– Eso está mejor -dijo Franco.
Angelo se inclinó y puso su cara a escasos centímetros de la de Laurie.
– ¿No me reconoce?
Laurie se obligó a mirar la horrible cara de cicatrices del hombre, que parecía escapado de una película de terror. Tragó saliva, aunque tenía la boca seca. Incapaz de hablar, negó con la cabeza.
– ¿No? -preguntó Franco-. Vaya, doctora, me temo que acaba de herir los sentimientos de Angelo y, dadas las circunstancias, podría ser peligroso.
– Lo siento -balbuceó Laurie, pero en cuanto las palabras salieron de su boca, asoció el nombre con las quemaduras faciales del individuo que tenía delante. Era Angelo Facciolo, el lugarteniente de Cerino, que al parecer había salido de la cárcel.
– He estado esperando este momento durante cinco años -gruñó Angelo y volvió a golpear a Laurie, que estuvo a punto de caer de la silla. Agachó la cabeza y vio más sangre.
Esta vez salía de la nariz y estaba empapando la alfombra.
– ¡Basta ya, Angelo! -gritó Franco-. ¡Recuerda que sólo tenemos que hablar con ella!
Angelo tembló junto a Laurie, como si estuviera haciendo un esfuerzo sobrehumano para contenerse. Súbitamente, dio media vuelta y se sentó en el sofá. Volvió a coger al gato y lo acarició con rudeza. A Tom no pareció importarle, por que comenzó a ronronear.
Laurie consiguió erguirse en la silla. Se palpó la nariz y el labio con la mano. El labio ya comenzaba a hincharse. Se tapó la nariz para detener la hemorragia.
– Escuche, doctora Montgomery -dijo Franco-. Como ya imaginará, nos resultó muy sencillo entrar en su casa. Lo digo para que sepa que es muy vulnerable. ¿Sabe?, tenemos un problema y creemos que usted puede ayudarnos. Estamos aquí para pedirle amablemente que olvide el caso Franconi. ¿Me ha entendido?
Asustada, Laurie hizo un gesto de asentimiento.
– Estupendo -continuó él-. Como somos personas muy razonables, lo consideraremos como un favor y se lo retribuiremos con otro. Da la casualidad de que sabemos quién mató a Franconi y estamos dispuestos a decírselo. Verá, el señor Franconi era un hombre malo y por eso lo mataron. Fin del cuento. ¿Todavía me sigue?
Ella volvió a asentir. Miró a Angelo, pero desvió la vista de inmediato.
– El nombre del asesino es Vido Delbario -prosiguió Franco-. El tampoco es trigo limpio, aunque hizo un favor al mundo librándolo de Franconi. Me he tomado la molestia de apuntarle el nombre. -Se inclinó y dejó un papel sobre la mesita de centro-. Favor por favor. Quedamos en paz.
Franco hizo una pausa y miró a Laurie con aire expectante.
– Entiende lo que le digo, ¿verdad, doctora? -preguntó después de unos instantes.
Laurie asintió por tercera vez.
– Al fin y al cabo, no pedimos gran cosa -dijo Franco con franqueza, Franconi era un mal bicho. Mató a un montón de gente y merecía morir. Ahora, en lo que respecta a usted, espero que sea sensata, porque en una ciudad tan grande como ésta no hay forma de protegerla, y a Angelo, aquí presente, le encantaría ocuparse personalmente de usted. Tiene suerte de que nuestro jefe no sea un tipo duro. Es un negociador, ¿lo entiende?
Hizo otra pausa y Laurie se sintió obligada a responder.
Con dificultad, consiguió decir que entendía.
– ¡Estupendo! -exclamó Franco. Se dio una palmada en las rodillas y se incorporó-. Cuando me contaron lo inteligente que era, doctora, supe que nos entenderíamos enseguida.
Franco metió la pistola en la funda y la ocultó debajo de su abrigo Ferragamo.
– Vamos, Angelo -ordenó-. Estoy seguro de que la doctora querrá ducharse y cenar. Parece muy cansada.
Angelo se levantó, dio un paso en dirección de Laurie y luego retorció cruelmente el pescuezo del gato. Se oyó un chasquido siniestro y Tom quedó inerte sin emitir sonido alguno. Angelo arrojó el gato muerto sobre el regazo de Laurie y siguió a Franco hacia la puerta.
– ¡Oh, no! -sollozó Laurie abrazando a su gato de seis años. Sabía que le había roto el cuello. Se levantó con las piernas temblorosas. Una vez en el pasillo, oyó el ruido del ascensor que llegaba y bajaba casi de inmediato.
Todavía con Tom en los brazos, corrió a la puerta y echó todos los cerrojos. Entonces se dio cuenta de que los intrusos debían de haber entrado por la escalera de incendios.
Corrió hacia allí, sólo para encontrar la puerta abierta y rota. La cerro como pudo.
De regreso en la cocina, levantó el auricular con manos temblorosas. Su primer impulso fue llamar a la policía, pero recordó la amenaza de Franco y vaciló. Todavía podía ver la horrible cara de Angelo y su mirada furiosa.
Consciente de que se encontraba en estado de shock, Laurie contuvo las lágrimas y dejó el auricular. Pensó en llamar a Jack, pero supuso que todavía no habría llegado a casa; así pues, en lugar de telefonear, introdujo con ternura a Tom en una caja de poliestireno y lo cubrió con varias bandejas de cubitos de hielo. Luego fue al lavabo para curarse las heridas.
– -
El viaje en bici desde el depósito no fue tan duro como Jack había previsto. Es más, después de pedalear un rato, se sintió mejor de lo que se había sentido durante todo el día. Hasta se permitió cortar camino por Central Park por primera vez en un año. Aunque estaba algo nervioso, resultaba emocionante correr por los largos y sinuosos senderos.
Durante todo el trayecto pensó en GenSys y Guinea Ecuatorial. Se preguntó cómo seria aquella región de Africa.
Aunque había bromeado con Lou diciendo que debía de ser calurosa, húmeda y llena de bichos, no lo sabía con certeza.
También pensó en Ted Lynch y en lo que éste haría al día siguiente. Antes de salir del depósito, había llamado a Ted para plantearle la insólita posibilidad de un heterotrasplante.
Ted había respondido que podría comprobarlo analizando un área del ADN que especificaba las proteínas ribosómicas.
Le había explicado que esa área difería considerablemente de una especie a otra y que tenia un CD ROM con la información necesaria para identificar una especie.
Jack giró en su calle con la intención de ir a la librería del barrio para ver si tenían algún libro sobre Guinea Ecuatorial, pero cuando pasó junto al campo de baloncesto, donde ya jugaban el partido de cada tarde, tuvo otra idea. Se le ocurrió que podía haber inmigrantes ecuatoguineanos en Nueva York. Al fin y al cabo, había gente de todos los países del mundo.
Jack se dirigió al campo, desmontó y dejó la bicicleta contra el cerco de cadena. No se molestó en ponerle el candado, aunque cualquiera habría pensado que ese vecindario no era el más apropiado para dejar una bicicleta de mil dólares. En realidad, el campo de baloncesto era el único sitio de Nueva York donde Jack no necesitaba tomar precauciones.
Caminó hacia el borde del campo y saludó con una inclinación de cabeza a Spit y Flash, que estaban entre los que esperaban su turno para jugar. Varios jugadores corrían de un extremo a otro del campo, mientras la pelota cambiaba de manos o pasaba por la cesta. Como de costumbre, Warren dominaba el partido. Antes de encestar, decía siempre "está chupado", cosa que resultaba insultante para los otros jugadores, pues el noventa y nueve por ciento de los tiros pasaban con facilidad por la cesta.
Un cuarto de hora después, el partido se decidió con uno de los tiros "chupados" de Warren, y los perdedores se retiraron del campo. Warren vio a Jack y corrió a su encuentro.
– ¿Qué, tío? ¿Juegas o no?
– Me lo estoy pensando -respondió Jack-. Pero antes tengo que hacerte un par de preguntas. Primero, ¿qué tal si este fin de semana salimos con Natalie y Laurie?
– Claro -dijo Warren-. Cualquier cosa con tal de hacer callar a mi chica. No hace más que darme la paliza preguntando por ti y por Laurie.
– Segundo, ¿conoces a alguien de un pequeño pais africano llamado Guinea Ecuatorial?
– Tío, nunca sé qué va a salir por tu boca -protestó Warren-. A ver, déjame pensar.
– Está en la costa occidental de Africa. Entre Camerún y Gabón.
– Ya sé dónde está -repuso Warren-. Supuestamente lo descubrieron los portugueses y luego lo colonizaron los españoles. Claro que los negros lo habían descubierto mucho tiempo antes.
– Me sorprende que lo sepas. Yo nunca había oído hablar de ese país.
– No me extraña -replicó Warren-. Apuesto a que nunca estudiaste historia africana. Pero volviendo a tu pregunta, si, conozco a algunas personas de allí y a una familia en particular. Se llaman Ndeme y viven a dos puertas de tu casa, en dirección al parque.
Jack miró hacia el edificio y luego otra vez a Warren.
– ¿Los conoces lo suficiente para presentármelos? -preguntó-. Se me ha despertado un súbito interés por Guinea Ecuatorial.
– Sí, claro. El padre se llama Esteban y es el dueño del súper que está en Columbus. Aquel de las zapatillas anaranjadas es su hijo.
Jack siguió la dirección del dedo de Warren hasta que vio las zapatillas anaranjadas. Reconoció a su propietario como uno de los jugadores asiduos. Era un joven tranquilo y buen jugador.
– ¿Por qué no vienes a jugar un rato? -preguntó Warren-.
Después te presentaré a Esteban. Es un tío legal.
– De acuerdo, ahora vuelvo.
Después del vigorizante paseo en bici, estaba buscando una excusa para jugar al baloncesto. Todavía acusaba la tensión de las peripecias del día.
Jack volvió a coger la bicicleta, se dirigió a toda prisa a su edificio y cargó la bici por las escaleras. Abrió la puerta de su apartamento sin bajársela del hombro. Una vez dentro, fue directamente al dormitorio a buscar la ropa de deporte.
Cinco minutos después, cuando estaba a punto de salir a la calle, sonó el teléfono. Por un instante, se debatió entre atender o no la llamada, pero pensó que podría ser Ted con algún detalle sobre el ADN y la cogió. Era Laurie y estaba fuera de sí.
– -
Jack pasó un montón de billetes arrugados -más que suficiente para pagar el viaje- a través de la mampara de plástico del taxi y se apeó de un salto. Estaba frente al edificio de Laurie, donde la había dejado menos de una hora antes. Vestido con su equipo de baloncesto, corrió a la puerta y llamó al portero automático. Laurie lo esperaba en la puerta del ascensor.
– ¡Dios mío! -exclamó Jack-. Mírate el labio.
– Se curará dijo Laurie con estoicismo. Luego vio a Debra Engler espiando por la rendija de la puerta, dio un paso hacia ella y le gritó que se ocupara de sus asuntos. La puerta de la vecina se cerró bruscamente.