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26. UN SILENCIO EXTRA

Las imágenes borrosas del jorobadito y el policía empiezan a alejarse en direcciones opuestas. La escena es negra y líquida. En el espacio sin memoria aparece un tipo con el pelo corto y la barba recién afeitada. Destacan su palidez y su lentitud. Una voz dice que el sudamericano no murió. (Es de suponer que la figura que reemplaza al vapor-jorobadito y al vapor-policía es la del sudamericano.) Lleva puesta una chaqueta azul marino que induce a creer que estamos en el final del otoño. Sin duda ha estado enfermo, su palidez y el rostro demacrado así lo sugieren. La pantalla se rasga por la mitad, verticalmente. El sudamericano camina por una calle solitaria. Ha reconocido al autor y ha seguido de largo. La pantalla se recompone como si acabara de llover. Aparecen edificios grises tocados por el sol en una tarde vacía y familiar. El macadam de las calles es limpio y gris. Viento en avenidas de árboles rojos. Las nubes se reflejan, brillantes, en los ventanales de oficinas donde no hay nadie. Alguien ha creado un silencio extra. Por el fondo de la calle se desliza el monte. Casitas de tejados bermejos desperdigadas por la ladera; de algunas chimeneas escapan tenues espirales de humo. Arriba está la represa, una barraca de camineros, unos servicios de baño provisionales. A lo lejos un labriego se inclina sobre la tierra negra. Lleva un bulto envuelto en papeles de periódico amarillentos. Desaparecen las cabezas borrosas del jorobadito y el policía. «El sudamericano abrió la puerta»… «Vale, llévenselo»… «No sé si podré entrar»…

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