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– Contesta, bonita, ¿cuál es el código de acceso a tu PC? ¿Cual el del e-mail?

Quieren datos de la Corporación, se dijo Linda. Danny se libro del preservativo, que colocó en una bolsa junto al papel con el que se había limpiado. Vistió sus calzoncillos y abriendo las piernas de Linda, que colgaban fuera de la cama, se colocó en medio, amenazador. Chupando el cigarrillo y mostrándoselo le dijo:

– Contesta.

Linda le dio los códigos, y el otro empezó a manipular el PC.

– Bueno. Por el momento lo estás haciendo bien. Ahora dime, ¿a quién informas en la secta de los cátaros?

– ¿De qué me hablas? -Linda estaba aterrorizada pero intentaba disimularlo-. ¿Quiénes son los cátaros?

Danny le puso de nuevo la cinta adhesiva en la boca y chupando el cigarrillo a fondo apretó suavemente, para evitar que se apagara, la punta encendida sobre el pezón derecho de la chica. Linda sintió cómo su espina dorsal se arqueaba mientras un tremendo dolor se expandía por todo el pecho y luego el cuerpo. Gritó como jamás lo había hecho, pero ningún sonido pudo salir de su boca. Cuando el dolor le permitió pensar, tuvo la absoluta seguridad de que iba a morir aquella noche. Ojalá fuera pronto. La ventana estaba demasiado lejos para sus fuerzas.

Empezó a rezar.

– Padre nuestro, que estás en los cielos…

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