Desde la mente del escritor hasta el lector sólo existe la intervención de la imprenta. Una se puede quedar en casa y sin embargo mandar su libro a Londres, la situación perfecta para las mujeres.
En un mundo donde las mujeres son todavía el segundo sexo, muchas todavía sueñan con hacerse escritoras para así poder trabajar en casa, cumplir con sus obligaciones, cuidar a su niño recién nacido. La escritura todavía parece que se adapta a los intersticios de la vida de una mujer. Por medio de las palabras, tenemos esperanzas de cambiar nuestra clase. Puede que la pluma no siempre sea equiparable con el pene. En un mundo de ordenadores, nuestros hábiles dedos todavía nos pueden proporcionar un mundo. Uno de estos días tendremos clase. Y por eso escribimos tan febrilmente como sólo hacen los desposeídos. Escribimos para entrar en nosotras mismas, para construir nuestras casas y plantar nuestros jardines, para darnos nombres e historias, inventándonos según lo hacemos.