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Pei miraba a un muchacho que encabezaba la fila, y que sostenía el envase sobre las rodillas. Sus ojos miraban la luz verde sobre el calibrador. Pei vio que la luz verde se desvanecía y, poco a poco, se enrojecía. El exhalador estaba alimentado.

Nuevamente pensó en Lan.

Del bolsillo extrajo un pañuelo y se enjugó, la frente. El muchacho continuó mirando la luz roja; luego se levantó de la silla y empezó a alejarse.

Parecía tener una cierta dificultad para caminar.

– ¡Oh, estará bien! -aseguró el doctor Han Tse-. Algunos de estos chicos todavía tienen a su alcance literatura occidental, y ocasionalmente experimentan alguna reacción de decadencia burguesa. Probablemente también escuchen música occidental.

Subieron hasta los pabellones de los enfermos.

– Todavía no hemos instalado ascensores. Por supuesto, haremos que el hospital se sustente por sí mismo. No se desperdiciará ni un átomo de energía. Creo, camarada general, que mucho depende del informe que usted haga. Me doy cuenta completamente de que no es solamente una cuestión técnica. Que está involucrada una decisión básica ideológica. Aunque soy reacio a admitirlo, el experimento tiene un aspecto técnico que es un tanto perturbador. Este nuevo adelanto hace que los trabajadores chinos sean más vulnerables a la propaganda de Occidente.

Pei ya no escuchaba. Habían entrado en una de las salas y caminaban entre dos filas de camas.

– Ésta es la sala de psiquiatría, ¿no es verdad?

El doctor Han Tse estaba profundamente molesto.

– No, -dijo disgustado-. No, solamente los casos que ya se consideran incurables.

– Noto que se les ha dicho.

– Tuvimos que decírselo. Es la base de todo el experimento. Queríamos estudiar las reacciones.

Pei, de pie, en el centro de la sala, trataba de no mirar y de no escuchar. Era más de lo que podía soportar. Tenía que valerse de toda su voluntad para no apretarse las orejas. Jamás en toda su vida había escuchado nada igual. Muchas veces había caminado por los campamentos de emergencia de las líneas de combate escuchando las voces de los soldados heridos que yacían en el barro antes de que llegaran las camillas y que se les administrara una inyección. Pero, esto era completamente diferente. No había palabras para describirlo, porque ahora era tal el aceleramiento del progreso que todas las palabras pertenecían al pasado. Se recorría una gama que iba desde la risa de un imbécil hasta los gemidos y ladridos de hombres transformados en perros. Ni siquiera empezaba a transmitir el lamento de los seres humanos enfrentados aun terror mucho más grande que todo lo que la vida puede ofrecer.

– Tuvimos que decirles -musitó el doctor Han Tse-. No había otra forma…

– ¿Dónde está el teléfono?

– Afuera, en el vestíbulo…

Pei hizo un movimiento hacia la puerta; en seguida se detuvo.

– Detendremos el experimento inmediatamente -dijo rápido-. En este mismo instante. ¿Me escucha? Quiero que todos los envases de la sala de espera se apaguen ahora mismo y que todos los acumuladores exteriores sean desconectados. ¡Corra, hombre, corra! Tomo toda la responsabilidad. Estoy aquí bajo órdenes especiales del presidente Mao Tse-tung. Suspenda, me escucha, suspenda todo ya mismo. Deberá anunciarlo sin dilación por el alto parlante. Quiero que al instante se anuncie a todos los enfermos aquí presentes que por orden del Comité Central del Partido Comunista… no, por orden personal de Mao Tse-tung,… no serán utilizados. Repito, no serán utilizados. Quiero que esta orden se cumpla en el acto.

Corrió hasta el pasillo y se apoderó del teléfono. Le llevó apenas unos minutos conseguir con Pekín; luego pasó la señal que indicaba que tenía la suficiente autoridad como para hablar personalmente con Mao Tse-tung.

El general Pei tuvo que esperar más de veinte minutos, lo que le dio tiempo para recobrarse. También le dio tiempo para pensar con mayor mesura y rigor y para efectuar una autocrítica de sí mismo.

Los científicos ya lo habían prevenido sobre los efectos traumáticos de lo que se conocía como el "escape" de exha: la histeria, el desequilibrio emocional, el sentimentalismo, todo lo cual tendía a causar engaños típicamente burgueses, pseudo humanitarios, individualistas y espirituales. Su propia reacción ante lo que había presenciado en el hospital demostraba cuan fácil era ser presa de todos los escombros podridos de la cultura "idealista" burguesa. El otro factor evidente era la preponderancia que tenía en su mente el amor que sentía por Lan, antepuesto a las consideraciones esenciales marxista-leninistas. La idea de que su exhalación sería usada para alimentar el sistema energético que trabajaba eternamente en alguna planta industrial, le resultaba aborrecible y, por supuesto, no era nada más que individualismo reaccionario que demostraba cuan firmemente seguía influido aún por el obscuro pasado supersticioso del pueblo. Recordó las palabras pronunciadas por Chou En-lai: "El pensamiento guía de un científico socialista debe alcanzar a la sociedad sin clases. Una vez que su pensamiento ha sido adquirido por las masas, la fuerza espiritual se volverá fuerza material.

La fuerza espiritual se volverá fuerza material… Pero el mismo Mao, durante la revolución cultural había dicho: Primero la cultura, luego la economía; el hombre antes que el acero. El joven general estaba profundamente perturbado, incapacitado para tomar una decisión, y esto lo hacía sentirse enojado consigo mismo.

Aún esperaba que lo comunicaran con el presidente cuando apareció en el corredor un practicante que le anunció que en el consultorio del médico había un llamado urgente para él. Entró y tomó el teléfono.

– ¿El general Pei Hsiu?

Pei reconoció de inmediato la voz seca y de hierro.

– El general Hsiu Lin al habla. Tengo entendido que usted está en Fukien realizando una gira de inspección.

– Correcto, camarada Hsiu.

– Por supuesto estará al tanto de que el sector está fuera de los límites fijados para quienquiera que no haya recibido órdenes del mariscal Lin Piao.

– Me encuentro aquí por instrucciones personales del presidente Mao -contestó Pei con calma.

Una pausa; luego en la voz del jefe de estado mayor se notó una nota llena de sarcasmo.

– Estoy seguro de que el ejército estará muy contento al saber que el camarada Mao se interesa en nuestro gran proyecto… por fin.

La mandíbula de Pei se endureció. Era el primer desafío abierto y deliberado de los jefes del ejército hacia el Fundador.

– No dejaré de transmitir al presidente sus conceptos -dijo presuroso.

Hubo otro momento de incómodo silencio.

– ¿Y qué más le hará… presente, general Pei Hsiu? ¿Supongo que estará preparando un informe?

– Así es, camarada general.

– ¿Puedo preguntar qué clase de informe será? Me siento obligado a recordarle que fuesen cuales fuesen sus deberes políticos con el presidente, usted sigue siendo un oficial de alta graduación del Ejército Popular y que, como tal, tiene responsabilidad directa con respecto a su jefe el mariscal Lin Piao. ¿Qué clase de informe será, camarada general?

Todas las dudas y vacilaciones habían desaparecido. Ya se había decidido, su conciencia estaba en paz. Estaba en contra del nuevo sistema de energía. Estaba en contra del uso total e inhumano de la energía del pueblo chino en la búsqueda sin fin del poder absoluto: Y también sabía que su amor por Lan no era la razón culpable y secreta oculta en su elección. La razón era que amaba y respetaba a los campesinos y a los obreros de China. Primero la cultura, luego la economía; el hombre antes que el acero… Cuando habló fue sin ironía, porque había aprendido de su Maestro el arte de la astucia y de la sagacidad. Porque lo que estaba en juego era muchísimo más importante que el consentirse a sí mismo un sarcasmo. Pero como se encontraba solo en la habitación, no hizo ningún esfuerzo para suprimir la expresión de enojo, de resentimiento y de casi crueldad de su cara.

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