Con la mente más clara, procuró leerlo desde una perspectiva nueva. Tras la segunda lectura, le llamó la atención la cantidad de veces que aparecía la frase "número de admisión". Claro que no era de extrañar. Después de todo, el número de admisión era para el muerto el equivalente al número de la Seguridad Social durante su vida. Era la cifra de identificación que permitía al depósito controlar los millares de cadáveres que pasaban por allí y sus respectivos expedientes. Siempre que llegaba un cuerpo al Instituto Forense, lo primero que se hacía era adjudicarle un número.
Luego se le ataba una etiqueta con dicho número en el dedo gordo del pie.
Al mirar la palabra admisión, Laurie advirtió con sorpresa que no sabía exactamente a qué se refería. Era sencillamente una palabra que había aceptado y usaba a diario. Todos los informes de laboratorio, las radiografías, los informes de los investigadores y los documentos internos del instituto llevaban el número de admisión. En cierto modo, era más importante que el nombre de la víctima.
Laurie cogió el diccionario y buscó la palabra admisión.
Comenzó a leer y le pareció que ninguna de las definiciones tenía sentido en el contexto en que usaban el término en el depósito. Sin embargo, en la última entrada de admitir, el diccionario indicaba: "dar entrada". Es decir que el número de admisión equivalía al número de entrada.
Laurie buscó los números de admisión y los nombres de los cadáveres que se habían recogido durante el turno de noche del cuatro de marzo, cuando había desaparecido el cuerpo de Franconi. Encontró el papel debajo de una bandeja de por taobjetos. Leyó: Dorothy Kline, número 101455, y Frank Gleason, número 100385.
Gracias a sus dudas semánticas, Laurie reparó en un detalle que no había observado antes: ¡Había una diferencia de más de mil entre los dos números de admisión! Era extraño, porque los números se adjudicaban correlativamente y, conociendo la cantidad de cadáveres que ingresaban a diario en el depósito, Laurie calculó que debían de haber transcurrido varias semanas entre la llegada de uno y otro cuerpo.
Resultaba muy extraño, pues los cadáveres rara vez permanecían más de dos días en el depósito, de modo que Laurie introdujo en su ordenador el nombre de Frank Gleason.
Era el cadáver que había recogido la funeraria Spoletto.
Lo que apareció en la pantalla la dejó estupefacta.
– ¡Cielo santo! -exclamó.
– .
Lou se lo estaba pasando en grande. Aunque el público en general tenia una visión romántica de los detectives, el trabajo en si era ingrato y agotador. Lo que ocupaba a Lou en esos momentos, es decir, hacer fructíferas llamadas telefónicas desde el cómodo sillón de su despacho, era entretenido y gratificante. También era agradable saludar a viejos amigos.
– ¡Caray, Soldano! -comentó Mark Servert, el contacto de Lou en la FAA-. No sé nada de ti durante años y luego me llamas dos veces en el mismo día. Este debe de ser un caso importante.
– Es una pasada -aseguró Lou-. Y tengo algunas preguntas más para ti. Hemos descubierto que el G 4 del que te hablé antes voló de Lyón, Francia, a Teterboro, Nueva Jersey, el veintinueve de enero. Sin embargo, el individuo que investigamos no está registrado en la oficina de inmigración francesa, así que nos preguntábamos si es posible averiguar de dónde salió el N6GSU antes de aterrizar en Lyón.
– Bueno, es difícil -dijo Mark-. Sé que la ICAO…
– Un momento -interrumpió Lou-. No me hables con siglas. ¿Qué es la ICAO?
– La Organización Internacional de Aviación Civil -respondió Mark-. Sé que lleva un registro de todos los vuelos que pasan por Europa.
– Perfecto -dijo Lou-. ¿Tienes algún contacto allí?
– Sí -respondió Mark-, pero no me servirá de nada. La ICAO destruye todos los expedientes después de quince días. No los guardan.
– Genial -dijo Lou con sarcasmo.
– Y lo mismo ocurre con el Centro Europeo de Control de Tráfico Aéreo, en Bruselas -añadió Mark-. Con la cantidad de vuelos comerciales que hay a diario, acumularían montañas de papeles.
– De modo que no hay manera.
– Espera; estoy pensando -repuso Mark.
– ¿Quieres llamarme más tarde? -preguntó Lou-. Estaré aquí hasta dentro de una hora aproximadamente.
– Sí, será mejor así.
Lou estaba a punto de colgar el auricular, cuando oyó que Mark quería decirle algo más.
– Espera. Acaba de ocurrirseme una idea -dijo Mark-.
Hay un centro de control de circulación aérea, con sede en Bruselas y en Paris, que organiza los horarios de despegue y aterrizaje. Cubren toda Europa, con la sola excepción de Austria y Eslovenia. Vaya a saber por qué esos dos países están excluidos. Por lo tanto, si el N6GSU no procedía ni de Austria ni de Eslovenia, el plan de vuelo debería estar archivado.
– ¿Conoces a alguien en esa organización? -preguntó Lou.
– No; pero tengo un amigo que si -dijo Mark-. Consultaré con él.
– Te lo agradecería.
– Ningún problema -respondió Mark.
Lou colgó el auricular y tamborileó con el lápiz sobre su viejo y descascarillado escritorio de metal gris, que tenia innumerables marcas de quemaduras de cigarrillo. Estaba pensando en cómo localizar a Alpha Aviation.
En primer lugar, llamó al servicio de información telefónica de Reno. Alpha Aviation no figuraba en el listín, cosa que no sorprendió a Lou. Acto seguido, llamó al departamento de policía de Reno. Explicó quién era y pidió hablar con Paul Harvey, el jefe de homicidios.
Después de unos minutos de cháchara amistosa, Lou resumió a Paul el caso Franconi y le preguntó por Alpha Aviation.
– Nunca he oído ese nombre -dijo Paul.
– En la FAA me han dicho que es una compañía de Reno, Nevada-explicó Lou.
– No me extraña; en Nevada es fácil constituir legalmente una sociedad. Y aquí, En Reno, hay la tira de bufetes lujosos que se dedican exclusivamente a eso.
– ¿Qué me recomiendas que haga para obtener datos confidenciales sobre la compañía?
– Llama a la oficina de la Secretaria de Estado, en Carson City -respondió Paul-. Si Alpha Aviation es una compañía registrada en Nevada, aparecerá en los archivos públicos.
¿Quieres que llamemos nosotros?
– Llamaré yo -repuso Lou-. Ni siquiera estoy seguro de lo que quiero saber.
– Al menos deja que te dé el número -dijo Paul. Le pidió que esperara un minuto y Lou lo oyó gritar una orden a un subordinado. Un instante después, regresó y le dio el número de teléfono. Luego añadió-: Deberían poder ayudarte, pero si tienes algún problema, vuelve a llamarme. Y si necesitas cualquier otra cosa en Carson City, llama a Todd Arronson. Es el jefe de homicidios local y es un buen tío.
Unos minutos después Lou hablaba con la oficina de la Secretaría del Estado de Nevada. La operadora le pasó con una funcionaria que no podría haber sido más amable y servicial. Se llamaba Brenda Whitehall.
Lou le dijo que necesitaba todos los datos disponibles sobre Alpha Aviation, de Reno, Nevada.
– Un momento, por favor. -Lou la oyó teclear el nombre en el ordenador-. Muy bien, aquí está. Espere un momento que voy a buscar el expediente.
Lou puso los pies sobre el escritorio y se reclinó en el sillón. Sintió la imperiosa necesidad de encender un cigarrillo, pero se contuvo.
– Ya estoy de vuelta -dijo Brenda, y Lou oyó ruido de papeles-. ¿Qué quiere saber?
– ¿Qué datos tiene?
– Tengo el acta de constitución-respondió ella. Hizo una breve pausa para leer el documento y añadió-: Es una sociedad en comandita y el socio principal es Alpha Management.
– ¿Qué significa eso en cristiano? -preguntó Lou-. No soy abogado ni hombre de negocios.
– Significa que Alpha Management es la firma que controla la sociedad en comandita -explicó Brenda con paciencia.
– ¿Figura el nombre de alguna persona en particular?
– Por supuesto -respondió Brenda-. En el acta de constitución tiene que figurar el nombre y la dirección de los directores, de los apoderados y de los administradores de la corporación.
– Eso suena alentador -dijo Lou-. ¿Podría darme esos datos?
Lou la oyó pasar papeles.
– Mmm -dijo Brenda-. En realidad, en este caso sólo hay un nombre y una dirección.
– ¿Una sola persona está al frente de todo ese tinglado?
– Según este documento, si.
– ¿Cómo se llama?, ¿y cuál es su dirección? -preguntó Lou cogiendo un papel.
– Samuel Hartman, de la firma Wheeler, Hartman, Gottlieb y Savyer. La dirección es el número ocho de Rodeo Drive, Reno.
– Parece un bufete de abogados.
– Lo es. He reconocido el nombre.
– ¡Entonces no me servirá de nada! -exclamó Lou, que sabía que las posibilidades de conseguir información a través de un bufete de abogados eran nulas.
– Muchas compañías de Nevada están registradas así -explicó Brenda-. Pero veamos si hay alguna enmienda.
Lou ya estaba pensando en volver a llamar a Paul para pedirle información sobre Samuel Hartman, cuando Brenda emitió una pequeña exclamación, como si acabara de descubrir algo.
– Hay enmiendas -dijo-. En la primera junta directiva de Alpha Management, el señor Hartman renunció a su cargo de presidente y secretario. En su lugar se nombró a Frederick Rouse.
– ¿Tiene la dirección del señor Rouse? -preguntó Lou.
– Si. Su título es jefe del Departamento de Contabilidad de GenSys Corporation. La dirección es 150 Kendall Square, Cambridge, Massachusetts.
Lou apuntó la información y dio las gracias a Brenda. Se sentia particularmente agradecido, porque sabía que en su propia Secretaria del Estado, en Albany, no lo habrían atendido tan bien.
Lou estaba a punto de llamar a Jack para pasarle la información sobre los propietarios del avión, cuando sonó el teléfono bajo su mano. Era Mark Servert.
– Estás de suerte -dijo-. Mi amigo, el que tiene un contacto en el centro de control de circulación aérea en Europa, estaba de servicio cuando lo llamé. De hecho, está a un paso de ti, en el aeropuerto Kennedy, ayudando a dirigir el tráfico aéreo sobre el Atlántico Norte. Está en constante comunicación con estos tíos de Europa, así que los consultó de inmediato sobre el plan de vuelo del N69SU el veintinueve de enero y la respuesta apareció de inmediato en pantalla. El N69SU voló a Lyón desde Bata, Guinea Ecuatorial.
– ¡Guau! -exclamó Lou-. ¿Y dónde está eso?
– Me has pillado -respondió Mark-. Así, sin mirar un mapa, diría que en Africa occidental.