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– Veíamos las llamas arriba y en el vestíbulo cuando llegamos. Petty llamó por radio a los bomberos. Yo cogí el extintor del coche patrulla e intenté entrar, pero el fuego de la entrada ya era demasiado grande. Detrás de nosotros venía otro patrullero. Fui a ver si el autor del crimen estaba aún en el terreno y Petty y los otros dos empezaron a evacuar a la gente.

Mia levantó los ojos.

– Pero ¿no encontró a nadie?

– No, lo siento, detective. No había nadie por los alrededores.

– La última vez, se fue en el coche de la víctima. Quiero que averigüe qué coches tienen Adler y Ledford y vea si aún están aquí. Si no están, emita un comunicado a todos los medios.

– ¿Qué más? -preguntó Petty-. De veras que tenemos ganas de pillar a ese hijo de puta.

Mia miró a su alrededor.

– ¿Alguno de esos tipos es el portero?

– Ese -señaló Petty-. Ese tipo alto y grande que lleva las pantuflas color rosa.

– Averigüen si el edificio tenía cámaras de seguridad. Quiero todas y cada una de las cintas de la última semana. ¡Ah!, ¿y qué vamos a hacer con esa gente? Vamos a tener que preocuparnos de no dejarlos a la intemperie.

– Vienen dos autobuses de camino -dijo Jergens-. Vamos a meterlos en la escuela de primaria que hay en el fondo de la calle hasta que podamos buscarles un refugio.

– Necesitaremos que todos presten declaración. Quiero saber si había alguien por aquí que no conociera nadie. -Mia les dirigió una dura sonrisa-. Gracias. Se lo agradezco. También Roger Burnette. -Levantó la vista cuando los agentes se dirigieron a cumplir sus órdenes-. Necesitamos hablar con Brooke. Tal vez pueda decirnos algo.

– Hunter y Mahoney las sacaron.

Mia le dirigió una mirada de incredulidad, luego se fue hacia los camiones corriendo.

– ¿Otra vez entraron ellos? Hay cuatro dotaciones aquí. ¿Por qué han tenido que ser Mahoney y Hunter, por el amor de Dios?

Reed recordó la mirada de sincero afecto que Mia le había dirigido a Hunter en el incendio de Hill. Una voz desagradable le susurró al oído, pero el teniente no le hizo caso. Pasara lo que pasase entre Mia y Hunter en el pasado, Reed había sido el que se la había llevado a la cama aquella noche.

– Quieren entrar. Después de arrastrar cadáveres, te hace sentir realmente bien sacar a una persona viva. El otro jefe lo entiende y deja que los chicos de Larry entren en el rescate.

– Al igual que Howard y Brooks me dejaron detener a DuPree.

– Sí, igual.

Hunter y Mahoney se sentaban al fondo del camión. Ambos parecían sufrir neurosis de guerra.

Mia puso la mano en el hombro de Hunter.

– David, ¿estáis bien?

Hunter asintió con ojos inexpresivos.

– Bien -murmuró.

Mahoney hizo una mueca.

– Sí, claro. Estamos muy bien. -Pero sus palabras sarcásticas estaban llenas de dolor. Cerró los ojos-. Odio tanto a ese tipo…

– ¿Qué ocurrió? -preguntó Reed con serenidad-. Contadnos todo lo que sepáis.

– Estuvimos en la parte de delante -empezó Mahoney-. Él provocó el fuego aquí también, pero el ciento ochenta y seis lo sofocó. El humo era muy denso en el apartamento de Adler, pero la cocina estaba en orden.

– Entonces, ¿dónde las encontrasteis? -preguntó Mia.

– En el dormitorio del fondo. -Mahoney sacudió la cabeza y se aclaró la garganta-. La cama estaba en llamas, todas las paredes, la alfombra, todo. -Se le quebró la voz-. Había dos mujeres en la habitación. Una estaba en el suelo. La recogí y empecé a salir. Pedí refuerzos a Hunter. Cuando la saqué, el equipo de urgencias médicas dijo que estaba casi muerta. Llevaba uno de esos pijamas resistentes al fuego, por eso su cuerpo no se quemó tanto, pero la cara y las manos sí. La habían apuñalado, destripado. -Frunció los labios y apartó el rostro.

– ¿Y la segunda mujer? -preguntó Reed con serenidad.

Hunter tragó saliva.

– Estaba atada a la cama. Desnuda. Tenía el cuerpo en llamas. Cogí una manta y la envolví en ella. Tenía las piernas rotas. Dobladas en ángulo.

Mia se puso muy tensa de repente, sus ojos se desviaron bruscamente hacia la carretera desde donde se acercaba una mujer con una trenza rubia. Dos agentes la frenaron.

– ¡Maldita sea!

Carmichael otra vez.

– Te estaba siguiendo -comentó Reed y Mia lo fulminó con la mirada.

Sabía que pensaba lo mismo que él. Carmichael había estado esperando fuera del apartamento de Mia. Había visto salir a Reed justo antes que Mia. Que Reed había pasado la noche allí sería noticia de primera plana. «¡Mierda!»

Pero Mia ya había vuelto a centrar la atención en Hunter.

– ¿Qué sucedió luego, David?

– Tuve que cortar las cuerdas para sacarla de allí. Pero no toqué nada más. La cogí y la saqué. Estaba quemada. -Le temblaba la mandíbula y la apretó con fuerza-. Muy quemada. Los de urgencias no estaban seguros de si se salvaría.

Mia apretó la mano de Hunter.

– Si se salva será gracias a vosotros dos. Eso es lo que tenéis que pensar, David. -Mia lo soltó y levantó la mirada-. Tengo que hablar con Brooke.

Reed miró hacia el edificio. El fuego estaba casi extinguido.

– Me quedaré aquí e iré en cuanto pueda. Foster y Ben deberían llegar en cualquier momento. ¿Puedes llamar a Jack?

– Sí. -Mia dio una patada a la gravilla-. Maldita sea, se nos ha vuelto a escapar.

Jueves, 30 de noviembre, 4:50 horas

– Soy la detective Mitchell. Acaban de ingresar a Brooke Adler. Víctima de violación e incendio.

La enfermera de urgencias sacudió la cabeza.

– No puede verla.

– Tengo que hablar con ella. Es la única que ha visto al asesino. Ella es su cuarta víctima.

– Me gustaría ayudarla, detective, pero no puedo dejar que la vea. Está sedada.

Pasó un médico con el ceño fruncido.

– Está muy sedada, pero aún está lo bastante lúcida para murmurar. Tiene quemaduras de tercer grado en el noventa por ciento del cuerpo. Si pensara que iba a sobrevivir, la haría esperar. Dese prisa. Estamos a punto de intubarla.

Mia apretó el paso junto al médico.

– Necesitamos hacer un test de violación.

– Ya lo he anotado en mi tablilla. Tiene muy mal aspecto, detective.

– He visto a sus dos primeras víctimas en el depósito de cadáveres, doctor. Tenían muy mal aspecto.

– Solo intento prepararla. -Le dio una mascarilla y una bata quirúrgica-. Usted primero.

Mia se detuvo. El ácido parecía quemarle la garganta y quitarle el aire. «Santo Dios», fue todo lo que pudo pensar durante unos segundos.

– ¡Oh, Cristo bendito!

– Intenté decírselo -murmuró el doctor-. Dos minutos, nada más.

La enfermera que estaba al lado de Brooke la miró fijamente.

– ¿Qué está haciendo aquí?

– Es la poli mala -dijo el médico en tono inexpresivo-. Déjela pasar.

Mia le dirigió una mirada asesina.

– ¿Qué?

El médico se encogió de hombros.

– Así es como ella la llama: la poli mala.

– Está murmurando algo sobre «diez» -dijo la enfermera.

– ¿Como el número?

– Sí.

– Hola, Brooke, soy yo, la detective Mitchell.

Brooke abrió los ojos y Mia vio el terror absoluto y el dolor más espantoso.

– Diez.

Mia levantó la mano, pero no había dónde acariciarla.

– ¿Quién te ha hecho esto, Brooke?

– Cuenta hasta diez -susurró Brooke. Gimió de dolor y a Mia se le encogió el corazón.

– Brooke, dime quién te ha hecho esto. ¿Ha sido alguien del Centro de la Esperanza? ¿Ha sido Bixby?

– Vete al infierno.

Mia se estremeció. La mujer tenía miedo de hablar con ellos. La habían obligado a hablar, ella y Reed. «Tendré que vivir con esto». Y aunque sabía que no era culpa suya, comprendió la rabia de Brooke.

– Lo siento mucho, Brooke, pero necesito tu ayuda.

– Cuenta hasta diez. -Le costaba respirar y las máquinas empezaron a pitar.

– La tensión está cayendo -dijo la enfermera de manera perentoria-. El nivel de oxígeno está cayendo.

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