Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Con gusto informaré al presidente Mao que el gran proyecto del Ejército está saliendo bien y que apunta a un glorioso futuro para el pueblo de China -aclaró.

13

Toupoff la estaba esperando en el Café de laMairie en la plaza San Sulpicio. El ruso parecía un vendedor de una tienda pornográfica del Times Square. Una cara que era enteramente grasa y que tenía unos cuantos rasgos hundidos.

– Siento haberme retrasado, señor Toupoff.

El agente se tocó el sombrero, sonrió y le contestó con una expresión poética del siglo diecinueve:

– Esperarla a usted, señorita Devon, es la mitad del placer.

Cuando decía un cumplido tenía el hábito de erguirse en la silla, y su sonrisa de pimpollo -una piedra que cae dentro de un lago de aceite- extendía rayos dorados y ondas a través de su gorda cara.

– ¿Algo nuevo?

– Pienso que sí.

Le entregó la cinta magnética que Starr había grabado y que contenía los Crímenes de Stalin de Brodski.

– Entonces por qué…

– El coronel Starr está convencido de que en la transcripción hay algunos apuntes, alguna clave, señor Toupoff. Si no, ¿por qué Mathieu se hubiese molestado en grabarlo?

– ¿Está segura de que no es otra broma antisoviética del coronel Starr?

– Pensamos que a usted le interesaría, lo mismo que a nosotros.

Envuelto en un grueso abrigo negro, Toupoff permanecía sentado allí y parpadeaba pesaroso.

– Señorita Devon, la última vez fue la Biblia, y durante semanas tuvimos que escuchar la grabación del Antiguo Testamento…

May se mordió los labios. El plan era la venganza personal de Jack Starr por tener que cooperar con KGB.

– Allí no encontramos nada. Literatura muy pasada de moda…

– Bueno, vuelvan a revisarla.

– …y ahora, tendremos que sentarnos a escuchar la grabación de los Crímenes de Stalin. No hubo ningún crimen. Solamente errores.

– Discútalo con el coronel Starr.

Cuando lo dejó, el ruso seguía parpadeando, como un globo a medio desinflar que emitía señales. Mathieu la estaba esperando en el auto. Siempre que volvía a verlo se sentía conmovida, aunque fuese después de una breve separación, un día o unas pocas horas. Mientras lo esperaba en casa, y por fin sonaba el timbre, siempre se producía una aceleración del pulso, una mirada furtiva al espejo y una sonrisa de complacencia consigo misma, el reconocimiento de su infantilismo. En amor no había ningún afianzamiento, ninguna domesticación de la pasión, ningún modo de domar al corazón. ¿Fue William Blake quien escribió que el amor era "lo conocido de lo desconocido"? -Rimbaud -aclaró. Lo miró.

– No es Blake, es Rimbaud.

– Por favor, Marc, no leas mis pensamientos, me asusta. -Me llamaste al laboratorio para pedirme que comprobara la cita, y aquí está. Rimbaud.

Notó que conducía otro automóvil, un Citroen azul obscuro. Le iba a preguntar qué le había pasado al buen y fiel Mini cuando de repente, sin ninguna razón, la envolvió una ola de tristeza insoportable, una angustia, un terror sordo, y la evidencia de que no procedía de su interior; llegaba desde afuera, un agonizante y, sin embargo, silencioso grito de socorro.

– ¡Detén el auto, bastardo. ¡Deténlo!

– Escucha, bendita paranoica…

– ¡Déjame salir!

May apretó violentamente el pie izquierdo contra el freno desencadenando una reacción colectiva de choques y bocinazos; se arrojó hacia afuera, mientras un coro de insultos en la más auténtica expresión de la Francia moderna, alcanzaba alrededor de ella nuevas cimas culturales, a través de palabras groseras como salope, connasse y pute, evidenciando así, más auténticamente que el viejo Montaigne, el genio contemporáneo de la nación. Mathieu se asomaba fuera del auto.

– De todos los retrógrados, reaccionarios…

– ¡No pienso sentarme en un auto impulsado por esa clase de caballos de fuerza!

– ¡Cállate, tragedia norteamericana!

De la multitud surgió un policía de cara roja que pitaba.

– ¡Circulez!

– ¡Métase usted en el auto y circule usted mismo, monsieur Vagent! -gritó May-. Lo llevará directo al infierno.

Tuvieron que pasar por un "test" alcohólico en la comisaría. Se fue sola a su casa, hizo las valijas, luego se sentó junto a la puerta a esperar que Mathieu regresara. Así le daba una oportunidad de suplicarle que no lo abandonara. Lo hizo tan bien que May se dejó convencer.

14

La tormenta estalló al día siguiente. A un especialista de California se le encargó que elaborara, en el mayor secreto, un esquema para iniciar una campaña psicológica de relaciones públicas; se daba por sentado que tarde o temprano la nueva energía saldría de la faz experimental y sería puesta en práctica en beneficio del pueblo norteamericano. En otras palabras, el problema era cómo vendérsela al hombre de la calle. El especialista había recibido varias copias del papel y una de los expertos de la compañía. Sus tendencias neuróticas habían, en alguna forma, pasado inadvertidas, pero ahora estaba profundamente conmovido por lo que llamaba "una degradación extrema de nuestro espíritu y una última bancarrota de la civilización occidental", por lo que dejó que se filtraran dos copias a la prensa. Durante la semana siguiente, los diarios de todo el país no hablaban más que de la amenaza de "última contaminación" Afortunadamente, el experto en cuestión cayó en un estado de total colapso mental y los papeles fueron descartados como la lucubración de una mente enferma y delirante. Una fuente muy alta, pero que no puede mencionarse, declaró que el indecente era "típico de nuestros eunucos intelectuales y un infructuoso aporte de los 'snobs' entregados a fantasías neuróticas."

En medio de este frenesí el nombre de Mathieu había figurado varias veces, por lo que estuvo obligado a presentar una declaración en la que decía que, ciertamente, todo no era nada más que una metáfora y, por lo tanto, se la podía descartar como pura literatura. Luego entró en otro escape de alcoholismo. May tuvo que cuidarlo después que resurgió del bienaventurado estado de ausencia, mientras yacía en la cama escuchando lo que Marc llamaba "el escape cultural de la exhalación": es decir discos de Mozart, y de Robert Arley leyendo poemas de William Blake. Después retornó a su trabajo, pero los problemas se sumaban. El Círculo Erasmo, en el afán por concretar los descubrimientos teóricos, antes de haber alcanzado un completo control técnico, se había apresurado demasiado. Tratándose de esta clase de elemento, era inevitable una cierta cantidad de contaminación, aunque los efectos secundarios seguían siendo angustiosos para los nervios. En el laboratorio siempre escuchaban música y experimentaban delirios artísticos. Una mañana, al entrar en el taller de trabajo, Mathieu se encontró de pronto cara a cara con la Madonna de Bellini, que debía estar en la Academia de Venecia. Las alucinaciones aumentaban con el exceso de trabajo, lo mismo que el cansancio que provenía del estímulo intelectual. En el laboratorio se producían sesiones a horas avanzadas, cuando, de pronto, el pizarrón resplandecía con los frescos del Giotto. Valenti se quejaba de que lo perseguían varias resurrecciones, salpicaduras de color, música, visiones de Florencia y de Venecia. Los efectos secundarios no tenían nada que ver con la calidad de la exhalación envasada, es decir, con los antecedentes culturales del donante. Parecía haber algún lazo, un elemento básico de identidad, entre la más humilde exhalación -la de un obrero senegalés analfabeto- y la de las máximas expresiones del arte y la cultura. Producía el efecto de que tendía hacia una unidad esencial, no sin cierto parecido con el subconsciente colectivo de Jung, como si cada unidad individual tuviese su origen en la totalidad de los océanos. El aspecto más peligroso del trabajo era la imposibilidad de medir la exhalación, de poder traducir su potencial exactamente en términos de fuerza, o de descomponerla en subunidades, para poder aplicarla a mínimas necesidades específicas.

18
{"b":"100884","o":1}