– ¿Y esa granja de primates está en Guinea Ecuatorial? -preguntó Jack.
– Exactamente-respondió Laurie.
– ¿Tu amiga sabe por qué?
– Según el informe de un analista de mercado, GenSys escogió Guinea Ecuatorial debido a las condiciones favorables que les ofreció el gobierno local, que incluso dictó leyes para ayudarlos en la operación. Por lo visto, GenSys se ha convertido en la principal fuente de entrada de divisas del país.
– ¿Te imaginas la cantidad de chanchullos que ha de haber por medio? -preguntó Jack a Lou.
Lou se limitó a silbar.
– El informe también decía que la mayoria de los primates que usan son originarios del país -continuó Laurie-. Eso les evita lidiar con las restricciones internacionales para la importación y exportación de especies en peligro de extinción, como los chimpancés.
– Una granja de primates -repitió Jack-. Esto plantea posibilidades aún más extravagantes. ¿Es probable que estemos ante un heterotrasplante?
– No empecéis con vuestra jerga médica -protestó Lou-.
¿Qué demonios es un heterotrasplante?
– Imposible -respondió Laurie-. Los heterotrasplantes producen rechazos agudos. No hay signos de inflamación en el tejido hepático que me enseñaste, ni humoral ni celular.
– Es verdad -admitió Jack-. Y el tipo ni siquiera estaba tomando inmunosupresores.
– Vamos, muchachos, no me hagáis suplicar. ¿Qué coño es un heterotrasplante?
– Es cuando el órgano trasplantado procede de un animal de otra especie -explicó Laurie.
– ¿Algo así como aquel fiasco del trasplante de corazón de mandril a Baby Fae, hace diez o doce años? -preguntó Lou.
– Exactamente -respondió Laurie.
– Los nuevos fármacos inmunosupresores han vuelto a poner en el candelero los heterotrasplantes -explicó Jack-.
Y con bastante más éxito que el de Baby Fae.
– Sobre todo con válvulas cardiacas de cerdo -añadió Laurie.
– Claro que este procedimiento plantea problemas éticos -dijo Jack-. Y ha puesto en pie de guerra a los defensores de los derechos de los animales.
– Sobre todo ahora, que están experimentando para implantar genes humanos a los cerdos para reducir las posibilidades de rechazo -añadió Laurie.
– ¿Es posible que a Franconi le trasplantaran el hígado de un primate mientras estaba en Africa? -preguntó Lou.
– No lo creo -dijo Jack-. Laurie tiene razón; no había indicios de rechazo. Y eso es inaudito incluso entre humanos, excepto en el caso de los gemelos idénticos.
– Pero al parecer Franconi estuvo en Africa -dijo Lou.
– Sí; y su madre dijo que volvió como nuevo -admitió Jack. Levantó los brazos y se puso en pie-. No sé qué pensar. Es un puñetero misterio, y encima parece que la mafia está implicada.
Laurie también se levantó.
– ¿Os vais? -preguntó Lou.
Jack asintió.
– Estoy perplejo y agotado -dijo-. Anoche casi no dormí. Después de identificar el cuerpo de Franconi, me pasé horas al teléfono. Llamé a todos los bancos de órganos europeos.
– ¿Qué os parece si vamos a cenar a Little Italy? -sugirió Lou-. Está a la vuelta de la esquina.
– Yo no -dijo Jack-. Aún me espera el viaje de vuelta a casa en bici. Si ceno ahora, me quedaré sin fuerzas.
– Yo tampoco -dijo Laurie-. No veo la hora de llegar a casa y darme una ducha. Me he acostado tarde dos noches seguidas y estoy hecha polvo.
Lou dijo que seguiría trabajando media hora más, así que Jack y Laurie se despidieron y bajaron al vestíbulo. Devolvieron las tarjetas de identificación y salieron de la jefatura de policía. En la puerta del ayuntamiento cogieron un taxi.
– ¿Te encuentras mejor? -preguntó Jack a Laurie mientras iban hacia el norte por Bowery. Un calidoscopio de luces; danzaba sobre sus caras.
– Mucho mejor. No te imaginas el alivio que siento al poder dejar este asunto en manos de Lou. Lamento haberme puesto tan histérica.
– No necesitas disculparte. Es inquietante saber que tenemos un espía entre nosotros y que la mafia está interesada en los trasplantes de hígado.
– ¿Y cómo lo llevas tú? -preguntó Laurie-. Has averiguado un montón de datos estrafalarios sobre el caso Franconi.
– Son estrafalarios, pero también intrigantes. Sobre todo esta última asociación con un monopolio de la biotecnología como GenSys. Lo más temible de estas grandes compañías es que casi todas las investigaciones se llevan a cabo a puerta cerrada. Se mueven en la más absoluta clandestinidad. Nadie sabe qué son capaces de hacer con tal de rentabilizar sus inversiones. Hace diez o veinte años todo era muy distinto, pues la seguridad social financiaba la mayoría de las investigaciones de biomedicina y éstas se hacían públicas. En aquel entonces había mayor control, ya que los colegas tenían ocasión de revisar los procedimientos, pero ahora no.
– Es una pena que tú no puedas endilgarle el caso a alguien como Lou -dijo Laurie con una risita.
– Eso sí que estaría bien.
– ¿Cuál es el próximo paso?
Jack suspiró.
– Me estoy quedando sin opciones. El único plan pendiente es que un anatomopatólogo veterinario examine el corte de hígado.
– ¿Así que ya habías pensado en la posibilidad de un heterotrasplante? -preguntó Laurie, sorprendida.
– No, yo no. La idea de que un anatomopatólogo veterinario examinara la muestra no fue mía, sino de un parasitólogo del hospital que pensó que el granuloma era consecuencia de un parásito que no pudo reconocer.
– Quizá deberías mencionarle la posibilidad de un heterotrasplante a Ted Lynch. Como experto en ADN, es probable que sepa cómo confirmar o descartar dicha probabilidad definitivamente.
– ¡Excelente idea! -exclamó Jack con admiración-. ¿Cómo puedes hacer una sugerencia así cuando estás tan cansada?
¡Me sorprendes! Mi mente ya ha bajado la persiana.
– Siempre se agradece un cumplido -bromeó Laurie-. Sobre todo en la oscuridad, así no puedes ver cómo me ruborizo.
– Comienzo a pensar que si quiero resolver este caso, lo único que me queda por hacer es un viaje a Guinea Ecuatorial.
Laurie se giró en el asiento para mirarlo a la cara. En la semipenumbra, era imposible verle los ojos.
– No hablas en serio. Es una broma, ¿verdad?
– Bueno, es obvio que no averiguaré nada si llamo a GenSys, ni siquiera si voy personalmente a la central de Cambridge y les digo: "Eh, muchachos, ¿qué está pasando en Guinea Ecuatorial?".
– Pero estamos hablando de Africa -protestó Laurie-. Es una locura. Está en la otra punta del mundo. Además, si no crees que vayas a averiguar nada yendo a Cambridge, ¿qué te hace pensar que sí lo harás en Africa?
– Que los pillaré por sorpresa. No creo que reciban muchas visitas.
– Estás como una regadera -dijo ella abriendo los brazos y poniendo los ojos en blanco.
– Eh, tranquilízate. No dije que fuera a viajar. Sólo dije que empezaba a considerar esa posibilidad.
– Bueno, entonces deja de considerarla. Ya tengo suficientes preocupaciones.
Jack sonrió.
– Te preocupo de verdad -dijo-. Me conmueves.
– Sí, ya veo -replicó ella con sarcasmo-. Ni siquiera me haces caso cuando te pido que no uses la mountain bike en la ciudad.
El taxi se detuvo frente al edificio de Laurie. Cuando ella se disponía a sacar el dinero para pagar, Jack la cogió del brazo.
– Invito yo -dijo.
– De acuerdo, la próxima me toca a mí -dijo Laurie. Comenzó a bajar del taxi, pero se detuvo-. Si me prometes volver a casa en taxi, podemos picar algo en mi apartamento.
– Gracias, pero esta noche no. Tengo que llevar la bici a casa. Con el estómago lleno, me quedaría frito.
– Hay cosas peores -replicó ella.
– Otra vez será.
Laurie bajó del taxi, pero de inmediato se inclinó por la abertura de la puerta.
– Al menos prométeme una cosa: no te irás a Africa esta noche.
El hizo ademán de darle un cachete, pero ella esquivó la mano con facilidad.
– Buenas noches, Jack -dijo ella con una sonrisa afectuosa.
– Buenas noches, Laurie. Te llamaré más tarde, después de que hable con Warren.
– Ah, es verdad. Con tanto trajín, lo había olvidado. Esperaré tu llamada.
Laurie cerró la puerta del taxi y se quedó mirando hasta que éste desapareció en la esquina de la Primera Avenida. Se volvió hacia la puerta del edificio, pensando que Jack era un hombre encantador, pero complicado.
Mientras subía en el ascensor, Laurie empezó a soñar con la ducha y el calor de su albornoz de toalla. Se juró que se acostaría temprano.
Antes de abrir las múltiples cerraduras, dedicó una sonrisa maliciosa a Debra Engler y, para que la mujer acabara de captar el mensaje, dio un portazo a su espalda. Cambiando de mano la correspondencia, se quitó el abrigo y tanteó una percha en la oscuridad del armario.
Sólo cuando entró en el salón, pulsó el interruptor de la pared que encendía una lámpara de pie. Dio un par de pasos hacia la cocina, soltó un gritito ahogado y dejó caer la correspondencia al suelo. En el salón había dos hombres, uno de ellos sentado en su sillón art déco, y el otro en el sofá. El del sofá acariciaba a Tom, que estaba dormido en su regazo. Laurie notó que sobre el brazo del sillón había una pistola con silenciador.
– Bienvenida a casa, doctora Montgomery -dijo Franco-.
Gracias por el vino y la cerveza. -Laurie miró la mesita auxiliar, sobre la cual había una botella vacía de cerveza y una copa de vino-. Siéntese, por favor -añadió Franco señalando una silla que había puesto en el centro del salón.
Laurie no se movió. Era incapaz de hacerlo. Por un fugaz instante, pensó en correr a la cocina para telefonear, pero en seguida desechó la idea por absurda. También pensó en escapar por la puerta del apartamento, pero, con tantos cerrojos, sabia que habría sido un gesto inútil.
– ¡Por favor! -repitió Franco con una falsa amabilidad que no hizo más que intensificar el terror de Laurie.
Angelo dejó el gato a un lado y se puso en pie. Dio un paso hacia Laurie y, de improviso, le golpeó la cara con el dorso de la mano. El impacto arrojó a Laurie contra la pared, donde le flaquearon las piernas y cayó de bruces al suelo.
Unas gotas de sangre cayeron del labio superior partido, manchando el suelo de parquet.
Angelo la cogió de un brazo y la obligó a levantarse. Luego la arrastró hacia la silla y la empujó para que se sentara.
Laurie estaba tan asustada que no ofreció resistencia.