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A lo largo de la ruta todavía no había soldados. Los albaneses se atenían a los términos que habían aceptado. Admirado, Starr seguía mirando a Enver Hoxha: gracias a Dios por el culto personal.

Starr deseaba saber cómo Occidente y los rusos se harían cargo de la "opinión pública mundial". Pero por supuesto ni Albania ni China dirían una sola palabra, pues hubiesen tenido que decir demasiado. La liberación de la exhalación y la tentativa de desintegración eran cosas que no querrían dar a publicidad. Habían mantenido a los pueblos beatíficamente ignorantes de la nueva y terminante manera de capturar para siempre la energía de las vidas, así como de la misma existencia de los "réditos inmortales". Un paso hacia adelante tan gigantesco, en el camino de la energía y de la productividad, requeriría condicionar las ideologías y la psicología, o "indoctrinados", como decían, en una escala sin paralelo. El hecho de que la conducción política y científica había cometido un terrible error de cálculos, tenía poca probabilidad de figurar en la nueva edición del Libro Rojo de Mao.

Bueno, las cosas estaban mejorando; había habido una leve sacudida en el proceso de la destrucción del mundo.

– Apuesto a que los chinos se limitarán a ser prudentes ahora -estaba diciendo Caulec-. Saben que esto puede significar el final de la carrera por el poder supremo y una tentativa de una especie de nuevo entendimiento. Ahora tienen que saber que no hay manera de ganar el equilibro del poder. Tendrán que retroceder hacia la paz.

A ambos lados de la ruta, los blancos obeliscos del sistema energético les hacían compañía. Pero habían perdido el brillo fosforescente y parecían pilares de un plástico cualquiera.

– La electricidad, eh, -murmuró Starr-. Mayor, su ignorancia debe implicar una especie de orgullo. Si empiezan a bombearla otra vez, les llevará dos años. Para entonces, creo que los científicos habrán logrado una antiexhalación o algo parecido. Pero todos saben lo que desencadenaría un disparo nuclear, y por lo tanto ahora hay una nueva esperanza.

Había águilas en el cielo, y en la ebriedad de la victoria, aceptaron alegremente esta compañía.

– Águilas -observó Starr. Stanko miró hacia arriba.

– Buitres -replicó.

– Me pregunto qué le habrá pasado al encantador muchacho albanés -comentó Little pensativo.

– Estará sentado en alguna taberna, comiendo ajo -aclaró Caulec.

– No -dijo Stanko-. Se fue a decirles la verdad a los habitantes del valle. Debe estar en algún lugar allí abajo, recorriendo los pueblos y diciendo la verdad. Conozco a los albaneses. Son muy valientes. Tienen una exhalación muy buena y muy fuerte. La mejor. Mucho coraje, mucha libertad… Montañeses, sabe.

Escucharon una ráfaga de ametralladora a la distancia. El camino se enredaba en la montaña cada vez más arriba y ahora estaban en el borde occidental del valle, sobre el pueblo de Berz. Una práctica de tiro, pensó Starr esperanzado.

– No es una práctica de tiro -dijo Grigoroff enfurecido, como si le hubiese leído los pensamientos.

– Muy bien, entonces una práctica de matanza, -comentó Starr-. Una especie de vietnamización local albanesa.

Ahora se oía el eco de alguna ametralladora a través de las montañas en un constante redoble de airadas explosiones. Little detuvo el camión.

El pueblo de Berz estaba justo debajo de ellos. Era el último pueblo del valle.

Little alzó los gemelos.

– Jesucristo -dijo con calma-. El muchacho albanés cumplió su palabra. Los habitantes del valle estaban tratando de escaparse de los exhaladores.

Trataban de guardar la distancia de cincuenta metros de las bocas inhaladoras del sistema de energía.

Empezamos otra vez, pensó Starr cerrando los ojos. El gheto de Varsovia se levantaba. Katyn. Babi Yar. Budapest. Gradour. Lidice. Praga. Yan Palach. El aliento humano, el "rédito" humano contra el sistema de energía. Los cristianos, los judíos, los armenios, los negros… Última menudencia: el aliento humano. El muro de Berlín y los chiquillos tratando de escapar, tratando de cruzar los pocos metros que los separan de la libertad… y conseguir sólo la muerte.

– Es una distancia corta -se oyó decir a sí mismo con voz seca y entrecortada-. Nada más que cincuenta metros. Luego podrán morir libres.

Miró a Enver Hoxha. Le pareció que la estatua estalinista había recuperado un poco de vida. Sus ojos se revolvieron ligeramente y estaban llenos de odio.

– No es verdad -manifestó-. Propaganda occidental. Provocadores imperialistas que se hacen matar. Mentiras. Calumnias. Las últimas gotas de veneno de los lacayos capitalistas.

Las ráfagas de ametralladora habían aminorado; los estallidos eran más aislados.

– ¿Por qué? ¿Por qué los están matando? -se lamentó el profesor Kaplan.

– Acaba de oírlo, -respondió Starr-. Propaganda occidental. No quieren que la propaganda se extienda y matan a sus portadores. Todo albanés que ha presenciado la liberación, es un elemento potencialmente peligroso, subversivo, reaccionario…

– Mi Dios… -susurró Kaplan.

– Es también propaganda occidental -le informó Starr.

– ¿Significa que los matarán a todos?

– ¡Propaganda occidental! -aulló Enver Hoxha.

– Bueno, no, no lo creo -comentó Caulec-. A los que sigan hablando sobre la verdadera naturaleza del sistema de energía y sobre el exha liberada, simplemente los encerrarán en instituciones para enfermos mentales, de la misma manera que lo hacen en Rusia Soviética.

– ¡Es un comentario antisoviético del tipo de Solzhenitsyn! -rugió Grigoroff-. ¡Protesto!

– No estoy dispuesto a tolerar esta clase de conversaciones entre los que integran el equipo -les previno Little-. Mayor Grigoroff, le pido disculpas por los insultos del coronel Starr. Es evidente que todavía sigue bajo la influencia del efecto secundario cultural de la energía… La U.R.S.S. es un jardín de libertad floreciente…

– Amante -corrigió Starr.

– Perdóneme, la U.R.S.S. es un país amante de la libertad. También lo es U.S.A. Así lo son todos los malditos países aquí representados bajo mis órdenes. Si China y Albania estuvieran de nuestro lado, también serían países amantes de la libertad. Mientras yo esté en el mando no admitiré otra cosa que malditos países amantes de la libertad. Profesor Mathieu, ¿se encuentra bien?

– Sí -dijo Mathieu sorprendido-. ¿Por qué?

– Porque podemos necesitarlo -respondió Little-. Tal vez hayamos cometido un error. Tal vez después de todo deberíamos haber permitido la desintegración. Como oficial y como caballero, no creo que merezcamos nada mejor.

Ahora el valle estaba en silencio.

Little puso en marcha el camión.

39

Sólo les quedaban tres kilómetros por recorrer. A ambos lados las montañas habían retrocedido y la carretera corría derecho entre el desierto rocoso de la llanura de Kinjal. Las únicas señales de civilización eran los peces y últimos exhaladores que administraban la energía a los puestos militares de avanzada y a las granjas de la zona. Pero aquí también se había cortado la energía y los relevadores vacíos tenían la pátina grisácea de la materia muerta. Toda la planicie parecía un vasto lecho de río que se ha secado y que está cubierto por rocas.

Al frente del camión blindado Caulec, Stanko y los dos rusos rodeaban a Enver Hoxha. Cuatro ametralladoras apuntaban de todos lados al rehén. El Stalin de Albania era ahora el único lazo con la supervivencia. "En un intento de verosimilitud -escribió Starr en el informe-, el grupo estaba sobre dramatizando un poco, pero no había duda de que nuestro destino durante los momentos cruciales dependía enteramente de la filosofía personal del mariscal Enver Hoxha, respecto de tan insondables problemas como son la vida y la muerte… Habíamos subestimado tanto al hombre como al carácter nacional albanés".

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