Литмир - Электронная Библиотека

– Quiero oír el latido de tu corazón.

– ¿El latido de mi corazón?

– Ven aquí.

Me coge de las manos y me levanta.

– ¿No deberíamos ir de compras o algo así? -pregunto.

Le sigo, nerviosa.

– Luego.

Me lleva a la cama, me sienta, se sienta a mi lado. No puedo mirarle. Estoy demasiado asustada. Me toma la muñeca, y pone un dedo sobre ella para tomarme el pulso.

– Rápido -dice-. Rapidísimo.

Estoy sudando. No suelo sudar. André me suelta, y se dirige despacio a la cocina, vuelve con una botella de champán y dos copas altas y finas.

– No -protesto.

Regreso a la silla y me siento, como una chiquilla ofendida.

– Sí -dice-. Lo necesitas.

– ¿Ah, sí?

Se ríe, abre la botella, y sirve.

– Y yo también, sinceramente -dice cuando me acerca la copa-. Esto es por Maine, y por nosotros.

Brindamos y tomo un pequeño sorbo. Pienso en Brad, en mis padres, y en todas las cosas que Lauren dijo de mí. Ya no quiero ser esa persona. No quiero.

Termino la copa entera y pido más.

Empieza a atardecer, el cuarto se llena de una cálida luz anaranjada que se filtra por las contraventanas. El champán me hace sentir que el sonido de las ranas croando al borde del estanque forma parte de mí.

– ¿Te encuentras mejor? -pregunta.

– Sí.

– Bien. ¿Ya puedes sentarte a mi lado?

– Sí.

Vuelvo a la cama.

André se acerca, me besa con dulzura, cuidadosamente, con los labios cerrados. Me besa en la boca, luego en las mejillas, el cuello, la boca otra vez. Tiernamente. Sus labios son suaves y carnosos, la cara impecablemente afeitada. Nada que ver con besar a Brad, cuyo olor me era insoportable y cuya barba pinchaba. Podría respirar André para siempre y nunca me cansaría. Le mordisqueo el labio inferior y siento que me sonríe.

– Eso está mejor -me dice.

Me aparto. Esto es casi perfecto, pero quiero que las cosas sean como me las he imaginado. El alcohol me ha dado calor y la confianza que me faltaba hace unos minutos.

– Un minuto -digo-. Quiero cambiarme de ropa.

– ¿Por qué? Estás muy bien.

– Es que tengo algo que quiero ponerme -digo.

Cuando me aparto, gimotea un poco, me retiene. Cuando me separo de su abrazo, se derrumba en la cama con una risa abierta, da patadas como un bebé con una rabieta.

– ¿Sabes? Eres muy dura -dice-. Tienes la coraza más dura que he visto.

Recojo mi bolso y me lo llevo al baño. Hay un espejo de cuerpo entero detrás de la puerta. Abro la maleta, y saco la lencería. No abulta mucho. Abro la puerta de nuevo, cojo mi copa de champán, y termino lo que queda. Me sirvo más, y también lo termino. André está apoyado en los almohadones de cuadros y me mira divertido.

– ¿Qué estás haciendo? -pregunta.

– Lo que siempre he soñado -digo.

Las palabras suenan raras. Estoy un poco mareada. Me río tontamente y vuelvo al baño, cerrando la puerta detrás de mí.

Me quito la ropa, utilizo una toallita para limpiarme mis partes, entonces recuerdo que limpiar tiene un significado distinto para André. Y sonrío. Cojo el sujetador rojo y me lo coloco en el pecho. No son grandes, pero tampoco pequeñas. Soy una copa B, y el relleno del sostén me convierte en C sin necesidad de cirugía. Después me pongo el tanga rojo de encaje. A mi madre le daría un ataque si viera lo que estoy viendo en el espejo. Me siento en el borde de la bañera con patas de garras, y me subo las medias rojas hasta los muslos, primero la pierna izquierda, luego la derecha. Despliego el liguero, y lo engancho a las medias. Entonces saco los zapatos de tacón rojos del fondo de la maleta y me los pongo. Me pongo de pie y me miro en el espejo. Me veo muy bien. Parezco una modelo de catálogo, con el pecho un poco más pequeño. No tengo nada de grasa, pero no he perdido las curvas. Parezco saludable, sexy, es como si me viera desde fuera, porque no estoy acostumbrada a verme con buenos ojos. Me gusta mi aspecto. Pero no estoy segura de poder enfrentarme a André así, incluso con el champán fluyendo por mis venas. Me lavo los dientes, me pongo desodorante y perfume, pero sigo sintiéndome insegura.

Saco el móvil de mi bolsa y marco el número de Lauren. Contesta.

– ¡Lauren! -susurro-. Soy yo, Rebecca. Necesito hablar contigo.

– ¿Rebecca? -pregunta. Parece sorprendida-. ¿Estás bien?

– Estoy en un baño en Maine con la lencería roja puesta.

– ¿Que estás qué?

– Estoy aquí con André, pero no puedo hacerlo. Me he puesto la ropa interior pero estoy muerta de miedo. ¿Qué hago?

– Por Dios, Rebecca ¿Hablas en serio? -la oigo reírse.

– Sí, hablo en serio.

Riéndose todavía, dice:

– Es genial.

Fuera, en el dormitorio, André me llama y me pregunta si estoy bien.

– Sí, estoy bien -digo.

Entonces le susurro a Lauren:

– Lo deseo tanto…, pero nunca he hecho esto. Necesito tu ayuda.

– Vale, vale. Rebecca, escúchame. Eres sexy, ¿no? Lo eres. Esto es lo que vas a hacer. Vas a salir de ese baño y vas a deslumbrarlo con tu sensualidad. ¿Me oyes?

– Sí. ¿Cómo?

– Sé tú misma, Becca. Es todo lo que tienes que hacer.

– ¿Yo misma?

– Olvídate de tus complejos. Libéralos, como una pesadilla. Vive el momento. ¿De acuerdo?

– ¿Me pinto los labios?

– Sí, de rojo.

– Bien.

Busco en mi bolsa de maquillaje, saco un lápiz de labios rojo, y me los pinto.

– ¿Lauren? -pregunto.

– ¿Sí?

– ¿Soy guapa?

– Ay, Dios mío. ¡Por supuesto que sí! Eres guapísima. Ahora vete. Deja de hablar conmigo. Sal.

– De acuerdo.

– Usa un condón.

– De acuerdo.

– Confía en ti. Eso es lo más sexy. No esperes que él lo haga todo. Atácalo. Ponte encima.

Me escucho reír como si estuviera muy lejos.

– De acuerdo, lo haré.

– Llámame más tarde y me lo cuentas todo -dice Lauren-. Quiero decir todo.

– Sólo si me prometes no escribir sobre esto en el periódico.

– Te lo prometo.

– Está bien. Adiós.

Cuelgo, me miro en el espejo de nuevo. André está tocando a la puerta.

– ¿Estás hablando por teléfono? -pregunta.

– Lauren. Tenía que hablar con Lauren.

– ¿Todo bien?

– Sí, vuelve a la cama.

– Si insistes.

– ¿Estás en la cama?

– Sí.

Respiro hondo, y me digo que soy sexy e irresistible. Me meto la mano entre las piernas y estoy húmeda. Dejo mi mano allí un momento para darme confianza. Estoy mareada por el alcohol y la emoción del momento. Quiero que todo salga perfecto. Me huelo el dedo y mi propio olor me excita.

Abro la puerta. André está sentado al borde de la cama leyendo el menú de un restaurante chino de comida para llevar, con los codos en las rodillas. Me mira, y se le cae la carta de las manos. Tiene la boca abierta. No puede hablar.

No estoy segura de cómo se supone que tengo que andar con estos zapatos. Nunca ves a ninguna mujer andar con ellos, sólo las ves tumbadas. De alguna manera tengo que llegar de la puerta del baño a la cama. Camino y trato de mover las caderas. El champán ha hecho su efecto y ya no tengo miedo. Creo de verdad que soy sexy, porque lo soy. Soy una mujer. Como cualquier otra. Tengo el mismo cuerpo, los mismos deseos y las mismas fantasías.

– ¡Jesús! -dice André-. Estás preciosa.

Esta vez soy yo quien le pone un dedo en los labios.

– Shhh -digo-. No hables. No hemos hecho nada más que hablar desde que nos conocimos. Cállate.

Sonríe con un lado de la boca y se echa hacia atrás sobre los codos. Sus piernas cuelgan fuera de la cama. Todavía tiene los zapatos puestos. Sin apartar la mirada de él, me arrodillo y se los quito. Sus párpados tiemblan, se moja los labios con la lengua. Paso mi mano lentamente por la pernera de sus pantalones, rodillas, muslos, y me detengo al lado de lo-que-ya-sabes. «¿Lo-que-ya-sabes? -Ni siquiera puedo pensar la palabra-. Junto a las pelotas. Y el pene.» Ahí mismo.

72
{"b":"125323","o":1}