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A

¿Irían Asunción mi mujer, Magda mi hija, entre la parvada de ratones ciegos?

Me fui acercando al coche estacionado.

Algo se movía dentro del auto.

Una figura borrosa.

Cuando al cabo la distinguí, grité de horror y júbilo mezclados.

Me llevé las manos a los ojos, oculté mi propia mirada y sólo pude murmurar:

– No, no, no…

FIN

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