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– Entonces… -titubeó el prior- creéis que el Agorero vive aún entre nosotros.

– Estoy convencido. -Sonreí-. Y se esconde porque sabe que es tarde para conseguir vuestro perdón. No sólo ha pecado contra la doctrina de la Iglesia, sino que ha infringido el quinto mandamiento: no matarás.

– ¿Cómo lo identificaremos?

– Por suerte, ha cometido un pequeño error.

– ¿Un error?

– En sus primeras cartas, cuando aún tenía esperanzas en la intervención de Roma, nos entregó una pista para que pudiéramos localizarlo.

La frente arrugada del prior se estiró por la sorpresa. Su mente bien entrenada en relacionar información dispar y en resolver enigmas le dio la solución a la velocidad del rayo:

– ¡Claro! -exclamó, llevándose las manos a la cabeza-. ¡Eso es vuestro acertijo! ¡La firma del Agorero! ¡Por eso estaba escrita en el naipe que encontramos junto al bibliotecario!

– Fray Alessandro quiso descifrar el misterio por su cuenta. Incauto, yo mismo le facilité el texto y tal vez fue su curiosidad lo que aceleró su muerte.

– En ese caso, padre Leyre, ya lo tenemos. Bastará con descifrar su jeroglífico para dar con él.

– Ojalá fuera tan fácil.

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