Литмир - Электронная Библиотека

– ¡Recítalo por tu vida, Huggonet!

– Con vuestro permiso, mi señor, me retiro -dijo Hug.

– Tenéis mi permiso, Hug -concedió Jaime-. Habla, Huggonet.

Hug salió de la tienda dando grandes zancadas.

– Espero que mi herida me permita terminar…

– ¡Maldito seas, recita! -le gritó Jaime perdiendo la paciencia.

Huggonet hizo sonar su laúd. Fátima, al oír la suave música, se apretó un poco más a Jaime.

Veo volar la blanca paloma y espero vuestro mensaje.

Pero vos estáis lejos - y no llegan las noticias.

Oigo vuestra voz cuando el viento mueve los sauces.

Pero vos estáis lejos- y sólo es mi deseo.

Huelo mi carne que se quema cuando huelo el humo.

Pero vos estáis lejos - y es sólo mi destino.

Siento la pena de vuestra ausencia cuando mi laúd llora.

Pero vos estáis lejos - y mi habitación es fría.

Oigo vuestro caballo cuando las herraduras golpean el empedrado.

Pero vos estáis lejos - y es el caballo de otro.

Ruego al Dios bueno su ayuda para que ganéis vuestras batallas.

Pero vos estáis lejos - y tardo en conocer vuestro destino.

Escucho el llanto y el temor de los niños occitanos.

Pero vos estáis lejos - y ellos pierden padres y vidas.

Siento miedo cuando los guerreros salen a luchar contra el francés.

Pero vos estáis lejos - y no sé quién vencerá.

Escucho el laúd de los juglares y su canto en nuestra habla.

Pero vos estáis lejos - y oïl matará la lengua de oc.

Mi señor, venid a Tolosa y enderezad los entuertos.

Mi señor, venid a Occitania e imponed vuestro derecho.

Haced saltar y reír de felicidad a mi corazón.

Haced cantar a las madres y que los niños jueguen en paz.

Haced callar a los que os llaman cobarde.

Haced de mi cuerpo el lugar de vuestro cuerpo.

Haced de la tierra de Oc la patria del trovador.

Venid a Tolosa, mi señor, y:

Haced valer vuestro derecho sobre Occitania.

Haced valer vuestro y único derecho sobre mí.

El eco de las últimas suaves notas se apagó. Jaime sentía un nudo en su garganta y los ojos llenos de lágrimas.

Un torrente de sentimientos e imágenes arrastraba sus pensamientos. ¡Corba! ¡Querida Corba! La dulce, la seductora. El podría buscar sucedáneos, pero no podría encontrar sustituta. Sus ojos verdes… de bruja, algunos decían. Su pelo negro brillante… como ala de cuervo que su nombre insinuaba.

Corba, el trovador.

Corba, la dama.

Corba, la mujer.

Corba, la bruja.

– Mi señor -dijo Huggonet al cabo de unos momentos-, ¿me dais recado para la dama?

Jaime no respondió hasta pasado un rato. Y luego recitó:

Pedro vendrá a Tolosa

y deshará los entuertos

y hará suyo para siempre

lo que suyo es.

Huggonet inició una sonrisa, movió sus labios memorizando las palabras e hizo una reverencia despidiéndose:

– Con vuestra venia, señor, corro a Tolosa a dar vuestro mensaje a la dama.

Al salir Huggonet, Jaime supo que jamás podría volverse atrás de lo dicho. La suerte de Occitania estaba echada.

Y también la suya.

58

La San Diego Freeway estaba poco transitada a aquellas horas de la madrugada, y Jaime conducía lentamente, tratando de establecer orden entre pensamientos y sentimientos.

Luego de su visita a la capilla subterránea, se había unido a la febril actividad de los demás con los documentos. El ambiente no era el adecuado para compartir experiencias espirituales y esta vez no hubo comentarios ni siquiera con Dubois.

A pesar de sus esfuerzos, no pudo concentrarse en los papeles. En las ocasiones anteriores, las escenas del pasado que revivía le maravillaban y asombraban, dedicando su atención a cómo se producía la increíble experiencia. El misterio estaba por resolver, pero algo le preocupaba mucho más ahora: ¿por qué le ocurría aquello a él? Debía de haber una razón, una finalidad; estaba llegando a la convicción de que existía un mensaje, una advertencia escondidos en aquello, pero que él no era capaz de descifrarlos y la certeza de que allí había un aviso martilleaba en su mente.

Algo en sus recuerdos de aquel pasado se correspondía con exactitud con la situación de hoy; había reconocido, sin lugar a dudas y con toda certeza, a la dama Corba:

Corba era Karen.

Ella había sabido todo el tiempo quién era él y quién era ella, pero no se lo dijo; esperaba que él lo descubriera. Su relación no era nueva, sino que venía de siglos y quizá hubiera ocurrido también en otras vidas. Esa nueva conciencia le daba a lo suyo otro sentido. ¿Más profundo? ¿Más místico? Jaime no lo sabía aún, pero era distinto y deseaba con urgencia poderlo hablar con ella.

Pero había bastante más. Corba estaba arrastrando al rey Pedro a una guerra en apoyo de los cátaros; sin duda la opción más peligrosa incluso para un poderoso rey.

Pero ¿no estaba ocurriendo hoy, en su vida presente, exactamente lo mismo? Karen le empujaba ahora a tomar riesgos aún desconocidos al apoyar la causa de los cátaros y, aunque éstos le eran simpáticos y los recuerdos del siglo XIII lo tenían fascinado, mantenía su espíritu crítico con respecto a su doctrina y no compartía aún muchas de sus creencias.

Lo cierto es que estaba con ellos, y Karen era la razón. La historia se repetía.

¿Tenía Corba un interés verdadero por Pedro el hombre? ¿O sólo por Pedro el rey, por su poder político y militar, y por la ayuda que podía ofrecer a los cátaros?

¿Tenía Karen un interés real por él, por Jaime como persona? ¿O su interés era por la posición clave que él ocupaba para ayudarles a derrotar a los Guardianes en la Corporación? ¿Utilizó Corba al rey Pedro? ¿Lo estaría utilizando Karen a él? Y en el caso de que lo hiciera, ¿lo amaba también?

Jaime tenía demasiadas preguntas. Pocas respuestas, pero sí una certeza: habría violencia, y la sangre iba a correr, tanto en el siglo XIII como ahora. No conocía la situación a la que el rey Pedro se enfrentaba, pero sí conocía algo del presente; su Montsegur seguro no protegería a los cátaros de hoy de sus enemigos. Sus sistemas de seguridad y sus pasadizos secretos no les ayudarían cuando el juego se jugara en serio. Todo lo más a escapar y, si no podían hacerlo, serían exterminados sin más. Afirmaban que las armas eran cosa del diablo y ¡ni siquiera había un miserable revólver en Montsegur!

Bien, él les podía haber prometido una cierta fidelidad, pero a Jaime Berenguer no lo cazarían como a una rata. No tenía ninguna intención de llegar a la perfección en esta vida y tampoco en la siguiente, si la había. En realidad no sentía ninguna prisa. Él jugaría para ganar y para que Karen ganara con él.

Y de perder la partida, con su fracaso seguramente dejaría la piel. Lo de ser mártir tendría para los cátaros múltiples compensaciones espirituales pero, por si acaso se equivocaban, él iba a concederse una pequeña satisfacción material.

Antes de dejar su pellejo de mártir en la trifulca, se llevaría por delante a varios de aquellos bastardos llamados Guardianes.

Jaime pisó a fondo el acelerador del coche, que saltó hacia adelante como intentando cortar la negra noche que se abría frente a él. Mientras, en la radio sonaba a todo volumen el rap de moda To live and die in L.A. (Vivir y morir en Los Ángeles).

Mañana, sin falta, visitaría a Ricardo.

56
{"b":"87693","o":1}