»"¡Veo que meser Leonardo os enseña bien!", aplaudió. "Vuestro boceto tiene grandes posibilidades… Seguid así."
»Me sentí halagado.
»"Por cierto", dijo después, "¿sabéis cuál es el significado del frasco que sostiene vuestra Magdalena?".
»Negué con la cabeza.
»"Está en el capítulo trece del Evangelio de san Marcos, pequeño. Esa mujer ungió a Jesús rompiéndole el frasco con ungüentos sobre su cabellera, como una sacerdotisa se lo haría a un verdadero rey… Un rey mortal, de carne y hueso."
»El maestro llegó en ese momento. Para sorpresa de todos, no sólo no se ofendió al ver a un intruso en su bottega, sino que su rostro se iluminó. Nada más reconocerlo, se fundieron en un abrazo, se besaron en las mejillas y comenzaron a hablar allí mismo sobre lo divino y lo humano. Fue entonces cuando escuché por primera vez algo que jamás hubiera imaginado sobre la verdadera María Magdalena:
»"Los trabajos prosiguen a buen ritmo, querido Leonardo", dijo ufano el querubín. "Aunque desde la muerte de Cosme el Viejo, tengo la impresión de que nuestros esfuerzos pueden caer en saco roto en cualquier momento. La república de Florencia, estoy seguro, se enfrentará a pruebas terribles no tardando mucho."
»El maestro tomó las manos delicadas del visitante y las apretó contra las suyas, grandes como las de un herrero.
»"¿En saco roto, dices?", su vozarrón lo sacudió todo. "¡Si tu Academia es un templo del saber tan sólido como las pirámides de Egipto! ¿O no es cierto que en pocos años se ha convertido en lugar de peregrinación favorito para jóvenes que quieren saber mas sobre nuestros brillantes antepasados? Has traducido con éxito obras de Plotino, Dionisio, Proclo y hasta del mismísimo Hermes Trismegisto, y has vertido al latín los secretos de los antiguos faraones. ¿Cómo va a hacer aguas todo ese bagaje? ¡Eres el pensador más notable de Florencia, viejo amigo!"
»El hombre del sayal negro se sonrojó.
»"Tus palabras son muy amables, amigo Leonardo. Sin embargo, nuestra lucha por recuperar el saber que la Humanidad perdió en los míticos tiempos de la Edad de Oro está en su momento más débil. Por eso he venido a verte."
»"¿Hablas de fracaso? ¿Tú?"
»"Ya sabes cuál es mi obsesión desde que traduje las obras de Platón para el viejo Cosme, ¿verdad?"
»"Claro. ¡Tu vieja idea de la inmortalidad del alma! ¡Todo el mundo honrará tu nombre por ese hallazgo! Casi puedo verlo esculpido en letras de oro sobre grandes arcos de triunfo: 'Marsilio Ficino, héroe que nos devolvió la dignidad'. ¡Hasta el Papa te colmará de bendiciones!"
»El querubín rió:
»"Siempre tan exagerado, Leonardo."
»"¿Eso crees?"
»"En realidad el mérito es de Pitágoras, de Sócrates, de Platón y hasta de Aristóteles. No mío. Yo sólo los he traducido al latín para que todos puedan acceder a ese saber."
»"¿Y entonces, Marsilio, qué te preocupa?"
»"Me preocupa el Papa, maestro. Hay muchas razones para creer que fue él quien mandó asesinar a Lorenzo de Médicis en la catedral. Y estoy seguro de que no fueron sólo ambiciones políticas las que motivaron su intentona, sino religiosas."
»Leonardo enarcó sus gruesas cejas, sin atreverse a interrumpirlo.
«"Llevamos ya muchos meses con ese maldito interdicto en la ciudad. Desde el atentado contra los Médicis la situación se ha vuelto insostenible. Las iglesias tienen prohibida la celebración de sacramentos o actos de culto, y lo peor es que esta presión continuará hasta que yo me rinda…"
»"¿Tú? -el titán dio un respingo-. ¿Y qué tienes que ver tú en esto?"
»"El Papa quiere que la Academia renuncie a la posesión de una serie de textos y documentos antiguos en los que se afirman cosas contrarias a la doctrina de Roma. La conjura contra Lorenzo buscaba, entre otras cosas, apoderarse de ellos por la fuerza. En Roma están especialmente interesados en arrebatarnos los escritos apócrifos del apóstol Juan que obran, como sabes, en nuestras manos desde hace algún tiempo."
«"Entiendo…"
»Mi maestro se acarició las barbas como hacía siempre que meditaba alguna cosa.
»"¿Y qué informaciones temes perder, Marsilio?", preguntó.
»"En esos escritos, copias de copias de líneas inéditas del apóstol amado, se nos habla de lo que ocurrió con los Doce tras la muerte de Jesús. Según ellos, las riendas de la primera Iglesia, de la original, nunca estuvieron en manos de Pedro, sino de Santiago. ¿Te imaginas? ¡La legitimidad del papado saltaría por los aires!"
»"Y crees que en Roma saben de la existencia de esos papeles y pretenden hacerse con ellos a toda costa…"
»El querubín asintió con la cabeza, añadiendo algo más:
»"Los textos de Juan no se detienen ahí."
»"¿Ah no?"
»"Dicen que además de la Iglesia de Santiago, en el seno de los discípulos nació otra escisión encabezada por María Magdalena y secundada por el propio Juan."
»El maestro torció el gesto, mientras el hombre del sayal negro proseguía:
»"Según Juan, la Magdalena siempre estuvo muy cerca de Jesús. Tanto, que muchos creyeron que debía ser ella quien continuara con sus enseñanzas, y no el hatajo de discípulos cobardes que renegaron de Él en los momentos de peligro…"
»"¿Y por qué me cuentas todo esto ahora?"
»"Porque tú, Leonardo, has sido elegido como depositario de esta información."
»El querubín de mirada noble tomó aire antes de continuar:
»"Sé lo peligroso que es conservar estos textos. Podrían llevar a cualquiera a la hoguera. Sin embargo, antes de destruirlos te ruego que los estudies, que aprendas cuanto puedas sobre esa Iglesia de la Magdalena y de Juan de la que te hablo, y que en cuanto tengas una buena ocasión vayas dejando la esencia de estos nuevos Evangelios en tus obras. Así se cumplirá el viejo mandato bíblico: quien tenga ojos para ver…"
»"… que vea."
«Leonardo sonrió. No lo pensó mucho. Aquella misma tarde le prometió al querubín hacerse cargo de aquel legado. Sé incluso que volvieron a verse y que el hombre del sayal negro entregó al maestro libros y papeles que después estudió con mucha atención. Más tarde, ante el cariz de los acontecimientos, el ascenso del fraile Savonarola al poder y el derrumbe de la casa Médicis, nos trasladamos a Milán al servicio del dux y comenzamos a trabajar en las tareas más diversas. De estar consagrados a la pintura pasamos al diseño y la construcción de máquinas de asalto o de ingenios para volar. Pero aquel secreto, aquella extraña revelación que presencié en la bottega de Leonardo, jamás se me fue de la memoria.
«¿Queréis que os sorprenda con algo más, Elena?
»Aunque el maestro nunca volvió a hablar de ello con ninguno de sus aprendices, creo que meser Leonardo está justamente ahora cumpliendo con la promesa que le hizo a aquel Marsilio Ficino en Florencia. Os lo digo con el corazón en la mano: no hay día que visite sus trabajos en el refectorio de los dominicos que no recuerde las últimas palabras que el maestro le dijo al querubín esa lejana tarde de invierno…
»" Cuando veas en una misma pintura el rostro de Juan y el tuyo propio, amigo Marsilio, sabrás que es ahí, y no en cualquier otro lugar, donde he decidido esconder el secreto que me has confiado."
»¿Y sabéis? ¡Ya he encontrado el rostro del querubín en La Última Cena!