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– Es curioso.

– También es curioso que en cuanto el avión tomó tierra en Lyón, llamaran por radio para pedir pista de aterrizaje en Teterboro, Nueva Jersey -observó Mark-. Así que me figuro que permaneció allí sólo hasta que les dieron permiso para despegar.

– Puede que haya repostado-aventuró Lou.

– Es probable -admitió Mark-. Pero en tal caso, lo lógico seria que hubieran preparado un solo plan de vuelo con escala en Lyón, más que dos planes de vuelo diferentes. Corrieron el riesgo de que los tuvieran retenidos en Lyón durante horas.

– Quizá cambiaron de idea a último momento -sugirió Lou

– Es posible.

– O quizá no querían que nadie se enterara de que venían de Guinea Ecuatorial.

– Pues sí; no se me había ocurrido -admitió Mark-. Su pongo que por eso tú eres un encantador detective y yo un aburrido burócrata.

Lou rió.

– No soy precisamente encantador. Al contrario, creo que este trabajo me ha vuelto cínico y desconfiado.

– Es mejor que ser aburrido -replicó Mark.

Lou saludó a su amigo y, después de intercambiar las típicas y bienintencionadas promesas de volver a verse, dieron por terminada la conversación.

Durante unos instantes, Lou permaneció inmóvil, fascinado por la idea de que un avión de veinte millones de dólares llevara a un mafioso de medio pelo de Queens, Nueva York, hasta un país africano del que nunca había oído hablar. Sin duda aquel sitio remoto del Tercer Mundo no podía ser una Meca médica, donde uno acudiría para someterse a una intervención tan compleja como un trasplante de hígado.

Después de introducir el número de admisión de Frank Gleason en el ordenador, Laurie reflexionó unos instantes sobre la aparente contradicción. Procuró desentrañar el significado de aquellos datos en relación con el robo del cuerpo de Franconi. Poco a poco, una idea fue tomando forma.

Laurie se levantó de un salto y se dirigió a la planta baja en busca de Marvin. Pero éste no estaba en la oficina del depósito. Lo encontró en los compartimientos frigorificos, preparando varias camillas para su recogida.

En cuanto Laurie entró, recordó la horrible experiencia que había vivido allí durante el caso Cerino. El recuerdo la angustió de tal modo que decidió esperar a Marvin fuera. Le dijo que lo veria en la oficina del depósito en cuanto terminara.

Cinco minutos después, apareció Marvin. Dejó una pila de papeles sobre el escritorio y fue a lavarse las manos en un fregadero situado en un rincón de la estancia.

– ¿Todo en orden? -preguntó Laurie con el único propósito de entablar conversación.

– Eso creo -respondió Marvin. Se sentó al escritorio y comenzó a ordenar los papeles según el orden previsto de salida de los cuerpos.

– Después de hablar contigo, descubrí algo sorprendente -dijo Laurie, yendo al grano.

– ¿Qué? -preguntó Marvin. Terminó de arreglar los papeles y se reclinó en su silla.

– Tecleé el número de admisión de Frank Gleason en el ordenador y descubrí que el cadáver ingresó en el depósito hace más de dos semanas. No tenía nombre. ¡Era un cuerpo sin identificar!

– ¡No jodas! -exclamó Marvin. Luego, consciente de lo que acababa de decir, añadió-: Quiero decir que estoy sorprendido.

– Yo también me sorprendi-convino Laurie-. He llamado al doctor Besserman, que fue quien hizo la autopsia, para preguntarle si finalmente habían identificado el cuerpo, pero no está en su despacho. ¿No te parece extraño que Mike Passano no supiera que el cadáver figuraba como "sin identificar" en el ordenador?

– No. Yo tampoco me habría dado cuenta. Cuando introducimos el número de admisión, lo hacemos para comprobar que vosotros habéis dado permiso para retirar el cuerpo.

No nos preocupamos por el nombre.

– Esa es la impresión que me diste antes -continuó ella Y dijiste algo más que me ha hecho pensar: que en ocasiones no retiráis los cuerpos vosotros, sino los de la funeraria.

– A veces. Pero sólo cuando vienen dos personas que ya han estado antes muchas veces y por lo tanto conocen el procedimiento. Es una forma de acelerar el trámite. Uno de ellos entra en el compartimiento frigorífico a recoger el cadáver, mientras el otro y yo rellenamos los formularios.

– ¿Conoces bien a Mike Passano?

– Tan bien como a cualquiera de los otros ayudantes -respondió Marvin.

– Tú y yo nos conocemos desde hace seis años. Creo que somos amigos.

– Supongo -dijo él con suspicacia.

– Quiero pedirte un favor de amigo, aunque sólo si no te hace sentir incómodo.

– ¿Qué? -preguntó Marvin.

– Me gustaría que llamaras a Mike Passano y le dijeras que uno de los cuerpos que dejó salir la noche de la desaparición de Franconi era el de un hombre sin identificar.

– ¡Se olerá algo! ¿Por qué iba a llamarlo para contárselo en lugar de esperar a que empiece su turno?

– Puedes comportarte como si acabaras de enterarte, cosa que es cierta -sugirió Laurie-. Y puedes decirle que pensaste que debía saberlo de inmediato, ya que él estaba de servicio aquella noche.

– No sé -dijo Marvin, indeciso.

– Lo importante es que si llamas tú no lo tomará como una agresión. Si lo hago yo, creer que lo estoy acusando, y me interesa conocer su reacción sin que se ponga a la defensiva.

Pero sobre todo me gustaría que le preguntaras si esa noche vinieron dos personas de la funeraria Spoletto y, en tal caso, si recuerda quién entró a buscar el cuerpo.

– Es como tenderle una trampa-protestó Marvin.

– Yo no lo veo así. Al contrario, le darás la oportunidad de deslindar responsabilidades. ¿No lo ves? Sospecho que los que robaron el cuerpo de Franconi fueron los empleados de la funeraria Spoletto.

– No quiero llamarlo. Se olerá algo. ¿Por qué no lo lla mas tú?

– Acabo de explicártelo, porque creo que se pondrá a la defensiva -respondió Laurie-. La última vez fue así, y sólo le hice preguntas generales. Pero no te preocupes; si no quieres, no lo hagas. En cambio, quiero que me ayudes a investigar algo.

– ¿Qué? -preguntó Marvin, que empezaba a perder la paciencia.

– ¿Puedes imprimir una lista de los compartimientos que están ocupados?

– Claro, eso es fácil.

– Y por favor -añadió ella señalando el ordenador-, ya que estás, haz dos copias.

Marvin se encogió de hombros y se sentó. Con rapidez y pericia, tecleó las órdenes necesarias para imprimir la lista que le pedía Laurie. Le entregó las dos hojas en cuanto salieron de la impresora.

– ¡Excelente! -exclamó Laurie-. Ahora ven. -Mientras salía de la oficina, hizo una seña a Marvin por encima del hombro. El ayudante la siguió.

Recorrieron el pasillo de cemento de la gigantesca nave del depósito. A ambos lados estaban las filas de compartimientos frigoríficos que se usaban para guardar los cadáveres antes de la autopsia.

Laurie entregó una de las listas a Marvin.

– Quiero registrar todos los compartimientos vacíos -dijo-. Tú ocúpate de este lado, y yo me ocuparé de este otro.

El puso los ojos en blanco, pero cogió la lista. Comenzó a abrir y cerrar compartimientos, revisando el interior. Laurie hacía lo mismo al otro lado del pasillo.

– Caray -dijo Marvin después de cinco minutos de búsqueda.

Laurie se detuvo en seco.

– ¿Qué pasa? -preguntó.

– Será mejor que vengas aquí.

Ella se acercó. Marvin estaba en el fondo del pasillo, rascándose la cabeza mientras miraba la lista. Delante de él había un compartimiento abierto.

– En teoría, éste debía estar vació dijo Marvin.

Laurie echó un vistazo al interior y sintió que su pulso se aceleraba. Era el compartimiento noventa y cuatro, y no estaba muy lejos del ciento once, de donde había desaparecido Franconi.

Marvin tiró de la bandeja, que traqueteó sobre los cojinetes de bolas, rompiendo la quietud del depósito. El cuerpo correspondía a un hombre de mediana edad, con signos de traumatismos en las piernas y el torso.

– Bueno, esto lo explica todo -dijo Marvin.

– ¡Oh, no! -exclamó Laurie con una extraña mezcla de triunfo, furia y miedo en la voz-. Es el cuerpo sin identificar.

Lo abandonaron después de atropellarlo en la carretera.

Cuando Jack salió del ascensor, oyó un teléfono sonando con insistencia. A medida que avanzaba por el pasillo, comenzó a convencerse de que tenia que ser el suyo, pues su despacho era el único con la puerta abierta.

Corrió, resbaló sobre el suelo de vinilo y estuvo a punto de pasar de largo. Levantó el auricular justo a tiempo.

– ¿Dónde demonios estabas? -preguntó Lou.

– Me retuvieron en el Hospital Universitario -respondió.

Después de su última conversación telefónica con Lou, el doctor Malovar le había pedido que lo acompañara a ver unas muestras forenses y, puesto que acababa de pedirle un favor, no había podido negarse.

– Te he estado llamando cada quince minutos -señaló Lou.

– Lo siento.

– Tengo una información sorprendente y me muero por comunicártela. Este caso es muy extraño.

– Con eso no me dices nada que no sepa. ¿Qué has averiguado?

Jack percibió un movimiento por el rabillo del ojo. Se giró y vio a Laurie en el umbral. Parecía alterada. Sus ojos echaban chispas, sus labios dibujaban una mueca de furia y su cara estaba blanca como un papel.

– ¡Un momento! -dijo Jack, interrumpiendo a Lou-.

Laurie! ¿Qué te pasa?

– Tengo que hablar contigo -gruñó ella.

– Claro-dijo Jack. Pero ¿no puedes esperar un minuto?-Señaló el teléfono, indicándole que estaba hablando con alguien.

– ¡Ahora mismo! -gritó Laurie.

– De acuerdo, de acuerdo. -Era obvio que Laurie estaba más tensa que una cuerda de piano a punto de partirse-.

Oye, Lou -dijo Jack al teléfono-. Laurie acaba de llegar y está muy nerviosa. Te llamaré enseguida.

– ¡Un momento! -gritó Laurie-. ¿Estás hablando con Lou Soldano?

– Si -respondió Jack tras un pequeño titubeo. Por un instante, tuvo la absurda impresión de que ella estaba furiosa porque él hablaba con Lou.

– ¿Dónde está? -preguntó Laurie.

Jack se encogió de hombros.

– Supongo que en su despacho.

– Pregúntaselo.

Jack lo hizo y Lou respondió afirmativamente. Jack asintió con la cabeza.

– Está en su despacho -dijo.

– Dile que ahora mismo vamos a verle. -Jack vaciló. Estaba desconcertado-. ¡Díselo! -gritó Laurie.

– ¿La has oído? -preguntó a Lou. Laurie había desaparecido en el pasillo, en dirección a su despacho.

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