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Mia entornó los ojos.

– ¡Maldita sea, odio a esa puta!

– Tengo que decirte que el sentimiento es mutuo. ¿Por qué te odia tanto?

– Tuvimos un caso de violación y asesinato de una niña y ella intentó ligarse a Abe para obtener una exclusiva, igual que lo intentó contigo en el incendio de ese apartamento. Le daba igual que Abe estuviera casado. Abe y yo acordamos que el mejor modo de quitarse a Wheaton de encima era darle la exclusiva a otro periodista. Hablamos con Lynn Pope de Chicago on the Town.

– He visto su programa, pero no la conozco.

– Lynn es una dama con clase. Confío en ella. Cuando Holly se enteró, elevó una queja formal a Spinnelli. Él nos apoyó, claro, y cuando volvió a tener una historia, le dio la exclusiva a Lynn. Así que Holly me culpa de intentar arruinar su carrera.

– ¿Por qué te culpa a ti?

– Porque los hombres solos no se habrían resistido a sus encantos. Tuve que volverlos contra ella. Es una amenaza. -Suspiró con amargura-. Y es muy buena para averiguar lo que quiere saber. La mayoría de los hombres no son capaces de resistirse a una tía que mueve el culo dentro de una minifalda.

Reed sabía que en cierto modo le estaba haciendo un cumplido, porque él se había resistido, pero también insinuaba algo más, una aceptación de que ella, Mia Mitchell, no tenía aquellos atributos y por tanto era menos deseable. Lo cual le cabreaba, porque él era la prueba viviente y doliente de lo deseable que era Mia.

– Nadie sabe lo de tu relación con la rubia, salvo los hombres que estaban en la sala esta mañana. Yo no diré ni una palabra. Spinnelli, Jack y el loquero tampoco dirán nada.

Mia se apretó los ojos con las yemas de los dedos.

– Lo sé. Te agradezco que hayas venido a contármelo. Bueno, siento mucho haberte soltado un bufido.

Reed quería acercarse, abrazarla, pero ella lo había rechazado dos veces y temía que volviera a hacerlo por tercera vez. Y lo había dejado correr. Así que allí estaba él, con las manos en los bolsillos.

– No pasa nada. -Inyectó una nota de humor en la voz-. De haber sabido lo mucho que la odiabas, te habría dejado que consiguieras una orden judicial.

Mia esbozó una media sonrisa triste.

– Sabía que eras un caballero.

«Ya has dado tu opinión. Ahora vete». Pero sus pies seguían plantados en el sitio. No podía dejarla con aquel aspecto tan derrotado.

– Mia, hace tres días que te observo. Te preocupas por las víctimas… Si han sufrido… Buscas justicia para ellas. Te preocupas por las familias. Les prestas apoyo y dignidad. Eso para mí es importante. Más importante que los cariños y los mimos y, sobre todo, mucho más importante que una que mueve el culo dentro de una minifalda.

Con ojos serios, Mia estudió a Reed a un metro y medio de distancia.

– Gracias. Es lo más bonito que me han dicho nunca.

«Ahora te puedes ir. Joder, vamos, vete», pero allí estaba él.

– Aunque te verías igual de bien con una minifalda.

A Mia se le animaron los ojos y el corazón le dio un vuelco.

– Eso es lo segundo más bonito.

Reed avanzó con paso inseguro. Mia no cedió, pero él le veía el pulso latir con fuerza en la garganta. Mia flexionaba y crispaba las manos a los lados y Reed llegó a una conclusión sorprendente: la ponía nerviosa. Era un descubrimiento que le reforzaba el ego y le infundía valor.

– Sobre lo de la otra noche -dijo Reed-. Yo te derribé.

Mia levantó la barbilla.

– Lo sé. Yo estaba allí.

– No me disparaban desde que estuve en el ejército. Mis reflejos estaban un poco oxidados.

Mia chasqueó la lengua.

– No todos.

Aquella era la oportunidad que había estado esperando.

– Así que ¿lo notaste?

– Habría sido difícil no notarlo -dijo ella con brusquedad-. Entonces, ¿era cuestión de reflejos o de interés?

Mia recuperó la actitud arrogante y equilibrada. Y de algún modo, aquello hacía que lo que iba a ocurrir fuera más… justo. Si él hubiera presionado cuando ella se sentía triste y derrotada, no habría sido justo.

– ¿Y si dijera que las dos cosas?

– Al menos serías honesto. -Por un momento le dirigió una mirada desapasionada-. Podías haber esperado a mañana para contarme lo de Wheaton. ¿Por qué has venido esta noche?

El tiempo se alargó mientras reflexionaba la respuesta, luego se aceleró como si con dos pasos hubiera eliminado la distancia que seguía separándolos. La cogió por la nuca, subió los dedos por su pelo e hizo lo que llevaba días queriendo hacer. Cuando su boca se fundió con la de ella, aún la notó tensa, luego ella lo abrazó y se puso de puntillas para devolverle el beso.

Reed se estremeció, de alivio y de liberación. Hacía mucho tiempo que no abrazaba así a una mujer. Llevaba mucho tiempo sin probar los labios de una mujer, sin notar la excitación y la rendición en su respuesta. Se dio cuenta de que le resultaba dulce. Y familiar, como si ya hubiera estado allí y hubiera hecho aquello anteriormente. Tenía cuidado con la mejilla magullada de Mia, y eso le hacía ser mucho más leve de lo que quería, mucho más breve de lo que deseaba. Dejando de lado estoicamente el deseo que nacía en su vientre, concluyó el beso, pero la abrazó fuerte.

– No estaba seguro de que quisieras esto -admitió-. Tú te alejabas de mí.

Mia descansó la frente en el hombro de Reed.

– Lo sé.

Lo dijo de un modo tan cansino que él retrocedió un paso para verle la cara.

– ¿Por qué te alejabas de mí?

– Porque no quería querer esto, pero ahora sí.

Ella levantó las pestañas y Reed notó como si le hubieran dado un puñetazo por sorpresa. Había una oscura excitación en los ojos azules de Mia. Reed notó que el corazón se le agolpaba en la garganta y le costó bajarlo para poder respirar.

– ¿Por qué? ¿Por qué no querías esto?

Mia vaciló.

– ¿Cuánto tiempo tienes?

«El tiempo. Mierda».

– ¿Qué hora es?

– Un poco más de las nueve. ¿Por qué?

– Le prometí a Beth que la recogería a las nueve y eso está en la otra punta de la ciudad.

Mia asintió.

– Lo entiendo. Podemos hablar más tarde.

Reed recogió el abrigo del viejo sofá y dio dos pasos hacia la puerta, luego se detuvo y se dio la vuelta hacia ella.

– No le pasará nada si tardo unos minutos más. En realidad, es probable que se alegre de que llegue tarde.

Mia curvó los labios en una sonrisa.

– ¿Y cómo propones que usemos esos minutos?

– Propongo que hagamos lo que tú no quieres querer.

Reed la cogió por la barbilla y le levantó el rostro, y esta vez ella salió a su encuentro elevando al instante el beso al siguiente nivel. Ardiente y húmedo y lleno de movimiento, le dejó el cuerpo temblando y deseándola mucho, mucho más. Consciente del tiempo, él se apartó de repente y le resultó gratificante ver que ella respiraba de manera tan entrecortada como él.

– Avísame cuando empieces a querer quererlo -dijo Reed-. Me aseguraré de que traigo conmigo un desfibrilador.

Mia se rio.

– Vete a casa, Solliday. Continuaremos con esto mañana. -Su sonrisa despejó una sombra-. Pero no cerca de la oficina, ¿de acuerdo?

– De acuerdo. -Se inclinó hacia delante para otro beso, luego se dio media vuelta con un juramento-. Tengo que irme. Cierra la puerta con llave cuando salga.

– Siempre la cierro.

Reed se detuvo en el descansillo al otro lado de la puerta.

– Te veré mañana a las ocho. -Con un poco de distancia física, su mente empezaba a funcionar mejor-. No salgas sola esta noche, ¿vale?

Mia parecía divertida.

– Solliday, soy policía. Se supone que soy yo quien tiene que decir eso a la gente.

Pero a Reed no le hizo ninguna gracia.

– Iré con cuidado.

Reed comprendió que aquello era lo más cerca que Mia había estado de una capitulación.

– Buenas noches, Mia.

Una expresión seria y nostálgica cruzó fugazmente su rostro.

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