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52. MONTY ALEXANDER

Así es como es, dijo, una ligera sensación de fracaso se va acentuando y el cuerpo se acostumbra a eso. No puedes evitar el vacío de la misma manera que no puedes evitar cruzar calles si vives en la ciudad, con el agravante de que a veces la calle es interminablemente ancha, los edificios parecen bodegas de películas de gángsters y algunos tipos escogen las peores horas para pensar en sus madres. «Gángsters» corresponde a «madres». En la hora azul nadie pensó en el jorobadito. Así es como es, el nombre de una pieza de Monty Alexander grabada a principios de los sesenta en un local de Los Ángeles. Tal vez «bodegas» esté junto a «madres», en las sobreimposiciones es dable un amplio margen de error. Todo pensamiento es registrado en la senda del bosque que el extranjero anduvo y desanduvo. Si lo miraras desde arriba tendrías la impresión de que se trata de una hormiga solitaria. Impulso de desconfianza: siempre hay otra hormiga que la cámara olvida. En todo poema falta un personaje que acecha al lector. «Bodegas», «gángsters», «madres», «para siempre». Tenía la voz dura, dijo, timbre sólido como derrumbe de pesadora de vacas o fardo con forraje de vacas en una piscina. Todo lo decía mientras babeaba, algunas frases eran jeroglíficos que nadie se daba el trabajo de descifrar. Ray Brown al bajo, Milt Jackson al vibráfono y otros dos más al saxo y a la batería. El propio Monty Alexander tocó el piano. ¿Manne Hole, 1961? La última imagen que el tipo vio fue la playa a las nueve de la noche. En julio atardecía muy tarde, a las nueve y media aún estaba claro. Un grupo de camareros alejándose del ojo. (Pero el ojo piensa en «bodegas», no en «camareros».) El viento levanta suaves cortinas de arena. Desde aquí parece que intentaran regresar.

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