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– Claro. Como con todas. Pero Ricardo es justo. También da algo a cambio.

– No, no si lo que buscan es amor de verdad.

– Bueno. El camino en busca del verdadero amor no tiene por qué ser aburrido.

– No me quieres entender.

– Sí te entiendo, pero lo que digo es que Ricardo puede llevarse una sorpresa; Laura es peligrosa.

La noche y la fiesta continuaron y, llegado un momento, la música calló y las luces del pequeño escenario se encendieron. Apareció Ricardo con dos guitarras anunciando:

– Reclamo en este prestigioso escenario al mejor presidente del mundo. ¡Jaime Berenguer!

La sala se llenó de aplausos y Jaime fue empujado al escenario. Cuando subió, Ricardo dijo:

– Y uno de los peores cantantes.

– Todos rieron.

– ¡Comemierdas! -le insultó Jaime por lo bajo.

Cantaron el antiguo repertorio. Desde Simón y Garfunkel: Cecilia. You are breaking my heart… hasta La mujer que a mí me quiera ha de quererme de veras… ¡Ay! Corazón…

Para Jaime volvía el pasado brillante y romántico. Se sentía como entonces. No; mejor, mucho mejor. Pero lo que deseaba de verdad ahora era tener a Karen en sus brazos.

Cuando terminaron de cantar y los aplausos cesaron, sonó música romántica. Ricardo, rompiendo la costumbre que tenía en su local, invitó a Laura a bailar. Ambos se miraban a los ojos con ternura y una sonrisa.

– El maldito Ricardo se va a acostar con mi secretaria para celebrar mi promoción -murmuró Jaime al oído de Karen.

Ésta soltó una risa cristalina.

– No seas envidioso y sácame a bailar a mí.

Y bailaron. Y Jaime sintió todo su cuerpo deseando el cuerpo de ella. Y sintió que su alma quería unirse a la de ella. Aquello había ocurrido antes. Y volvería a ocurrir después.

Se miraron a los ojos, y brotaron toda la pasión y el amor del mundo. Y una fuerza irresistible hizo que sus labios se unieran.

Jaime notó cómo el mundo giraba alrededor de ellos, mientras un torbellino interior mezclaba pasado y futuro. Y lo mejor del infierno unió sus cuerpos. Y lo mejor del cielo unió sus almas.

En el único espacio que existía. El que ellos ocupaban ahora.

Y en el único momento que existía. Ese mismo instante. Su presente.

94

Las pantallas del ordenador portátil fluían veloces, palpitando al ritmo impuesto por las hábiles manos.

Llamaron a «mensaje nuevo» para luego introducir una lista de unas diez direcciones. Sonaron las teclas al escribir el texto:

«A todos los hermanos Guardianes del Templo, código A, sur de California:

»Sachiel, uno de nuestros bastiones claves para el asalto de Jericó ha sido neutralizado en un movimiento sorpresa. Nuestros enemigos cátaros se han aliado con Davis; la toma de Jericó peligra y también peligran algunos de nuestros hermanos. Activamos el plan de emergencia de asalto.

»Todos los hermanos de código A deben contactar de inmediato con sus líderes y alertar a los hermanos de código B que tienen a sus órdenes. Ha llegado el momento.

»Mañana las trompetas de los elegidos sonarán. La última muralla caerá y ejecutaremos la justicia de Dios entre los infieles.»

Los dedos martillearon la caja del ordenador mientras con un murmullo Arkángel revisaba el texto. Hizo dos pequeños cambios y firmó: «Arkángel.» Golpeó enter y envió el mensaje, borrando todo rastro en su máquina. Luego juntó, en actitud de rezo, sus perfectas manos, en las que desentonaba, extraña, la cicatriz de la uña del dedo índice.

El murmullo de una oración llenó el silencio de la noche.

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