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– ¿Y los objetos que cuelgan o sostienen los pájaros? ¿También tienen algún significado? -pregunté, aún atónito por aquella inesperada revelación.

– Mi querido hermano: todo, absolutamente todo, tiene un significado. En estos tiempos en los que cada señor, cada príncipe o cardenal tiene tantas cosas que ocultar a los demás, sus actos, las obras de arte que paga o los escritos que protege esconden cosas de él.

El prior cerró aquella frase con una enigmática sonrisa. Fue mi oportunidad:

– ¿Y vos? -siseé-. ¿También ocultáis algo?

Bandello me miró sin perder su gesto irónico. Se acarició la coronilla perfectamente rasurada y se ordenó distraídamente los cabellos.

– Un prior también tiene sus secretos, en efecto.

– ¿Y los escondería en una iglesia ya construida? -proseguí con mi apuesta.

– ¡Oh! -saltó-. Eso sería muy fácil. Primero lo contaría todo: paredes, ventanas, torres, campanas… ¡La cifra es lo más importante! Luego, con la iglesia reducida a números, buscaría cuáles de ellos podrían hermanarse con letras o palabras adecuadas. Y los compararía tanto en el número de caracteres que forman una palabra, como por el valor de esa palabra cuando se redujera a su vez a números.

– ¡Eso es gematria, padre! ¡La ciencia herética de los judíos!

– Es gematria, en efecto. Pero no es un saber despreciable, como vos dais a entender con tanto escándalo. Jesús fue judío y aprendió gematria en el templo. ¿Cómo si no sabríamos que Abraham y Misericordia son palabras numéricamente gemelas? ¿O que la escala de Jacob y el monte Sinaí suman, en hebreo, ciento treinta, lo que nos indica que ambos son dos lugares de ascenso a los cielos designados por Dios?

– Es decir -lo atajé-, que si tuvierais que esconder vuestro nombre, Vicenzo, en la iglesia de Santa María, escogeríais alguna particularidad del templo que sumara siete, igual que las siete letras de vuestro nombre.

– Exacto.

– Como, por ejemplo… ¿siete ventanas? ¿Siete óculos?

– Sería una buena opción. Aunque yo me decantaría por alguno de los frescos que adornan la iglesia. Permiten añadir más matices que una simple sucesión de ventanas. Cuantos más elementos sumes a un espacio, más versatilidad concedes al arte de la memoria. Y, la verdad, la fachada de Santa Maria es un poco simple para ello.

– ¿De veras os lo parece?

– Lo es. Además, el siete es un número sujeto a muchas interpretaciones. Es la cifra sagrada por excelencia. La Biblia recurre a ella constantemente. No se me ocurriría tomar una cifra tan ambigua para enmascarar mi nombre.

Bandello parecía sincero.

– Hagamos un trato -añadió por sorpresa-: yo os confío el acertijo en el que ahora trabaja esta comunidad, y vos me confiáis el vuestro. Estoy seguro de que podremos ayudarnos mutuamente. Como es natural, acepté.

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