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¿A quién intentaba engañar? Conocía el motivo. No tenía absolutamente ninguna duda.

Primrose había sido asesinada porque respondió a una solicitud. Mi solicitud. Ella había aceptado un fax, tomado medidas y proporcionado datos. Ella me había ayudado y, al hacerlo, había amenazado a alguien.

Yo la había implicado en la investigación y alguien la había asesinado por ello. La culpa y la pena me pesaban físicamente, me aplastaban el pecho.

¿Pero de qué modo había representado Primrose una amenaza? ¿Había descubierto alguna cosa que yo ignoraba? ¿Había comprendido la importancia de ese hallazgo o no se había dado cuenta de su importancia? ¿La habían silenciado por lo que sabía o por lo que alguien temía que pudiese descubrir?

¿Y qué pasaba conmigo? ¿Representaba yo también una amenaza para algún chiflado homicida?

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un suave gemido que llegaba desde abajo. Aparté las mantas, me puse tejanos y una camiseta y las náuticas. Luego recorrí la casa de puntillas y salí por la puerta trasera.

Boyd estaba sentado junto a su perrera, la nariz apuntaba hacia el cielo estrellado. Al verme se levantó de un salto y comenzó a menear la mitad posterior del cuerpo. Luego corrió hacia la valla metálica y adoptó una postura de bípedo. Apoyándose en las patas delanteras estiró el cuello y lanzó una serie de aullidos.

Extendí la mano y le acaricié la cabeza. Me lamió la mano, mareado de excitación.

Cuando entré en su recinto y le puse la correa, Boyd se volvió hiperactivo, girando sobre sí mismo y levantando tierra con las patas.

– Tranquilo. -Apunté un dedo hacia su hocico-. Esto va contra las reglas.

Me miró con la lengua colgando, las cejas bailaban sobre los ojos brillantes. Le llevé a través del prado y entramos en la casa.

Momentos más tarde ambos yacíamos en la oscuridad, Boyd en la alfombra junto a mi cama. Le oí suspirar cuando apoyó el hocico sobre las patas delanteras.

Me dormí con la mano apoyada en su cabeza.


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