Tragué con esfuerzo.
– El único objeto de valor era el ordenador y no se lo llevaron.
– Eso descarta el robo.
– A menos que algo o alguien haya interrumpido al intruso.
– Parece como si hubiesen puesto todo patas arriba buscando algo.
– O sólo para asustarme.
«¿Por qué?»
– ¿Un helado? -me ofreció Ryan.
Comimos las barras heladas y consideramos las posibles explicaciones. Ninguna resultaba convincente. Las dos más probables eran alguien que buscaba dinero o alguien que me hacía saber que a él o a ella yo no les importaba nada.
Cuando Ryan se marchó guardé las carpetas que aún quedaban fuera del maletín y fui a llenar la bañera para prepararme un baño caliente. Al descorrer la cortina tuve otro sobresalto.
La figura de cerámica de Ruby que representaba a Annie la Huerfanita estaba en el fondo de la bañera con el rostro aplastado y los miembros destrozados. Sandy colgaba de la ducha con un nudo alrededor del cuello.
De nuevo, mi mente se convirtió en un torbellino y mis manos comenzaron a temblar. Este mensaje no tenía nada que ver con el dinero. Estaba claro que había alguien a quien yo no le importaba absolutamente nada.
De pronto recordé el Volvo. ¿Aquel incidente había sido una amenaza? ¿Esta intrusión en mi habitación era otra? Luché contra el impulso de correr por el pasillo a la habitación de Ryan.
Pensé en las puertas sin llave y en la posibilidad de traer a Boyd dentro de la casa. ¿Entonces quién estaría amenazado?
Una hora más tarde, acostada en la cama y algo más calmada, reflexioné acerca de la fuerza de mi reacción ante la invasión de mi espacio. ¿Había sido la ira o el miedo lo que me había enfurecido de ese modo? ¿Con quién debería estar furiosa? ¿Por qué debería tener miedo?
Tardé mucho tiempo en conciliar el sueño.