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Otro relámpago del pasado. El sacerdote de la parroquia. La bendición de las gargantas el día de San Blas. ¿Cuál era la historia? Blas era famoso por haber impedido que un niño muriese asfixiado por una espina de pescado. La medalla tenía sentido. Crowe había dicho que Adair se quejaba de problemas de garganta.

Habían entrevistado al compañero de Adair, al igual que a su esposa, amigos, ex jefe y sacerdote. Una fotografía granulada estaba impresa junto a la historia, la medalla era claramente visible alrededor del cuello.

¿Quién era la otra persona desaparecida que había mencionado Crowe? Busqué en mi dolorido cerebro. Jeremiah Mitchell. Febrero. Retrocedí casi ocho meses e inicié una lectura más cuidadosa. Algunos detalles comenzaron a conectarse.

Se informaba de la desaparición de Jeremiah Mitchell en un breve párrafo. El 15 de febrero un hombre negro de setenta y dos años abandonó el Mighty High Tap y se perdió en el olvido. Cualquier persona que tuviese información bla, bla, bla…

Algunas cosas no cambian, pensé, sintiendo una punzada de ira. Un hombre blanco desaparece: historia de primera página. Un hombre negro desaparece: una breve nota en la página diecisiete. O tal vez se tratase de una ley de vida. George Adair tenía un trabajo, amigos, familia. Jeremiah Mitchell era un alcohólico en paro que vivía solo.

Pero alguna vez Mitchell tuvo parientes. A comienzos de marzo apareció una nueva noticia, otra vez un simple párrafo, buscando información y citando el nombre de su abuela, Martha Rose Gist. Me quedé mirando el nombre. ¿Dónde lo había visto antes?

Volví a las cajas y revisé los microfilms por semanas. La necrológica apareció el 16 de mayo de 1952, junto con una breve nota en la columna dedicada a arte. Martha Rose Gist había sido una importante ceramista local. El artículo incluía una fotografía de una pieza de cerámica bellamente decorada, pero ninguna de la artista.

¡Maldita sea!

Después de haber comprobado que en la habitación no había nadie más, conecté el móvil. Seis mensajes. Los ignoré y marqué el número de Crowe, amortiguando el sonido con mi cazadora.

– Sheriff Crowe.

No me molesté en anunciarme.

– ¿Está familiarizada con Sequoyah? -pregunté en un susurro.

– ¿Está en la iglesia?

– En la biblioteca de Bryson City.

– Si Iris la descubre le arrancará la lengua y la meterá en una trituradora.

Deduje que Iris era el dragón de cabellera lila que había conocido en la entrada.

– ¿Sequoyah?

– Sequoyah inventó un alfabeto para la lengua cherokee. Si se queda por esta zona el tiempo suficiente, alguien acabará comprándole un cenicero decorado con los símbolos.

– ¿Cuál era el apellido de Sequoyah? -¿Quiere una respuesta ahora?

– Hablo en serio.

– Guess.

– Esto es importante [13] -siseé.

– Su apellido era Guess. O Gist, depende de cómo lo pronuncie. ¿Por qué?

– La abuela materna de Jeremiah Mitchell era Martha Rose Gist.

– ¿La ceramista?

– Sí.

– No puedo creerlo.

– ¿Sabe lo que significa eso? -No esperé su respuesta-. Mitchell era medio cherokee.

– ¡Esto es una biblioteca!

Las palabras de Iris estallaron al lado de mi oído.

Alcé un dedo.

– ¡Cuelgue inmediatamente!

Iris hablaba tan alto como puede hacerlo un ser humano sin utilizar las cuerdas vocales.

– ¿Se edita algún periódico en la reserva?

– El Cherokee One Feather. Y creo que en el museo hay un archivo fotográfico de la tribu.

– Tengo que colgar.

Colgué el teléfono.

– Tendré que pedirle que se marche.

Iris estaba de pie con las manos apoyadas en las caderas, la protectora de la gestapo del mundo impreso. -¿Quiere que devuelva las cajas a su sitio? -No será necesario.

Tuve que hacer tres paradas hasta encontrar lo que necesitaba. Un viaje a las oficinas del Cherokee One Feather, ubicadas en el Centro del Consejo Tribal, reveló que el periódico se editaba desde 1966. Aunque años antes se había editado otro periódico, The Cherokee Phoenix, el personal actual no disponía de fotografías y tampoco de ejemplares de aquella época.

La Asociación Histórica Cherokee tenía fotografías, pero la mayoría se habían empleado para promocionar la producción teatral al aire libre hacia esas colinas.

Encontré una mina de oro en el Museo de los Indios Cherokee, que se alzaba justo al otro lado de la calle. Cuando repetí mi petición me llevaron a una oficina del segundo piso, me proporcionaron guantes de algodón y me permitieron examinar sus archivos con periódicos y fotografías.

Una hora más tarde tenía la confirmación.

Martha Rose Standingdeer había nacido en 1889 en el Término de Qualla. Se casó con John Patrick Gist en 1908 y dio a luz a una niña, Willow Lynette, al año siguiente.

A los diecisiete años, Willow contrajo matrimonio con Jonas Mitchell en la Iglesia de Sión AME en Greenville, Carolina del Sur. La fotografía de la boda muestra a una muchacha de rasgos delicados con un sombrero provisto de un velo, un vestido estilo imperio y un ramillete de margaritas en la mano. A su lado se ve a un hombre con la piel mucho más oscura que la de la novia.

Estudié la foto. Aunque flaco y de facciones comunes, Jonas Mitchell poseía un extraño atractivo. Hoy podría haber posado como modelo de los anuncios de Benetton.

Willow Mitchell dio a luz a Jeremiah en 1929 y murió de tuberculosis el invierno siguiente. Después de esa fecha no encontré ninguna mención de su esposo o de su hijo.

Me apoyé en el respaldo, procesando lo que había encontrado.

Jeremiah Mitchell era al menos medio indio. Cuando desapareció tenía setenta y dos años. El pie seguramente era de él.

Mis dotes de deducción comenzaron a funcionar de inmediato. Las fechas no coincidían.

Mitchell había desaparecido en febrero. El perfil VFA proporciona un intervalo postmortem de seis a siete semanas, eso situaba el momento de la muerte a finales de agosto o principios de septiembre.

Tal vez Mitchell sobrevivió a la noche del Mighty High Tap. Tal vez se marchó, luego regresó y murió a la intemperie seis meses más tarde.

¿Se marchó?

De viaje.

¿Un alcohólico de setenta y dos años sin coche ni dinero?

Suele suceder.

Ja, ja. ¿Murió a la intemperie en pleno verano?

Me quedé sentada, confusa y frustrada por un millón de hechos que no podía relacionar.

Deseé que las fotografías fuesen más condescendientes con el dolor de cabeza y pasé a examinar el otro archivo.

Nuevamente, pequeñas cosas llamaron mi atención.

Había examinado cincuenta o sesenta carpetas, cuando una instantánea en blanco y negro de ocho por diez despertó mi interés. Un ataúd cubierto de flores. Personas que acompañaban al muerto, algunos vestidos con trajes holgados y otros con la vestimenta típica cherokee. Eché un vistazo al reverso. Una etiqueta amarillenta desteñida por el tiempo identificaba el acontecimiento con tinta: Funeral de Charlie Wayne Tramper. 17 de mayo, 1959. El anciano que había desaparecido y había sido atacado por un oso.

Recorrí los rostros con la mirada y me detuve en uno de dos jóvenes que estaban apartados de la multitud. Mi sorpresa fue tan grande que me quedé boquiabierta.

Aunque cuarenta años más joven, el rostro era inconfundible. En 1959 estaría a punto de llegar a los treinta, recién llegado de Inglaterra. Profesor de arqueología en la Universidad de Duke. Una superestrella académica que pronto comenzaría a declinar.

¿Por qué estaba Simón Midkiff en el funeral de Charlie Wayne Tramper?

Mis ojos se deslizaron hacia la derecha y esta vez mi asombro fue audible. Simon Midkiff se encontraba junto a un hombre que más tarde ocuparía el cargo de vicegobernador del estado.

Parker Davenport.

¿O no era él? Examiné sus rasgos. Sí. No. Este hombre era mucho más joven, más delgado.

Dudé un momento, miré a mi alrededor. Hacía cincuenta años que nadie había husmeado en este archivo. No era robar. Devolvería la fotografía en un par de días, no le hacía daño a nadie.

Metí la foto en mi bolso, devolví la carpeta a su cajón y me marché.

Una vez fuera del edificio llamé a Información de Raleigh, pedí el número del Departamento de Recursos Culturales y esperé mientras pasaban la llamada. Cuando una voz respondió, pregunté por Carol Burke. Se puso al teléfono en menos de diez segundos.

– Carol Burke.

– Carol, soy Tempe Brennan.

– Justo a tiempo. Estaba a punto de marcharme. ¿Estás planeando excavar otro cementerio?

Entre sus muchas tareas, el Departamento de Recursos Culturales de Carolina del Norte es responsable de la preservación del patrimonio cultural. Cuando se propone algún proyecto que necesita fondos, permisos, licencias o tierras estatales o federales, Carol y sus colegas ordenan estudios y excavaciones a fin de determinar si lugares históricos o prehistóricos se verán amenazados por las obras. Proyectos de construcción de autopistas, aeropuertos, redes de alcantarillado… sin su autorización no se mueve ni una sola piedra.

Carol y yo nos conocimos cuando la arqueología era mi ocupación principal. Gente de negocios de Charlotte contrató mis servicios en dos ocasiones para que ayudara a establecer unos cementerios históricos en un nuevo asentamiento. Carol había supervisado ambos proyectos.

– Esta vez no. Necesito información.

– Haré lo que pueda.

– Siento curiosidad por la zona en la que Simon Midkiff está excavando para vosotros.

– ¿Actualmente?

– Sí.

– En este momento Midkiff no está haciendo ningún trabajo para nosotros. Al menos ninguno del que yo esté enterada.

– ¿No está trabajando en el condado de Swain?

– Creo que no. Espera un momento.

Para cuando volvió a ponerse al teléfono, yo había llegado al coche de Ryan y había abierto la puerta.

– No. Midkiff no ha trabajado para nosotros desde hace dos años y no es probable que lo haga en el futuro porque aún nos debe un informe de su último trabajo.

– Gracias.

– Ojalá todos las solicitudes que recibo fuesen así de simples.

Acababa de cortar la comunicación cuando el teléfono volvió a sonar. Un periodista del Charlotte Observer. Un recordatorio de mi reciente notoriedad. Corté sin hacer ningún comentario.

En mi cabeza latían un millar de vasos craneales. Nada tenía sentido. ¿Por qué había mentido Midkiff? ¿Por qué habían asistido Davenport y él a los funerales de Tramper? ¿Ya se conocían entonces?

[13] La protagonista lo dice porque guess significa, entre otras acepciones, «adivinar» y supone que su interlocutora no la toma en serio. (N. del T.)


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