– Estoy bien -dijo-. Sólo un poco avergonzada por mi pataleta.
Lou dejó escapar un suspiro de alivio.
– Bueno, me alegro de veros a los dos. Venid a mi despacho. -Los condujo hacia allí-. Puedo ofreceros café, pero os recomiendo que declinéis la invitación. A esta hora del día está tan fuerte que el personal de limpieza lo usa para desatascar las tuberías.
– No te preocupes -dijo Laurie mientras se sentaba.
Jack la imitó. Miró el espartano despacho y sintió un escalofrío. Había estado alli hacia cosa de un año, después de escapar por los pelos de un intento de asesinato.
– Me parece que he conseguido desvelar el misterio del robo del cadáver de Franconi -comenzó Laurie-. Tú te reíste cuando dije que sospechaba de la funeraria Spoletto, pero ahora tendrás que disculparte. De hecho, creo que es hora de que te hagas cargo de la situación.
A continuación, ella le explicó su teoría sobre el secuestro del cuerpo. Le dijo que sospechaba que un empleado del Instituto Forense había facilitado al personal de la funeraria el número de admisión de un cuerpo sin identificar, así como los datos necesarios para localizar los restos de Franconi.
– Por lo general, cuando acuden dos empleados de una funeraria a recoger un cuerpo, uno de ellos entra en el compartimiento frigorífico mientras el otro se ocupa del papeleo con el ayudante del depósito. En estos casos, el ayudante ya ha dejado preparado el cadáver en la camilla, junto a la puerta del compartimiento. Creo que cuando fueron a buscar a Franconi, el empleado de la funeraria cogió el cuerpo sin identificar, cuyo número de admisión le habían facilitado, le quitó la etiqueta, lo metió en uno de los compartimientos vacios, le puso la etiqueta a Franconi y luego apareció tranquilamente en la puerta de la oficina del depósito con los restos del cadáver. Entonces, lo único que tuvo que hacer el asistente fue comprobar el número de admisión.
– Vaya numerito -dijo Lou-. ¿Puedo preguntar si tienes alguna prueba o si es una mera conjetura?
– He encontrado el cuerpo con el número de admisión que dio la funeraria Spoletto -respondió ella-. Estaba en un compartimiento supuestamente vacío. El nombre, Frank Gleason, era falso.
– ¡Ah! -dijo Lou, más interesado, y se inclinó sobre su escritorio- Esto comienza a gustarme, sobre todo porque hay un parentesco por matrimonio entre los propietarios de la funeraria Spoletto y la familia Lucia. Me recuerda a cuando cogieron a Al Capone por evadir impuestos. Quiero decir que sería estupendo poder pillar a los Lucia por robar un cadáver.
– Por supuesto, esto también plantea la posibilidad de una conexión entre el crimen organizado y los trasplantes clandestinos de hígado -dijo Jack-. Sería una asociación aterradora.
– Y peligrosa -añadió Lou-. Por lo tanto, insisto en que dejéis de jugar a detectives. A partir de este momento, nosotros nos ocuparemos de todo. ¿Me dais vuestra palabra?
– Me alegro de que os hagáis cargo. Pero también está el problema del topo en el Instituto Forense.
– Creo que será mejor que yo me ocupe también de eso -dijo Lou-. Si la mafia está involucrada en el caso, podría haber habido extorsión. Hablaré directamente con Bingham.
Y supongo que no necesito recordaros que esa gente es peligrosa.
– Yo aprendí muy bien mi lección -dijo Laurie.
– Y yo estoy demasiado preocupado con mi parte de la investigación para interferir -dijo Jack-. ¿No tenias información para mí?
– Sí, mucha -respondió Lou. En un extremo de su escritorio había un libro enorme, similar a los de arte. Lo levantó con un gruñido y se lo entregó a Jack.
Jack lo abrió con expresión de perplejidad.
– ¡Qué diablos! -exclamó-. ¿Para qué quiero un atlas?
– Lo necesitarás -respondió Lou-. No te imaginas lo que me costó encontrar uno en la jefatura de policía.
– No entiendo.
– Mi contacto en la FAA llamó a un amigo que conoce a un empleado de la organización europea que se encarga de organizar los horarios de despegues y aterrizajes en toda Europa -explicó Lou-. Tienen todos los planes de vuelo y los archivan durante sesenta días. El G4 de Franconi llegó a Francia procedente de Guinea Ecuatorial.
– ¿De dónde? -preguntó Jack y sus cejas chocaron en una expresión de absoluta perplejidad-. Nunca he oído hablar de Guinea Ecuatorial. ¿Es un país?
– Mira en la página ciento cincuenta y dos -dijo Lou.
– ¿Qué es todo esto de Franconi y un G4? -preguntó Laurie.
– Un G4 es un jet privado -explicó Lou-. Por medio de Jack, averigüé que Franconi había salido del país. Creíamos que había estado en Francia, hasta que me pasaron este nuevo dato.
Jack abrió el atlas en la página ciento cincuenta y dos. Había un mapa titulado "Cuenca occidental del Congo", que cubría una amplia sección del oeste de Africa.
– De acuerdo, dame una pista.
Lou señaló por encima del hombro de Jack.
– Es ese pequeño país entre Camerún y Gabón. El avión salió de Bata, en la costa. -Señaló el punto apropiado. A juzgar por el mapa, prácticamente todo el país estaba cubierto de vegetación.
Laurie se levantó de su silla y miró por encima del hombro de Jack.
– Recuerdo haber oído algo de ese país. Creo que Frederick Forsyth fue allí para escribir Los perros de la guerra -dijo.
Atónito, Lou se dio un golpecito en la cabeza.
– ¿Cómo haces para acordarte de esas cosas? Yo no sé ni dónde comí el martes pasado.
Laurie se encogió de hombros.
– Leo muchas novelas -dijo-. Y me interesa la vida de los escritores.
– Esto no tiene ni pies ni cabeza -dijo Jack-. Es una región subdesarrollada de Africa. En este país no debe de haber nada, aparte de selva. De hecho, toda esta zona de Africa es pura selva. Es imposible que Franconi se sometiera a un trasplante de hígado allí.
– Yo pensé lo mismo -admitió Lou-, pero el otro dato que obtuve hace que tenga un poco más de sentido. Investigué a Alpha Aviation, a través de la corporación que la administra, en Nevada. Descubrí que el avión es propiedad de la compañía GenSys, de Cambridge, Massachusetts.
– He oído hablar de GenSys -dijo Laurie-. Es una firma de biotecnología que fabrica vacunas y linfocinas. Lo recuerdo porque una amiga que es agente de bolsa en Chicago me recomendó que comprara acciones. Siempre está pasándome datos de esa clase, como si yo tuviera una fortuna para invertir.
– ¡Una firma de biotecnología! -musitó Jack-. Mmm. Eso le da otro color al asunto. Tiene que haber alguna relación, aunque no sé cuál. Tampoco entiendo qué hace una compañía semejante en un sitio como Guinea Ecuatorial.
– ¿Qué hay de esa conexión indirecta a través de una corporación de Nevada? -preguntó Laurie-. ¿Acaso GenSys intenta ocultar que tiene un avión?
– Lo dudo -respondió Lou-. Yo descubrí la relación con mucha facilidad. Si GenSys se hubiera propuesto encubrir la propiedad del avión, sus abogados de Nevada continuarían figurando como directores y administradores de Alpha Aviation. En cambio, en la primera junta directiva, el jefe del departamento de contabilidad de GenSys asumió las funciones de presidente y secretario.
– ¿Entonces por qué una compañía con sede en Massachusetts tiene su avión en Nevada? -preguntó Laurie.
– No soy abogado -respondió Lou-, pero estoy seguro de que tiene algo que ver con los impuestos y los seguros de responsabilidad civil. Massachusetts es un estado con leyes muy estrictas y los riesgos de una demanda son grandes. Su pongo que GenSys alquilará el avión cuando no lo usa, y debe resultarle más barato pagar los seguros de una compañía con sede en Nevada.
– ¿Esa agente de bolsa que mencionaste es muy amiga tuya? -preguntó Jack.
– Sí -respondió Laurie-. Ibamos juntas a la universidad metodista.
– ¿Por qué no la llamas y le preguntas si existe alguna conexión entre GenSys y Guinea Ecuatorial? -propuso Jack-.
Si te recomendó que compraras acciones, seguramente habrá investigado antes a la compañía.
– Seguro -convino ella-. Jean Corwin era una de las estudiantes más empollonas que he conocido. A su lado, los estudiantes de la escuela preparatoria de medicina parecíamos ociosos.
– ¿Puede usar tu teléfono? -preguntó Jack a Lou.
– Claro.
– ¿Quieres que llame ahora mismo? -preguntó Laurie, sorprendida.
– Así la cogerás en el trabajo. Si tiene algún archivo, seguro que estará allí.
– Supongo que tienes razón. -Se sentó al escritorio de Lou y llamó al servicio de información de Chicago.
Mientras Laurie hablaba por teléfono, Jack pidió a Lou que le explicara con más detalle cómo había conseguido la información que le había proporcionado. Estaba particularmente interesado en el descubrimiento de la pista que conducía a Guinea Ecuatorial. Los dos estudiaron con atención el mapa y notaron que el país estaba muy cerca del ecuador.
También repararon en el hecho de que la ciudad más importante, presumiblemente la capital, no estaba en el continente, sino en una isla llamada Bioko.
– No puedo imaginar cómo será ese lugar-dijo Lou.
– Yo sí. Seguro que es caluroso, húmedo, lluvioso y que está lleno de bichos.
– Un paraíso.
– No parece la clase de sitio que uno elegiría para irse de vacaciones -dijo Jack-. Dudo que mucha gente viaje allí.
Laurie colgó el auricular y se dirigió sobre la silla de Lou para mirar a sus amigos.
– Jean sigue tan eficiente como de costumbre -dijo-. Consiguió toda la información sobre GenSys en un santiamén.
Claro que me preguntó cuántas acciones había comprado y se quedó pasmada cuando le respondí que ninguna. Por lo visto, las acciones se triplicaron y luego se dividieron.
– ¿Y eso es bueno? -preguntó Lou con tono burlón.
– Tan bueno que me temo que he perdido la oportunidad de mi vida para jubilarme anticipadamente -se quejó Laurie-. Dijo que es la segunda firma de biotecnología próspera fundada por su director ejecutivo, Taylor Cabot.
– ¿Sabia algo de Guinea Ecuatorial? -preguntó Jack.
– Claro. Dijo que una de las principales razones del éxito de la compañía es que ésta ha establecido una inmensa granja para primates. En un principio, la usaban para las investigaciones de GenSys, pero luego a alguien se le ocurrió la idea de dar la oportunidad a otras empresas de biotecnología y farmacéuticas para que experimentaran con primates en las instalaciones de GenSys. Al parecer, la demanda por este servicio ha superado todos los pronósticos.