Para escribir este libro he contado con la colaboración de varias personas. Debo agradecer en primer lugar a mi padre, Juan José Silva, la eficacia con que ofició para mí como vehículo de transmisión oral (que quizá es la más genuina) de las historias Africanas de su padre, y también como caracterizado asesor en múltiples cuestiones relacionadas con la milicia. A él, así como a Carlos Soto, José Ignacio García, Raúl Bartolomé, Laure Merle D'Aubigné, M.ª Antonia de Miquel, Carlos Pujol, Andreu Teixidor y Eduardo Gonzalo, debo un muy valioso apoyo y oportunas observaciones sobre el. manuscrito que sirvieron, en la medida de lo posible, para mejorar el resultado final.
Especial gratitud, dadas mis carencias en la materia, siento por los consejos y orientaciones que en aspectos náuticos me proporcionó José Antonio de Tomás, quien también tuvo la deferencia de revisar desde este ángulo el manuscrito. Mi deuda se extiende a Fernando Talión por proporcionarme útiles precisiones respecto de los tratamientos y usos entre los miembros de la Armada, y a Francisco Domingo por su providencial asesoramiento en cuestiones artilleras. A Macarla González y Carmen Santana debo reconocerles, y les reconozco, algunos detalles de su infancia rural que recojo en la novela.
Mi agradecimiento y mis disculpas merece igualmente el personal de la Biblioteca Nacional y del Museo y Archivo Naval, al que importuné una y otra vez, incluso al filo del horario y con infracción de normas, para recabar información sobre Marruecos y sobre la modesta y desconocida escuadra costera de África, respectivamente.
Y por obvio dejo para el final el reconocimiento debido a mi mujer, M.ª Angeles, mi primera lectora, asesora literaria y extraliteraria y sufridora paciente del disparatado espectáculo doméstico del novelista en plena brega, que con acaso inconsciente heroísmo eligió albergar dentro de su propia casa.