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– David -dijo Andersen con voz solemne-, estoy seguro de que hablo en nombre de todos al expresar nuestro gran dolor e indignación por lo ocurrido a Steve. Era un caballero, un gran amigo y una persona muy querida por todos. Deseamos expresarte a ti en particular nuestra más sentida condolencia por la íntima amistad que sabemos os unía.

– Gracias, Andrew, y gracias a todos -repuso quedamente Davis. Luego, alzando la voz y mirando a Moore con dureza, dijo-: Señor Moore, explíquenos lo ocurrido.

La cara habitualmente roja de Moore palideció. El hombre, ex policía de gran tamaño, andares chulescos y voz autoritaria, estaba ahora sentado en el extremo de su silla y obviamente nervioso. La situación y el lugar parecían intimidarlo.

– Una bomba, señor Davis -farfulló-. Creemos que ha sido una bomba.

– ¿Quién diablos ha podido entrar y poner una bomba en pleno piso treinta y uno? -preguntó White-. Poca gente tiene acceso a esa planta, y todos son empleados.

– Y los de mantenimiento y limpieza son estrictamente controlados a la entrada y a la salida, señor -añadió Moore.

– ¿Quiere decir que lo hizo un empleado de la Corporación? -interrogó Davis, arqueando las cejas incrédulo.

– La policía iniciará la investigación de inmediato, señor, pero lo más probable es que haya sido un paquete o carta bomba exterior.

– Entonces ¿qué demonios hacía su gente? -saltó Davis-. ¡Les pagamos para que nos protejan!

– No lo sé, señor -balbuceó Moore-. Lo siento, señor, es sólo la teoría más probable. Tendremos que esperar a preguntar a Sara cuando esté en condiciones. Al señor Kurth le llegaban muchas cartas y paquetes con libros o posibles guiones para películas. Le aseguro que jamás se entregaba un paquete sospechoso y sólo los de remitente identificado y aceptado por Sara entraban en su oficina.

Se hizo el silencio. La furia de Davis parecía haber remitido y quedó como deshinchado. Su avanzada edad se manifestaba ahora como nunca antes, haciéndole parecer más pequeño.

– David -intervino White-, los empleados están muy excitados y no creo que nadie esté haciendo otra cosa que hablar de esta desgracia. Propongo que, en honor de Steve, los enviemos a casa y se cierre el edificio durante el resto del día en señal de duelo.

– Si me permite, señor -dijo Moore-. Es una buena idea. Deberíamos desalojar el edificio por si hay más bombas. Además, la policía está insistiendo en ello.

– ¡Y una mierda! ¡No vamos a desalojar el edificio! -repuso Davis golpeando la mesa con la palma de la mano. La súbita elevación de su voz sobresaltó a los concurrentes-. ¡Eso es lo que quiere el hijo de puta de la bomba! -El viejo se interrumpió un momento y, uno a uno, buscó con su mirada los ojos de los reunidos-. ¡Quieren intimidarnos, asustarnos, doblegarnos! ¡Ah no, David Davis no les dará ese placer!

– Perdona, David, pero algunos empleados están al borde del pánico por temor a otra bomba. No les podemos pedir que sean héroes -habló Andersen-. Creo que es buena idea cerrar hoy el edificio.

– Esta Corporación, como otras del país, está permanentemente amenazada -contestó con calma Davis- y algunos de nosotros mucho más. ¿Cuántas amenazas recibes a la semana, Tom?

– Bastantes -afirmó el presidente del grupo televisivo.

– Señor Moore, ¿cuántas amenazas, insultos y bromas de mal gusto reciben nuestras centralitas?

– Docenas al día, señor.

– Charly, ¿cuántas cartas recibimos con comentarios negativos sobre nuestros programas de televisión o películas, que van desde un desacuerdo razonado hasta el insulto o incluso la amenaza de muerte?

– Incontables, David -contestó White.

– ¡Incontables, ésta es la palabra! -continuó Davis subiendo de nuevo el tono-. ¡Steve había recibido incontables coacciones y amenazas de muerte! ¡Yo recibo incontables coacciones y amenazas de muerte! ¿Sabéis qué hago con ellas?

La mayoría de los asistentes movió ligeramente la cabeza afirmando conforme Davis les miraba.

La costumbre del presidente ejecutivo de seleccionar y coleccionar las cartas amenazantes más originales y violentas, o las escritas por alguien importante, para luego enmarcarlas y colgarlas en todos los aseos de la planta trigésimo segunda era casi de dominio público. Las paredes de los aseos estaban materialmente cubiertas de tales cuadros de techo a suelo, y los más intimidantes se ubicaban en los excusados.

– ¡Me cago en ellas! -añadió después de la pausa-. ¡Yo no sólo luché por este país y contra los nazis, sino también por la libertad! ¡Incluida la libertad de expresar ideas!

Todos sabían que Davis había combatido voluntario como piloto de caza en Europa durante la Segunda Guerra Mundial y que poseía la medalla al valor.

– Steve no es el primer amigo que he visto morir a mi lado. -Su voz se quebró.

Los demás le miraban consternados y con el corazón en un puño. Sus ojos estaban brillantes por las lágrimas. ¿Iba David Davis, leyenda de duro entre los duros de Hollywood, a llorar?

– En la época del senador McCarthy y su caza de brujas conseguimos sobrevivir con dignidad -continuó con voz más firme-. Directores, guionistas, actores, todo el mundo lo sabe y se nos respeta por ello.

»¿Con qué frecuencia los defensores de la mayoría moral bloquean las centralitas, mandan toneladas de cartas, presionan a los anunciantes de nuestras televisiones porque en un talk show se habló a favor del aborto, o porque en tal película se hace apología de las madres solteras o por lo que llaman lenguaje obsceno? Cualquier pretexto es bueno.

»¿Con qué frecuencia hacen lo mismo desde el otro extremo? Alegan que damos papeles «indignos» en nuestras producciones a hispanos y a negros, o que pagamos menos por el mismo trabajo a las actrices que a los actores, o que no les gusta la cara de alguien. También bloquean centralitas, amenazan, y presionan a los anunciantes.

»Cada día aparecen nuevos grupos de radicales. Incluso una organización extremista hebrea nos acusó de apoyar la causa árabe contra los judíos. ¡Y promovió un boicot! ¡Diablos! Steve era judío, yo soy judío, y desde esta casa hemos apoyado activamente la justicia y el derecho del estado de Israel. Pero no somos fanáticos y los árabes también son seres humanos.

»Siempre hemos seguido lo que nuestra conciencia dice que es lo correcto y no nos dejamos intimidar. Lo hicimos cuando Steve vivía y lo haremos ahora que uno de esos locos hijos de puta lo ha matado. -Se encaró a Charles White-. Y al contrario de lo que tú propones, en señal de respeto a Steve, hoy se trabajará normalmente.

– David, como presidente del Departamento Legal -dijo con sumo cuidado Andrew Andersen- debo insistir en la recomendación de cerrar las oficinas de inmediato como sugiere la policía. De existir otra bomba y resultar alguien herido o muerto, los juicios y las demandas por imprudencia temeraria no sólo costarían fortunas en indemnizaciones, sino que es probable se resolvieran en condenas de cárcel para alguno de nosotros.

– ¿Y darle el placer que busca al asesino? ¿Y enseñarle el camino para futuros chantajes? ¡No, absolutamente no!

– David, por favor, considéralo de nuevo -insistió Andersen-. Nadie pensará en ningún tipo de debilidad, sino en una señal de duelo lógica y natural.

– ¡Ya basta, Andy! He oído tu consejo y el de los otros. Has hecho tu trabajo y has puesto a salvo tu bonito culo de abogado. La decisión es mía y asumo personalmente toda la responsabilidad; no estaría yo en el negocio de hacer películas si no supiera asumir riesgos.

El silencio se hizo denso. Al cabo de unos momentos Tom Palmer se atrevió a hablar.

– ¿Cómo manejaremos la noticia ante los periodistas?

– Debiéramos minimizar su impacto -recomendó Cooper-. El asunto será muy negativo para nuestra cotización en bolsa. El valor de nuestras acciones se va a resentir. No sólo hemos perdido a un ejecutivo clave, sino que ha sido asesinado por una bomba instalada en el corazón de la oficina central de nuestra Corporación. Si Wall Street considera que la David Communications es el objetivo de un grupo terrorista, los inversores huirán de nuestros valores.

– Desde luego que vamos a minimizar el impacto de la noticia -admitió Davis-, pero no por la maldita jodida bolsa. Los criminales deben disfrutar lo menos posible de su crimen.

– Podríamos referirnos a lo sucedido como un «accidente» -propuso Andersen-, como una explosión de gas o algo así.

– Difícil, porque el edificio no tiene gas en esa planta, pero no imposible. -Intervino Palmer.

– Eso sería aceptable, pero como último recurso -dijo Davis-. Simplemente quiero que no se hable del suceso. Tom, encárgate de contactar personalmente con los directores de las demás cadenas de televisión. Charles, a través de nuestra agencia de relaciones públicas, controla las radios y los periódicos. Aquí no ha pasado nada, ¿entendido?

Todos asintieron con la cabeza.

– Me temo que habrá dos o tres difíciles de convencer -anunció Palmer.

– En ese caso diles que voy a hablar con sus jefes -contestó Davis-. Con bomba o sin ella aún puedo patear unos cuantos culos. Y quiero hablar en persona con el policía a cargo de este asunto.

– Sí, señor. ¿Cuándo quiere verlo? -se apresuró Moore.

– Quizá hoy por la tarde, o mañana. Ahora tengo otras prioridades.

– ¿Anna? -preguntó Andersen.

– Sí, precisamente. -Davis parecía de pronto fatigado-. Ya he hablado con su hijo. Iremos con el doctor de la familia para darle la desgraciada noticia.

»Es probable que las honras fúnebres sean el sábado y se restrinjan a la familia y los amigos íntimos.

»Mañana, a partir de las doce, no trabajaremos en señal de luto. Se comunicará mi agradecimiento personal a los empleados, que se dirijan a su iglesia, sinagoga o templo para rezar por Steve.

» La Torre permanecerá abierta, pero se cancelarán las visitas programadas para la tarde. Sólo se atenderá a las personas que hayan hecho largos desplazamientos y no puedan cambiar su cita. Se hará por respeto a ellas; no por negocio. Las entrevistas serán breves. Al final de la tarde los empleados volverán al edificio, donde los jefes de departamento o sección leerán una nota en honor de Steve antes de la salida. ¿Queda claro?

Todos asintieron.

– David -dijo Andersen-, es inevitable que los empleados hablen entre sí y que el rumor de lo que ocurrió en realidad se extienda.

– No importa. Si los medios de comunicación no hablan de ello, la noticia no existe. No ha pasado nada. Aun así espero que hables tú personalmente con los que vivieron la explosión en la planta treinta y una y con los que vieron el cuerpo en la calle. Agradeceré su discreción.

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