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CAPITULO 7

5 de marzo de 1997, 7.20 horas.

Nueva York

La combinación de vino barato y falta de sueño retrasó el pedaleo matutino de Jack hasta el trabajo. Acostumbraba llegar a la sala de identificaciones del Instituto Forense a las siete y cuarto. Pero cuando salió del ascensor en la primera planta del depósito de cadáveres, descubrió que ya eran la siete y veinticinco, y eso le molestó. No es que llegara tarde, pero a Jack le gustaba mantener a rajatabla su horario. Había aprendido que la disciplina en el trabajo era una de las formas de evitar la depresión.

Lo primero que hacía al llegar era servirse una taza de café de la cafetera común. Hasta el aroma parecía surtir un efecto benéfico, que Jack atribuía a un condicionamiento pavloviano.

Bebió el primer sorbo. Era el maná. Aunque él mismo dudaba de que el efecto pudiera ser tan rápido, tuvo la impresión de que el leve dolor de cabeza de la resaca comenzaba a desvanecerse.

Fue al encuentro de Vinnie Amendola, el asistente que empalmaba el turno de noche con el de día. Como de costumbre, estaba sentado detrás de uno de los escritorios de metal característicos de la administración pública. Tenía los pies sobre un extremo de la mesa y la cara oculta detrás del periódico de la mañana.

Jack dobló un extremo del periódico para dejar al descubierto las facciones italianas de Vinnie. Este rondaba los treinta y, a pesar de su lamentable forma física, era apuesto.

Jack envidiaba su poblada cabellera morena. En el último año, Jack había notado que su pelo castaño con hebras de plata comenzaba a ralear en la coronilla.

– Eh, Einstein, ¿qué dice el periódico sobre el incidente del cadáver de Franconi? -preguntó Jack. El y Vinnie trabajaban juntos con frecuencia, y cada uno de ellos apreciaba el ingenio, la petulancia y el humor negro del otro.

– No lo sé -repuso, procurando arrancar su amado periódico de las manos de Jack. Estaba enfrascado en el informe del partido de baloncesto de los Knicks de la noche anterior.

Jack arrugó la frente. Vinnie no era ningún genio académico, pero sí una autoridad en sucesos de actualidad. Leía el periódico desde la primera hasta la última página a diario y memorizaba la información con impresionante exactitud.

– ¿No sale nada al respecto? -preguntóJack.

Estaba desconcertado. Había supuesto que los periodistas se cebarían en el bochorno que suponía para el gobierno la desaparición de un cadáver del depósito. Los errores burocráticos eran el tema favorito de los medios de comunicación.

– Yo no he visto nada -respondió Vinnie.

Tiró del periódico y, en cuanto lo recuperó, volvió a esconder la cara tras él.

Jack meneó la cabeza. Estaba verdaderamente sorprendido y se preguntó qué habría hecho Harold Bingham, el jefe del instituto, para ocultar semejante noticia a la prensa.

Pero cuando estaba a punto de darse la vuelta, vio los titulares: La mafia burla a las autoridades. El subtítulo rezaba:

"La familia de Vaccaro asesina a uno de los suyos y luego roba el cadáver ante las propias narices de los funcionarios municipales."

Jack arrancó el periódico de manos de Vinnie. Este bajó los pies de la mesa y pateó en el suelo.

– ¡Eh! ¿Qué haces? -protestó.

Jack dobló el periódico y lo levantó ante los ojos de Vinnie, obligándolo a mirar los titulares.

– Acabas de decir que la noticia no salía en el periódico -dijo Jack.

– No he dicho que no saliera -replicó Vinnie-, sino que no la había visto.

– ¡Joder! Está en primera página! -exclamó Jack, señalando los titulares con la taza de café.

Vinnie extendió una mano para recuperar su periódico, pero Jack se lo impidió.

– ¡Vamos! -protestó Vinnie-. Cómprate tu propio periódico.

– Has picado mi curiosidad. Con lo metódico que eres, estoy seguro de que leíste la noticia del día de cabo a rabo en el viaje en metro. ¿Qué te pasa, Vinnie?

– ¡Nada! He pasado directamente a la página de deportes.

Jack estudió la cara del asistente durante unos instantes, pero Vinnie desvió la mirada.

– ¿Estás enfermo? -preguntó Jack con tono burlón.

– ¡No! -respondió Vinnie-. ¡Devuélveme el periódico!

Jack separó las páginas de deporte y se las pasó. Luego se sentó a la mesa de registros y comenzó a leer el artículo. Comenzaba en la primera página y acababa en la tercera. Como Jack había previsto, estaba escrito en tono burlón y sarcástico. Se ensañaba tanto con la policía como con el Instituto Forense. Decía que aquel sórdido asunto era otra prueba flagrante de la incompetencia de ambas instituciones.

Laurie entró en el despacho e interrumpió la lectura a Jack. Mientras se quitaba el abrigo, le dijo que esperaba que se sintiera mejor que ella.

– No creas -repuso Jack-. La culpa es de ese vino barato que llevé a tu casa. Lo siento.

– También tiene que ver con que he dormido sólo cinco horas. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarme de la cama. -Laurie dejó el abrigo sobre una silla-.

Buenos días, Vinnie -saludó.

Vinnie guardó silencio detrás del periódico.

– Está de morros porque le he robado el periódico -explicó Jack, y se levantó para dejarle el sitio a Laurie en la mesa de registros. Esa semana le tocaba a ella distribuir las autopsias entre el personal-. Dedican los titulares y el editorial al caso de Franconi.

– No me extraña -apuntó Laurie-. Lo pasaron en todos los noticiarios, y han anunciado que Bingham saldrá en Good Morning America para intentar calmar los ánimos.

– Pues será una tarea ardua -señaló Jack.

– ¿Has mirado los casos del día? -preguntó Laurie echan do un rápido vistazo a la veintena de carpetas que había sobre la mesa.

– Acabo de llegar -contestó Jack y continuó leyendo el artículo-. ¡Vaya, esto es genial! -exclamó tras una breve pausa-. Nos acusan de compincharnos con el departamento de policía. Sugieren que hicimos desaparecer el cadáver adrede, para ayudarlos. ¿Puedes creerlo? Los periodistas son tan paranoicos que ven conspiraciones por todas partes.

– Los verdaderos paranoicos son los ciudadanos -dijo Laurie-. Los periodistas les dan lo que ellos quieren.

Pero precisamente esa clase de teorías descabelladas son las que me incitan a investigar cómo desapareció el cuerpo. El público debe saber que no tuvimos nada que ver en el asunto.

– Esperaba que después de una noche de descanso hubieras cambiado de idea y te hubieras dado por vencida -masculló Jack mientras continuaba leyendo.

– De eso nada.

– ¡Esto es ridículo! -exclamó Jack sacudiendo el periódico-. Primero insinúan que los responsables de la desaparición del cadáver somos nosotros, y luego dicen que sin duda la mafia enterró el cuerpo en los bosques de Westchester para que nunca lo encuentren.

– Es posible que la última teoría sea cierta -admitió Laurie-. A menos que el cadáver aparezca en primavera, después del deshielo. Con tanto hielo, es difícil cavar a más de treinta centímetros de profundidad.

– ¡Qué basura! -exclamó Jack cuando terminó de leer el artículo-. Toma, ¿quieres leerlo? -preguntó a Laurie.

Laurie rechazó el periódico con un ademán desdeñoso.

Gracias, ya he leído la versión del Times -respondió-. Ya era bastante cínica. No quiero conocer la opinión del New York Post.

Jack se acercó a Vinnie y le dijo, en tono burlón, que estaba dispuesto a devolver su estado virginal al periódico. Vinnie cogió las páginas en silencio.

– Vaya, hoy estás muy quisquilloso -dijo Jack al ayudante.

– Déjame en paz de una vez -le espetó Vinnie.

– ¡Guau! Ten cuidado, Laurie -dijo Jack-. Creo que Vinnie sufre tensión premental. Puede que esté planeando usar su materia gris y eso ha descompensado sus hormonas.

– ¡Caray! -exclamó Laurie-. Aquí está el cadáver que mencionó Mike Passano anoche, el que apareció flotando en el mar. ¿A quién se lo asigno? El problema es que no odio a nadie lo suficiente, así que seguro que terminaré haciéndolo yo para no sentirme culpable.

– Pásamelo a mí -propuso Jack.

– ¿No te importa? -preguntó Laurie. Ella detestaba las autopsias de cadáveres que habían pasado mucho tiempo en el agua. Eran desagradables y a menudo complicadas.

– No -respondió Jack-. Una vez te acostumbras al olor, están chupados.

– ¡Por favor! -murmuró Laurie-. No seas morboso.

– En serio. Puede ser todo un reto. Los prefiero a los heridos de bala.

– Este es las dos cosas -observó Laurie mientras ponía por escrito la asignación.

– ¡Qué encantador! -exclamó Jack. Volvió junto a la mesa de registros y miró por encima del hombro de Laurie.

– Al parecer, tiene un impacto de bala hecho a corta distancia en el cuadrante superior derecho -dijo Laurie.

– Suena mejor y mejor -respondió Jack-. ¿Cómo se llama la víctima?

– No hay nombre. De hecho, ese detalle formará parte del reto, pues le faltan las manos y la cabeza.

Laurie entregó la carpeta a Jack, que se reclinó sobre el escritorio y leyó el contenido. No había mucha información, y la poca que tenía había sido redactada por Janice Jaeger, investigadora forense.

Janice indicaba que el cuerpo había sido descubierto en el océano Atlántico, en los alrededores de Coney Island. Lo había descubierto fortuitamente la guardia costera, mientras acechaba a unos presuntos camellos al amparo de la noche.

La guardia costera seguía la pista de una llamada anónima y, en el momento del hallazgo, se hallaba en el agua con el motor parado, las luces apagadas y el radar encendido. La lancha había chocado literalmente con el cuerpo. Se suponía que se trataba de los restos del camello que había dado el chivatazo.

– No me sobran datos -reconoció Jack.

– ¿No querías un reto? -bromeó Laurie.

Jack se apartó de la mesa y cruzó la recepción en dirección a los ascensores.

– Vamos, malhumorado -dijo al pasar junto a Vinnie, pellizcándole el brazo y dando un golpecito al periódico-. Es tamos perdiendo el tiempo. -Pero al llegar a la puerta, se topó con Lou Soldano. El detective caminaba hacia su objetivo: la cafetera eléctrica-. Vaya. Deberías jugar con los Giants de Nueva York.

Parte del café de Jack se había derramado.

– Lo lamento -se disculpó Lou-. Necesito desesperadamente mi dosis de cafeína.

Los dos hombres se dirigieron hacia la cafetera. Jack se limpió la pechera de su chaqueta de pana con una servilleta de papel. Lou cogió una taza de pl stico y la llenó hasta el tope con mano temblorosa, luego bebió un par de sorbos para dejar sitio para el azúcar y la nata.

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