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– Debrel decía que en esos casos el tiempo es el factor añadido que hace que no sea conveniente confiar en tal tipo de recorrido.

– Debrel era una gran sabio -dijo Arktofílax.

Se adentraron por el pasillo que se iniciaba en el extremo de la media luna, y enseguida encontraron bifurcaciones simples, después complejas, más adelante cruces, y finalmente nodos. El Magisterpraedi dijo que toda esa parte era natural, y por tanto el único problema que podían tener era el de ir a parar a un callejón sin salida (lo que ocurrió dos o tres veces), y se trataba de confiar en la suerte y que no fueran demasiado profundos; resolvía los dilemas con la brújula, escogiendo el camino que más directamente apuntaba al Cadroiani y poniendo una señal por si tenían que retroceder, tal como marca la preceptiva.

– Me cuesta creer -dijo Ígur- que el Centro no esté protegido por un enigma o por una ley.

– Debe estarlo -dijo Arktofilax con paciencia-, pero vistas las dimensiones del conjunto y las dificultades naturales, les debía parecer inútil extenderlo a toda la superficie de la gran sala, dado además que es muy improbable que la mayor parte sea nunca transitada -se detuvo-; quizá más que inútil les debía resultar imposible.

Llegó un momento en que las opciones del recorrido eran tridimensionales: salas más o menos esféricas con orificios transitables en todas direcciones, más adelante, nudos ambiguos de pasillos y plataformas intermedias, diluidos en superficies dobles, superficies continuas y escalinatas con formas caprichosas y toboganes con bifurcaciones de las que no se veían ni principio ni final. Arktofilax se guiaba por la brújula entre parajes cada vez más abruptos, entre desplomes y cascadas de aguas dudosas.

– Esto ya no es natural -dijo Ígur, que empezaba a sentirse perdido.

– Cierto, pero aquí no existe ley, y por lo tanto no nos queda más remedio que poner marcas y confiar en la suerte.

Un poco más adelante, había un lugar en el que la iluminación fallaba, y tenían que echar mano de linternas; se oían ruidos extraños, del techo colgaban excreciones inidentificables, y por el suelo bullían aguas fétidas; llegó un momento en que la brújula daba vueltas sin control. Arktofilax se la mostró a Ígur.

– ¡Un campo magnético! Ahora sí estamos perdidos.

– Al contrario, eso quiere decir que nos acercamos a la Ley -dijo el Magisterpraedi riendo-. Ahora no hay duda, el Cadroiani tiene una estructura centrípeta de acceso, y casi seguro que debe tener una centrífuga de salida. El Protocolo de Teseo llevado a sus últimas consecuencias.

Caminaron un cuarto de hora más, y pasada una botella de Klein escalonada y llena de espejos que Ígur encontró tan fascinante que Arktofilax lo tuvo que sacar de allí, encontraron una puerta escuadrada que, una vez abierta, les ofreció un pasadizo bifurcado, iluminado por un tenue resplandor cenital de cristal líquido dorado. En el ángulo de la confluencia, una inscripción:

Del Principio de todas las Estrellas
A la Serie de la Ley
Y de ahí a la Final
Inicial

– He aquí un enigma -dijo Ígur-; ahora hay que saber si el Laberinto está construido por etimólogos o por geómetras.

– ¿Lo dices por la ? -dijo Arktofilax, que parecía entusiasmado leyendo una vez y otra la inscripción-. Pronto lo descubriremos; seguramente los constructores eran tanto una cosa como la otra, y la Entrada al Cadroiani esté regida con una predominancia y la Salida por otra. Veamos, aquí lo primero que tenemos son todas las Estrellas; ¿tienes la lista de las veintiocho que Debrel obtuvo? Ígur revolvió en la bolsa y se las dio; Arktofilax las examinó detenidamente-. Veamos -dijo-, ¿qué puede ser el Principio de todas las Estrellas de dónde se pueda extraer una serie dicotómica?

– ¿Las iniciales?

– Muy bien. ¿Y la dicotomía puede consistir…?

– ¿En vocales y consonantes?

– Perfecto.

En papel aparte, Ígur anotó cuál era vocal y cuál consonante, y obtuvo una serie.

C C V C C V C C V C V C C C C V C C C C V C V C V C C C

– No hay dos vocales seguidas -dijo-, de donde se infiere que actúan como separación de grupos; las repeticiones de consonantes son: dos, dos, dos, una, cuatro, cuatro, una, una, tres. Las metarrepeticiones producen la serie tres, uno, dos, dos, uno; la línea siguiente es uno, uno, dos, uno; después va dos, uno, uno; después uno, dos; después, uno, uno; y la última línea es dos.

– No hace falta llegar tan lejos -lo interrumpió Arktofilax-; el triángulo invertido de leyes y metaleyes es difícil de traducir en términos dicotómicos; volvamos a la serie. Contando los primeros grupos va tenemos suficiente: hay nueve, y es la Serie de la Ley; pero -apartó el papel y miró la inscripción-, ésa debe conducirnos a la Serie Final, que es la Inicial.

Ígur encontró poco clara la última relación.

– ¿Inicial de qué? ¿Del Laberinto?

– No, del proceso deductivo de las Estrellas. La Serie Inicial se debe asociar con el seis, o quizás con el siete, pero antes tenemos que encontrar la relación. -Continuaba mirando la inscripción-. Ya lo tengo, gracias a ti. Me has preguntado si el enigma es obra de geómetras o de filólogos.

– De etimólogos -lo corrigió.

– ¡Lo mismo da! La sigma indica serie sumatoria, y todo buen numerólogo sabe que el 9 está ligado a todos los juegos sumatorios, porque de la virtud de dejar invariable una suma final se derivan todas las propiedades de las series. -Ígur se mantuvo expectante, y Arktofilax prosiguió-: Se trata de las sumas finales obtenidas a través de las sumas sucesivas (o los productos por números naturales, si se prefiere) de las nueve cifras. Por ejemplo, el 2 produce la serie 2, 2+2=4, 2+2+2=6, etcétera; cuando se sobrepasa el 10, se vuelven a sumar las dos cifras obtenidas. Las series, naturalmente, son nueve. -Las escribió:

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Ígur observó la formación de bloques en pares y nones, y cómo las series completaban el ciclo cuando aparecía un nueve en la suma, y a partir.de ahí se repetían, y también cómo las cifras que sumaban 9 producían series recíprocamente inversas hasta antes de llegar al 9.

– Es curioso el caso del 3 y el 6, que son las únicas series dentro de las cuales la suma de las cifras del ciclo completo no es 45, como en las demás, sino dieciocho.

– Muy bien, Caballero -dijo Arktofilax-, he ahí el verdadero enigma que ahora tenemos planteado: ¿cuál es la Serie Final/Inicial: la del 6 o la del 7?

– Si no hemos descartado la doble aparición de Capela en la serie completa, tampoco tendríamos que descartarla ahora en la reducida, por tanto debería ser el 7, pero el 6 es la cifra que nos abrió la Primera Puerta, y por tanto la inicial.

– ¿Te inclinas por el 6? Piensa que con el 7 obtenemos 9 bloques de opciones iguales, mientras que con el 6 sólo obtenemos 3 -miró de nuevo la inscripción-; volviendo a los geómetras y a los etimólogos, ¿tienes idea de qué lugar ocupa la en el alfabeto griego?

Ígur contó mentalmente.

– ¡El dieciocho! -exclamó-. Por lo tanto, la solución es el 6…

– Sí, pero observa que la única secuencia 1,8 de todas las series se produce en la del 7, y precisamente en el lugar central.

Ígur miró a Arktofilax con desesperanza.

– ¿Qué dice la respiración del Fidai?

– Dice que pudiendo proporcionar cuarenta y cinco elecciones, ¿qué constructor se quedaría sólo con dieciocho? Te propongo que, con tantas pruebas a favor de una cosa o de otra, escojamos el 7.

Una mezcla de náusea y cansancio sobrecogió a Ígur. ¿Cuántas horas llevaban ahí metidos? Y lo curioso es que no tenía ningunas ganas de dormir. ¿Por qué el dilema entre el 6 y el 7? ¿Por qué no entre el 4 y el 5, o el 2 o el 8? Recordó las advertencias de Cuimógino, y le parecieron del todo infundadas. Hasta ese momento no había nada terrible en el Laberinto, en todo caso absurdo y tedioso. Se ocuparon de la serie.

– Existe una cuestión inicial. ¿Empezamos por la derecha o por la izquierda?

– Siendo la primera cifra impar -dijo Arktofilax-, y no habiendo indicación alguna de que se trate de una clave exiliada, empezaremos por la izquierda.

– Entonces la serie es: siete a la izquierda, cinco a la derecha, tres a la izquierda, uno a la derecha, ocho a la izquierda, seis a la derecha, cuatro a la izquierda, dos a la derecha y nueve a la izquierda.

Recogieron los útiles y comenzaron por la primera bifurcación. Siempre en terreno plano, los pasillos trazaban una ligera curva variable que impedía en todo momento ver el principio y el final. La perfecta regularidad y sorprendente estado de limpieza del trazado, que cambiaba sutilmente de radio y de dirección, hacía que los caminantes acabaran con la impresión de no moverse de sitio. Las bifurcaciones aparecían a intervalos diferentes, y Arktofilax optó por marcarlas por si tenían que retroceder. A partir de la cuarta serie, cuando los grupos eran pares, las confluencias estaban cada vez más separadas, y cuando llegaron a la última serie de los nueve a la izquierda parecía que el Laberinto era un continuo. Pasada la última bifurcación, al final de una amplia curva el trazado del pasillo se enderezó con suavidad, casi asintóticamente, y poco a poco fue ofreciendo a cada paso una perspectiva más lejana por delante, hasta que se convirtió en una recta, en cuyo final, a kilómetros de distancia, las cuatro aristas coincidían en un punto.

– Este trazado me recuerda la teoría según la cual el Laberinto reproduce las visceras maternas, y recorrerlo hace revivir un recuerdo primigenio -dijo Arktofilax, y rió-. En este caso el paralelismo es bastante explícito, pero no en el aspecto tocológico, sino en el digestivo, muy de acuerdo con el nombre que daban a la teoría los exégetas Asiáticos anteriores a Eraji, Copromaquia, o tráfico de los intestinos: aterrizaje por el aire en el interior de la boca, trituración, por tanto aumento de entropía, por tanto desorden estructural, y finalmente paso ordenado por los intestinos enrollados, el último de los cuales -señaló adelante- es recto. Los Astreos lo han resuelto de la forma más simple: Si la Entrada coincide con la Salida, se trata de un laberinto sexual; si no, de un Laberinto digestivo.

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