Asentí.
– Más tarde, durante el estadio de descomposición, las bacterias aeróbicas se unen a la fiesta.
– O sea que en el tercer estadio se produce un incremento en toda la formación de ácidos grasos volátiles.
– Así es. Luego se produce un brusco descenso al comenzar el cuarto estadio.
– No hay carne, no hay bacterias.
– No hay humores. Se acabó la función.
Detrás de nosotros la centrifugadora producía un leve zumbido.
– También he descubierto que todos los valores correspondientes a los ácidos grasos son más elevados justo después de la migración del gusano.
– Cuando las larvas abandonan el cadáver para convertirse en crisálidas.
– Sí. Hasta ese momento la presencia de insectos tiende a restringir el flujo de los líquidos corporales hacia la tierra.
– ¿La transición a crisálida no se produce a aproximadamente cuatrocientos DGA?
DGA significa «días de grados acumulados», una cifra que se calcula sumando las temperaturas medias diarias.
– Con ligeras variaciones. Lo que nos lleva a un punto muy interesante. La producción de ácidos grasos volátiles depende de la temperatura. Por esa razón podemos utilizarla para determinar el tiempo transcurrido desde el momento de la muerte.
– Porque un cadáver producirá la misma proporción de ácidos propiónico, butírico y valérico para cualquier DGA determinada.
– Exactamente. De modo que el perfil de ácido graso volátil puede proporcionar un cálculo del TDM.
TDM es la abreviatura que emplea el investigador para «tiempo desde la muerte».
– ¿Consultaste los datos del Servicio Meteorológico Nacional?
Fue hasta unas estanterías y regresó con una fotocopia.
– Fue un proceso asombrosamente rápido. Normalmente lleva mucho más tiempo. Pero tenemos un pequeño problema. Para obtener un cálculo realmente preciso del TDM necesito tres cosas. Primero, las proporciones específicas de ácido graso.
Señaló la pantalla de un ordenador unido al cromatógrafo de gases.
– Tendremos esos datos en poco tiempo. Segundo, los datos del Servicio Meteorológico Nacional correspondientes al lugar donde fue hallado el cadáver.
Alzó la fotocopia.
– Tercero, información acerca del peso y el estado del cadáver. Y no tienes ningún cuerpo.
Laslo dijo la última frase cantando [9] .
– Eres todo un comediante.
– Hay dos variables muy importantes a tener en cuenta: la cantidad de humedad en el suelo y el peso del cuerpo antes de la descomposición. Como todos tenemos una proporción diferente de grasa y tejido muscular, si no tengo un cuerpo, empleo una cifra estándar de setenta y cinco kilos y luego aplico un factor de corrección. Creo que podemos suponer, sin temor a equivocarnos, que tu muerto pesaba entre cincuenta y ciento cincuenta kilos.
– Sí. Pero, al hacer este cálculo, nuestro campo de acción se amplía, ¿verdad?
– Lamentablemente. ¿Intentaste hacer un cálculo empírico?
Considerando que la liberación de ácidos grasos finaliza a 1285 DGA más o menos 110, resulta posible obtener un cálculo aproximado del TDM dividiendo por 1285 la temperatura media diaria del día en que un cadáver es encontrado. Yo había hecho esta operación para Lucy Crowe. Ayer la temperatura media en Bryson City fue de 18 °C, produciendo un TDM máximo de setenta y un días.
– Ésa sería le fecha en la que se habría producido la esqueletización completa del cadáver y no se podrían detectar más ácidos grasos volátiles.
Laslo miró el reloj de pared.
– Veamos la precisión de tu cálculo.
Se levantó, filtró y agitó la muestra de solución de tierra, comprobó su grado de acidez y luego colocó el tubo en el cromatógrafo de gases. Después de cerrar herméticamente la cámara y ajustar los controles se volvió hacia mí.
– Esperaremos unos minutos. ¿Un café?
Cuando regresamos, la pantalla del ordenador mostraba una serie de picos en diferentes colores y una lista de componentes con sus concentraciones.
– Cada curva muestra la concentración de un ácido graso volátil por gramo de peso seco de tierra. Primero introduciré las correcciones para dilución y humedad del suelo.
Pulsó varias teclas.
– Ahora puedo calcular un DGA para cada AGV.
Comenzó con el ácido butírico.
– Setecientos días de grados acumulados.
Realizó nuevos cálculos para cada uno de los ácidos. Con una sola excepción, los días de grados acumulados se incluían en la escala de 675 a 775.
– Ahora utilizaré los datos del Servicio Meteorológico Nacional para determinar los días necesarios para obtener de 675 a 775 días de grados acumulados. Tal vez tengamos que ajustar las cifras más tarde si las lecturas en el lugar donde estaba el cuerpo difieren de las temperaturas registradas oficialmente. En condiciones normales prefiero conocer esos datos con anterioridad, pero no es un problema demasiado grave.
Pulsó otras teclas. Contuve el aliento.
– Entre cuarenta y uno y cuarenta y ocho días. Ésa es tu escala. Según tus cálculos, el proceso de esqueletización completo debería haberse producido en setenta y un días.
– O sea que la muerte se produjo hace entre seis y once semanas.
Asintió.
– Pero no olvides que este intervalo de tiempo se basa en un cálculo aproximado y no en un peso real previo a la muerte.
– Y en el momento en que se produjo la mancha, el cuerpo tenía carne y se descomponía activamente.
Asintió.
– Pero no tengo ningún cuerpo.
– Y nadie cuida de mí [10] .
Cuando me marché del laboratorio conduje directamente hasta la oficina de Lucy Crowe. Había dejado de llover, pero grandes nubarrones hinchados de agua se amontonaban sobre las montañas.
Encontré a la sheriff comiendo un bocadillo detrás de su escritorio de la guerra de Secesión. Al verme, se quitó unas migas de la comisura de los labios y luego lanzó el resto del bocadillo y su envoltura a una papelera que había al otro lado de la habitación.
– Dos puntos -dije.
– Canasta limpia. No tocó el borde.
Dejé una fotocopia delante de ella y luego me senté. Crowe estudió detenidamente el perfil de los AGV con los codos apoyados sobre la mesa y los dedos en las sienes. Luego levantó la vista.
– Sé que me explicará esto.
– Ácidos grasos volátiles.
– ¿O sea?
– Un cuerpo se descompuso dentro de ese muro de piedra.
– ¿De quién?
– La proporción de ácidos grasos volátiles sugieren un período de seis a once semanas desde el momento de la muerte. Daniel Wahnetah fue visto por última vez a finales de julio y se informó de su desaparición en agosto. Ahora estamos en octubre. Eche las cuentas.
– Suponiendo que acepto esa premisa, algo que no es necesariamente así, ¿cómo se lo hizo el pie de Wahnetah para llegar hasta el lugar del accidente?
– Si Boyd olfateó la descomposición, también pudieron hacerlo los coyotes. Probablemente arrastraron el pie de debajo de la pared. Hay una parte que se ha derrumbado.
– ¿Y dejaron el resto del cuerpo?
– Probablemente no pudieron desprender nada más.
– ¿Y cómo entró Wahnetah en el patio?
Me encogí de hombros.
– ¿Y cómo murió?
– Ése es trabajo de la oficina del sheriff. Yo me encargo de la parte científica.
Desde el vestíbulo llegaba la voz de Hank Williams cantando The Long-Gone Lonesome Blues.
Las interferencias hacían que pareciera que la música llegaba de otra época.
– ¿Cree que es razón suficiente para conseguir una orden de registro? -pregunté.
La sheriff estudió el papel durante un largo minuto. Finalmente alzó la vista y sus ojos se clavaron en los míos. Luego cogió el teléfono.
Cuando abandoné la oficina de Lucy Crowe caía una ligera llovizna. Los faros de los coches y los carteles de neón titilaban en la penumbra del atardecer. El aire pesado olía como las mofetas.
Fuera de High Ridge House, Boyd estaba en su perrera con el hocico apoyado sobre las patas delanteras, contemplando la lluvia. Alzó la cabeza cuando lo llamé y me miró para indicarme que debería hacer alguna cosa. Al ver que no lo hacía, suspiró ruidosamente y volvió a su antigua posición. Llené su plato de comida y dejé que siguiera reflexionando sobre su mundo inundado de agua.
El interior de la casa estaba en silencio. Subí la escalera al compás del lento tic tac del reloj de Ruby que estaba en el vestíbulo. En las habitaciones no se oía ningún ruido.
Al doblar la esquina del pasillo me sorprendió ver que la puerta de Magnolia estaba ligeramente abierta. La empujé. Y me quedé paralizada.
Habían desvalijado los cajones y la cama estaba deshecha. El maletín estaba abierto y los documentos y las carpetas de cartón estaban desparramados por el suelo.
Mi mente se concentró en una sola palabra.
«¡No! ¡No! ¡No!»
Dejé el bolso en la cama, corrí hasta el armario y abrí las puertas de par en par.
Mi ordenador portátil estaba a salvo en el fondo del mueble, exactamente donde lo había dejado. Lo saqué y lo encendí mientras todo tipo de preguntas cruzaban por mi mente.
«¿Qué había en la habitación? ¿Qué había en la habitación? ¿Qué había en la habitación?»
Hice un rápido inventario mental. Las llaves del coche. Las tarjetas de crédito. La licencia de conducir. El pasaporte. Los llevaba encima.
«¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?»
¿Un registro apresurado en busca de objetos de valor o acaso buscaban algo en concreto? ¿Qué había en la habitación que alguien pudiera querer?
«¿Qué? ¿Qué? ¿Qué?»
Cuando se iluminó la pantalla del ordenador examiné unos cuantos archivos. Todo parecía estar en orden.
Fui al cuarto de baño y me eché agua fría en la cara. Luego cerré los ojos y practiqué un juego infantil que sabía que me tranquilizaría. En silencio canté la letra de la primera canción que me vino a la mente. Honkey Tonk Women.
El intermedio con Mick y los Stones dio resultado. Más tranquila, regresé a la habitación y comencé a juntar los papeles.
Aún estaba ordenando los documentos cuando oí que llamaban a la puerta. Era Andrew Ryan. Llevaba dos helados Dove en la mano derecha.
Los ojos de Ryan barrieron el revoltijo.
– ¿Qué coño ha pasado aquí?
Me limité a mirarle, sin confiar demasiado en mi voz.
– ¿Falta algo?