34. RAMPAS DE LANZAMIENTO
En la escena sólo hay cuadrados. Se aguantan durante todo el día, como una foto fija, en la pantalla. Anochece. A lo lejos hay un grupo de chalets de cuyas chimeneas comienza a salir humo. Los chalets están en un valle rodeado de colinas de color marrón. Se humedecen los cuadrados. De sus rectas brota una especie de sudor cartilaginoso. Ahora es indudable que es de noche; al pie de una de las colinas un labrador entierra un paquete envuelto en periódicos. Podemos ver una noticia: en uno de los suburbios de Barcelona existe un parque infantil tan peligroso como un campo minado. En una de las fotografías que ilustran el artículo se observa un tobogán a pocos metros de un abismo; dos niños, con los pelos erizados, saludan desde lo alto del tobogán. Volvamos a los cuadrados. La superficie se ha transformado en algo que vagamente nos recuerda, como los dibujos de Rorschach, a oficinas de policía. Desde los escritorios un tipo que babea y respira con dificultad mira los cuadrados intentando reconocer los chalets, las colinas, las pisadas del labrador que se pierden en la oscuridad marrón y sepia. Ahora los cuadrados parpadean. Un policía vestido de paisano recorre un pasillo solitario y estrecho. Abre una puerta. Enfrente de él se extiende un paisaje de rampas de lanzamiento. Las pisadas del policía resuenan en los patios silenciosos. La puerta se cierra.