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CAPITULO 14

6 de marzo de 1997, 6.45 horas.

Nueva York

Jack aceleró la marcha y consiguió pasar con luz verde en el cruce de la Primera Avenida y la calle Treinta. Luego se abrió paso entre los coches sin disminuir la velocidad. Subió por el camino particular del depósito y no frenó hasta el último segundo. Momentos después había amarrado la bicicleta y se dirigía al despacho de Janice Jaeger, la investigadora forense del turno de noche.

Estaba alterado. Tras identificar casi con seguridad a su último cadáver como Carlo Franconi, prácticamente no había dormido. Había hablado varias veces con Janice por teléfono, implorándole que consiguiera copias de todos los informes de Franconi en el Hospital General de Manhattan.

Sus pesquisas preliminares habían revelado que Franconi había estado hospitalizado allí.

También había pedido a Janice que buscara en el escritorio de Bart Arnold los números de teléfono de los bancos de órganos europeos. Puesto que la diferencia horaria era de seis horas, Jack comenzó a llamar después de las tres de la mañana. Le interesaba especialmente una organización llamada Eurotransplant, en Holanda. Cuando descubrió que ahí no había constancia de que Carlo Franconi hubiera recibido un hígado, llamó a todas las organizaciones nacionales cuyos números tenía, en Francia, Inglaterra, Italia, Suecia, Hungría y España. Nadie sabía nada de Carlo Franconi

Para colmo, la mayoría de las personas con las que había hablado aseguraban que era difícil que un extranjero hubiera sido sometido a un trasplante allí, puesto que la mayoría de los países tenían largas listas de espera con sus propios ciudadanos.

Tras pocas horas de sueño, la curiosidad lo había despertado. Incapaz de volver a dormirse, Jack decidió ir al depósito temprano y repasar el material que había reunido Janice.

– Vaya, sí que estás ansioso -señaló Janice cuando Jack entró en su despacho.

– Esta clase de casos hacen las delicias de cualquier forense.

¿Cómo te ha ido con el Hospital General de Manhattan?

– Tengo todos los informes -respondió Janice-. Franconi fue ingresado en múltiples ocasiones a lo largo de los años, sobre todo por hepatitis y cirrosis.

– Ah, mis sospechas parecen fundadas. ¿Cuándo ingresó por última vez?

– Hace aproximadamente dos meses. Pero no para un trasplante. Aunque el tema se menciona, si se le practicó trasplante, no fue en el hospital general. -Le entregó a Jack una carpeta grande.

Jack sopesó la carpeta y sonrió.

– Supongo que tengo con qué entretenerme.

– A mí me ha parecido muy repetitivo.

– ¿Y qué hay de su médico? -preguntó él-. ¿Tenía uno en particular o iba pasando de uno a otro?

– Lo atendió el mismo médico durante mucho tiempo -respondió Janice-. El doctor Daniel Levitz en la Quinta Avenida, entre las calles Sesenta y cuatro y Sesenta y cinco.

La dirección de su consulta está escrita en el sobre.

– Eres muy eficaz.

– Hago todo lo que puedo -repuso Janice-. ¿Has tenido suerte con los bancos de órganos europeos?

– En absoluto -respondió Jack-. Dile a Bart que me llame en cuanto llegue. Ahora que tenemos un nombre, debemos volver a llamar a los hospitales nacionales que hacen trasplantes.

– Si Bart no ha llegado antes de que me vaya, le dejaré una nota sobre su escritorio -dijo Janice.

Jack silbó mientras cruzaba la recepción rumbo a la sala de identificaciones. Ya podía saborear el café y soñaba con la euforia que siempre le producía la primera taza del día. Pero cuando llegó, recordó que era demasiado temprano. Vinnie Amendola estaba preparándolo en ese momento.

– Date prisa con el café -dijo mientras dejaba la pesada carpeta sobre el escritorio de metal donde Vinnie solía leer el periódico-. Esta mañana lo necesito con urgencia.

Vinnie no respondió, cosa poco habitual en él.

– ¿Sigues de mal humor? -preguntó Jack.

Tampoco esta vez respondió Vinnie, pero la mente de Jack ya estaba en otra parte. Había visto los titulares del periódico de Vinnie: Hallado el cadáver de Franconi. Debajo del titular, en letras un poco más pequeñas se leía: "El cuerpo de Franconi permaneció veinticuatro horas en el Instituto Forense sin que fuera identificado".

Jack se sentó a leer el artículo. Como de costumbre, estaba escrito en tono sarcástico e insinuaba que los médicos forenses de la ciudad eran unos ineptos. Jack pensó que era curioso que el periodista, que disponía de información suficiente para escribir el artículo, no supiera que al cuerpo le habían cortado la cabeza y las manos con el fin de ocultar su identidad. Tampoco mencionaba las heridas de bala en el torso.

Cuando Vinnie terminó de preparar el café, se acercó al escritorio donde Jack leía. Con expresión impaciente, trasladó el peso del cuerpo de una pierna a la otra. Cuando Jack alzó la vista, Vinnie dijo con tono irritado:

– ¿Te importa? Me gustaría que me devolvieras el periódico.

– ¿Has visto este artículo? -preguntó Jack señalando la primera página.

– Sí, lo he visto.

– ¿Y te sorprendió? Quiero decir, cuando hicimos la autopsia ayer, ¿se te cruzó por la cabeza que podría tratarse del cuerpo de Franconi?

– No ¿por qué iba a pensar algo así?

– No te estoy acusando de nada, sólo te pregunto si se te ocurrió la idea.

– No -respondió Vinnie-. Devuélveme mi periódico

¿Por qué no lo compras? Siempre me estás quitando el mío.

Jack se puso en pie, empujó el periódico hacia Vinnie por encima de la mesa y levantó el sobre que le había dado Janice.

– Vaya, cómo está el patio. Tal vez necesites unas vacaciones. Te estás convirtiendo en un viejo gruñón.

– Al menos no soy un gorrón -repuso Vinnie. Cogió el periódico y ordenó las páginas que Jack había sacado de su sitio.

Jack se acercó a la cafetera, se sirvió una taza hasta el tope y se la llevó a la mesa de registros. Mientras bebía con aire satisfecho, echó un vistazo a los múltiples informes de ingresos hospitalarios de Franconi. Como quería hacerse una idea rápida del caso, leyó únicamente el informe resumido del alta. Tal como le había dicho Janice, los ingresos se debían sobre todo a trastornos hepáticos, desencadenados a raíz de una hepatitis que había contraído en Nápoles, Italia.

Poco después llegó Laurie. Antes incluso de quitarse el abrigo, preguntó a Jack si había leído el periódico u oído las noticias de la mañana. Jack le dijo que había leído el Post.

– ¿Ha sido obra tuya? -preguntó Laurie mientras doblaba su abrigo y lo dejaba sobre una silla.

– ¿De qué hablas?

– Pregunto si has sido tú quien ha filtrado la información de que tu último cadáver podría ser Franconi -dijo Laurie.

Jack soltó una risita incrédula.

– Me sorprende que lo preguntes. ¿Por qué iba a hacer algo así?

– No lo sé, pero como anoche estabas tan emocionado…

Sin embargo, no pretendía ofenderte. Me sorprendió verlo en las noticias tan rápido, eso es todo.

– A mí también me sorprendió -dijo Jack-. Puede que fuera Lou.

– Eso me sorprendería todavía más que si hubieras sido tú -dijo Laurie.

¿Por qué yo? -preguntó Jack que parecía ofendido.

– El año pasado contaste la historia de las infecciones.

– Era una situación completamente distinta -respondió Jack a la defensiva-. Pretendía salvar vidas.

– Bueno, no te enfades -dijo Laurie. Para cambiar de tema preguntó-: ¿Qué casos tenemos para hoy?

– No lo he mirado -admitióJack-, pero la pila es pequeña y quiero pedirte algo especial: si es posible, me gustaría tener el día libre para dedicarlo al papeleo o a la investigación.

Laurie se inclinó y contó las carpetas de autopsias.

– No hay inconveniente; apenas tenemos diez casos dijo-. Creo que yo me asignaré sólo uno. Ahora que hemos recuperado el cadáver de Franconi, estoy incluso más interesada por descubrir cómo desapareció de aquí. Cuanto más pienso en ello, más convencida estoy de que tuvo que hacerse con la participación de uno de nuestros empleados.

Se oyó un ruido súbito, seguido de una maldición. Laurie y Jack se volvieron para mirar a Vinnie que se había puesto de pie de un salto. Había derramado el café sobre el escritorio y su regazo.

– Cuidado con Vinnie -advirtió Jack a Laurie-. Sigue de un humor de perros.

– ¿Estás bien Vinnie? -preguntó Laurie.

– Estoy bien. -Caminó con las piernas rígidas hacia la cafetera para coger servilletas de papel.

– Estoy desconcertado -dijo Jack a Laurie-. ¿Por qué el hecho de que hayamos recuperado el cadáver de Franconi ha avivado tu curiosidad por su desaparición?

– Sobre todo por lo que descubriste durante la autopsia -respondió ella-. Al principio pensé que quien fuera que había robado el cuerpo lo había hecho como venganza, por ejemplo, para privar a la víctima de un funeral decente. Pero ahora tengo la impresión de que se llevaron el cuerpo para destruir el hígado. Es muy extraño. Antes, resolver el acertijo de la desaparición del cuerpo era una especie de reto. Ahora pienso que si podemos figurarnos cómo desapareció el cadáver, también descubriremos quién se lo llevó.

– Empiezo a entender por qué Lou dijo que se sentía como un idiota ante tu habilidad para hacer las asociaciones -dijo Jack-. En el caso de la desaparición de Franconi, siempre pensé que el "qué era más importante que el "cómo". Pero tú sugieres que ambas cosas están relacionadas.

– Exactamente -convino Laurie-. El cómo nos conducirá al quién, y el quién explicar el porqué.

– Y crees que está involucrada una persona que trabaja aquí.

– Me temo que sí. No veo cómo pueden haberse llevado el cuerpo sin la ayuda de alguien del interior. Pero todavía no tengo la más remota idea de cómo lo hicieron.

Después de la llamada a Siegfried, Raymond sucumbió finalmente a las elevadas concentraciones de sustancias hipnóticas que circulaban por su torrente sanguíneo. Durmió profundamente durante las primeras horas de la mañana. Lo despertó Darlene, que corrió las cortinas para dejar entrar la luz del sol. Eran casi las ocho; la hora en que él había pedido que lo despertara.

– ¿Te sientes mejor, cariño? -preguntó Darlene.

Le pidió a Raymond que se sentara y se inclinara para ahuecarle las almohadas.

– Sí -respondió Raymond, aunque tenía la mente nublada por los somníferos.

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