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Solliday puso cara de contrariedad.

– ¿Para qué?

– Somos los investigadores principales del caso. Spinnelli responderá a todas las preguntas y nosotros asistiremos como los chicos del cartel de la cooperación entre diversos organismos. Cálmate, tus zapatos brillan. Yo tengo que ponerme el uniforme y los zapatos me aprietan.

Reed no las tenía todas consigo.

– Nos toca hacer de floreros.

– Más bien de carnaza.

El teniente enarcó las cejas.

– ¿Quién asistirá a la rueda de prensa?

La sonrisa de Mia fue demoledora.

– Spinnelli ha pedido que no sean demasiado estrictos con las acreditaciones.

– Pretende que el pirómano haga acto de presencia.

– Lo que está claro es que no lo hace para salir en la foto. Spinnelli detesta el uniforme incluso más que yo.

– De repente me entran ganas de sonreír.

Mitchell rio.

– Solliday, conduce mientras yo hago varias llamadas.

Miércoles, 29 de noviembre, 7:25 horas

Agotada después del doble turno, Tania Sladerman se tambaleó por la escalera hasta su apartamento. Sabía que el director del Beacon Inn ni siquiera le daría las gracias por cubrirlo pero, por otro lado, las horas extras le ayudarían a pagar la matrícula del semestre siguiente.

Falló dos veces antes de introducir la llave en la cerradura. Se enderezó cuando una mano la agarró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás. «Acaban de ponerme un cuchillo en el cuello», pensó.

Intentó gritar, pero el individuo le tapó la boca con la otra mano y se lo impidió.

– No digas nada o rajaré tu puñetero cuello.

Miércoles, 29 de noviembre, 7:55 horas

Mientras se dirigían a la casa del padre de Jared, Reed comentó:

– Ha sido más sencillo de lo que suponía.

Los niños que esperaban en la parada del autobús habían delatado a su compañero sin inmutarse.

– Siempre es más fácil preguntarles a los críos, ya que no les preocupa venderse al mejor postor.

La detective llamó a la puerta y aguardó, con la cabeza inclinada aparentemente en actitud de reposo, aunque Solliday sabía que no era así. Se había puesto furiosa al enterarse de quién era el padre de Jared. Abrieron la puerta y el señor Wright los miró con expresión desaforada.

La sonrisa de Mia fue todo menos agradable.

– Supongo que me recuerda, señor Wright. ¿O sería más adecuado decir Oliver Stone? Me han dicho que ahora se dedica a la industria cinematográfica.

La mirada de Wright se endureció.

– No he hecho nada malo.

– Ilegal no, pero inmoral, lo que quiera y más. Penny Hill era su vecina y sacó beneficios de su muerte. Lo recuerdo con lágrimas en los ojos. ¿También eran para la cámara?

– Le dije cuanto quería saber. Además, es mi hijo el que realizó el vídeo. Está en la escuela secundaria e hizo… hizo los deberes.

Mitchell torció la boca.

– Llámelo como quiera mientras nos entrega la cinta.

Wright quedó boquiabierto.

– No puede obligarme. Es de mi propiedad.

– Se trata de una prueba. Existen varias maneras de resolver la situación. Puede esperar aquí mientras solicito autorización o… -Mitchell levantó un dedo cuando Wright intentó protestar-, o puede ir a trabajar y dentro de una o dos horas me presentaré en su oficina, cuando todos estén en sus puestos. Esta mañana tengo que asistir a una rueda de prensa, por lo que estaré de uniforme y lo escoltaré hasta la puerta. También puede entregarme el vídeo y continuar con su vida.

Wright apretó los dientes.

– Detective, ¿me está amenazando?

Reed recordó claramente la escena de la víspera con Wheaton. Era la misma canción, pero el segundo estribillo. Cuanto más pensaba en Wheaton, más claro tenía que Mia estaba en lo cierto: había minado su autoridad y los compañeros no actuaban así.

– Exactamente. Señor Wright, ¿prefiere la puerta uno, la dos o la tres? A mí ni se me ocurriría tratar de destruir los vídeos porque supongo que, en ese caso, la detective Mitchell se encargaría de trasladarlo a comisaría y plantearía una acusación de más peso, por ejemplo, por obstrucción.

Mia asintió.

– Estoy de acuerdo, teniente. Lo acusaría de obstrucción.

– Esperen aquí -dijo Wright y cerró la puerta en sus narices.

Mitchell levantó la cabeza y volvió a contemplar con respeto al teniente.

– Me ha gustado, es como en los concursos de la tele.

La puerta se abrió y la detective se concentró en Wright, que depositó la cinta de vídeo en la mano de Reed y apenas esperó a que Mitchell rellenara el resguardo para cerrar la puerta con tanta violencia que la casa tembló.

– Gracias por cumplir con sus deberes de ciudadano con un espíritu tan animoso -se burló Mia-. Volvamos al despacho e intentemos averiguar quién es nuestra dama misteriosa. -Reed la siguió hasta el todoterreno y la detective lo miró con el ceño fruncido-. Solliday, ¿estás bien?

Reed asintió y se alegró de haber recuperado parte de la saliva porque en el instante en el que Mia lo miró con tanta seriedad su boca quedó total y absolutamente reseca. Apretó los dientes mientras se dirigían al centro. La situación era de lo más inconveniente y una pésima idea. Mejor dicho, Mia era una pésima idea. Por otro lado, recobró las imágenes que durante la noche lo habían obsesionado y, con ellas, un anhelo que lo dejó sin aliento.

Llegó a la conclusión de que la culpa era de Lauren, ya que le había metido en la cabeza la idea de que necesitaba a alguien. Le había dicho que se quedaría solo y preguntado cuánto hacía que no mantenía una relación. Quiso la mala suerte que, simultáneamente, el destino lo emparejase con una detective. Maldijo a Lauren y al destino y se preguntó qué opinaba Mia de los vínculos afectivos.

– Solliday, tu cara está… estás pálido. Déjame conducir si quieres vomitar.

El teniente rio sin alegría. Mia Mitchell sabía expresar lo obvio a la perfección.

– Estoy bien. Además, los pies no te llegan a los pedales.

Mia adoptó una expresión irónica y replicó:

– ¡Qué listillo! Solliday, limítate a conducir.

Miércoles, 29 de noviembre, 10:10 horas

Mia recorrió con la mirada a los reunidos que aguardaban con impaciencia la llegada de Spinnelli. Aunque fuera hacía frío, Spinnelli quería el máximo acceso. Los presentes eran periodistas, entre los que se mezclaba media docena de policías de paisano. Spinnelli había organizado la vigilancia por adelantado y, desde diversos ángulos, varias cámaras grababan la rueda de prensa. Holly Wheaton estaba en primera fila y parecía fulminar con la mirada a Solliday. Mia miró al teniente, que se encontraba a su lado con las piernas separadas y los brazos cruzados sobre el pecho, por lo que parecía un guardaespaldas.

– Da la sensación de que a Wheaton le gustaría romperte algún hueso -musitó la detective.

– Cuando saliste hizo varios comentarios y le aconsejé… le aconsejé que reconsiderase sus palabras.

Mia se emocionó.

– ¿Diste la cara por mí?

Solliday esbozó una sonrisa.

– Algo por el estilo.

– Bueno, gracias.

– No hay de qué.

Mitchell se balanceó ligeramente sobre sus doloridos talones mientras escrutaba los rostros de los presentes.

– ¿Ves a algún conocido?

– No veo a incendiarios conocidos, si es a lo que te refieres. Mira hacia atrás, a las diez en punto.

Mia disimuló una expresión de contrariedad.

– Una zorra rubia que lleva trenza -musitó la detective-. Todavía me fastidia que diese a conocer la identidad de Penny Hill sin darnos tiempo a informarle a la familia.

– Pero te entregó a DuPree, por lo que dijiste que figura para siempre en tu lista navideña.

– Te mentí -aseguró Mia y le oyó reír, por lo que, muy a su pesar, se sintió encantada y tranquila.

Spinnelli subió a la tarima y los presentes prestaron atención.

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