiego de una casa de campo moderadamente próspera. El pijama estaba en el suelo, junto a las chinelas. El Presidente, todavía sin zapatos, se prendía los tiradores. "Democracia norteamericana", estaba pensando Skarbinski, que era europeo de nacimiento.

– No tenemos mucha libertad de opción, ¿o sí? -preguntó el Presidente.

Skarbinski abrió la boca para decir "No señor", pero se detuvo justo a tiempo. El Presidente se había hecho la pregunta a sí mismo. Y ninguno de los presentes en el dormitorio tenía la suficiente autoridad como para aconsejar sobre un tema que tenía consecuencias de gran magnitud.

– Bueno, Kennedy se metió en Vietnam -afirmó el Presidente-. Supongo que fue así como empezó todo. O, más bien, como siguió. Nunca creí que elegirían a Kennedy. Tenía demasiado… demasiado de todo: inteligencia, físico, dinero, éxito. A la gente eso no le gusta. Además, cuando la nación ha elegido a un presidente, siempre se ha identificado a sí misma con la imagen de un padre. Con Jack Kennedy, por primera vez en la historia, el pueblo norteamericano se identificó a sí mismo con la imagen de un hijo…

Se quedó pensativo mirando el suelo. "El hombre está asombrado aún por el cargo", pensaba Skarbinski e, incluso en esta hora crucial, sus pensamientos todavía se dirigen a su propio rango más que al asunto crucial que tiene entre manos…"

– Señor, están esperando -le dijo Elcott en voz baja. Hacía más de media hora que los representantes del Congreso estaban en la Casa Blanca, y sabía que el soliloquio del Presidente tendía a no hacer caso de la hora.

– Que esperen. Los quiero nerviosos, bien asustados y receptivos. No faltará el consabido dolor de cabeza que nos proporcionará Bolland, aunque nos sobrepondremos…

Miró al general Franker.

– Bueno Phill, ¿cómo se siente uno cuando se encuentra repentinamente del lado de los rusos?

La cara del general denotó preocupación. "Así que se trata de esto" pensó. Ya ha tomado la decisión". Consiguió sonreír.

– Los rusos harán la parte sucia del trabajo -dijo el Presidente-. Sin embargo no creo que resulten favorecidos. Sucede que los villanos son los chinos, solamente porque llegaron primeros. Y nosotros, ¿qué tal andamos, profesor?

– Los chinos están arriesgándose terriblemente, señor. Nosotros trabajamos más lentamente, porque rehusamos dar el salto a lo desconocido. La tragedia de Merchantown…

– Sí, ya sé -dijo el Presidente-. Tenemos que dejar que los rusos hagan lo suyo. Es mejor que tener que hacerlo nosotros mismos. Un Vietnam es suficiente. Además, más adelante esto puede darnos la oportunidad para llegar a alguna clase de arreglo con los chinos. Al convertirse los rusos en traidores, los chinos estarán obligados a empezar a conversar con nosotros. Dos pájaros de un solo tiro y ni siquiera seremos nosotros los que tiramos… Bien puede significar un punto sin retorno del odio de los chinos hacia los rusos, lo que conduciría a abrir un nuevo camino de entendimiento entre nosotros y Pekín…

El profesor Skarbinski tuvo la desagradable sensación de que: a) no tenía por qué estar escuchando los pensamientos del Presidente, b) el Presidente de los Estados Unidos esperaba alguna palabra de aprobación… Sintió que la frente se le llenaba de gotas de sudor.

Ahora la cara del Presidente reflejaba las últimas etapas de una lucha interna profunda y desgarradora.

– Dios mío, me doy por vencido -exclamó.

Se inclinó sobre la mesita que tenía delante, tomó un cigarrillo y lo encendió.

– Señores, acaban de ver al Presidente norteamericano derrotado. Muy bien, ahora vamos.

Los miembros del Congreso habían discutido con el Presidente muchas veces asuntos de vital importancia para la nación. Sabían que, a menudo, habían sido citados no porque se necesitase su opinión, sino solamente para dar comunicado de prensa. La noticia de que "el Presidente discutiría el asunto con los miembros del Congreso" servía, a los ojos del mundo, para darle énfasis a la gravedad de una situación. Y la opinión que expresaban durante esas "consultas" era a menudo secundaria, para no decir mínima. La mayoría de las veces era una maniobra política. Se presentaba una decisión que estaba por encima de los acercamientos partidarios, de los intereses del partido, y de esa manera se servía a los intereses del partido. De antemano siempre se les entregaba un resumen, o por lo menos se les daba algún indicio sobre el problema entre manos, para que estuviesen al corriente del asunto y la competencia no entrase en juego. Pero esta vez no había tenido lugar ninguna advertencia, ninguna explicación, solamente una lacónica convocatoria telefónica y muchos de ellos habían sido despertados a medianoche, mientras se encontraban durmiendo, y habían tenido que trasladarse a Washington en aviones militares.

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