Reed rio y la besó de nuevo.
– Yo también. -Se trasladó a la silla-. Beth va a participar en otro concurso de poesía. Estoy invitado. Y tú también, si sales a tiempo.
Mia se puso seria.
– ¿Le pediste que te leyera «Casper»?
Algo vibró en los ojos oscuros de Reed, algo intenso y profundo.
– Sí, y luego le dije que la quería, tal como me aconsejaste.
– Tiene un don.
– Y que lo digas. No tenía ni idea de que se sintiera así. -Reed tragó saliva-. Pensar que creía que estaría dispuesto a cambiarla por su madre. Nunca fue mi intención herirla de ese modo.
– ¿Y qué piensas hacer al respecto?
Reed sonrió.
– He tenido una reunión con los contratistas para hablar de la casa. He aprobado los planos estructurales, pero voy a dejar que Beth y Lauren la decoren. Tú podrás opinar sobre mi dormitorio.
Mia enarcó las cejas.
– ¿No me digas?
– Vendrás a vivir con nosotros cuando salgas de aquí.
Lo dijo con una belicosidad impropia de él. Mia mantuvo las cejas en alto.
– ¿En serio?
– En serio. Al menos hasta que estés del todo bien. Después podrás irte, si quieres. ¿Tienes algo que decir al respecto, Mitchell?
Estaba nervioso. Era enternecedor.
– Vale. Pero ¿solo podré opinar?
Reed se relajó.
– No quiero rayas ni cuadros. Beth tiene buen ojo para esas cosas. Tú puedes opinar.
– Vale. -Entrelazaron sus manos-. Jeremy ha venido hoy a verme.
– Y habéis visto la tele -comentó con ironía Reed.
Mia rio.
– La historia del queso, creo. -Suspiró-. Reed, llevo días dándole vueltas a algo. -Contempló las manos de ambos-. No quiero que Jeremy crezca en un hogar de acogida, aunque sea un buen hogar como el de Dana.
– Quieres adoptarlo.
– Sí. Me preguntó si podía vivir conmigo cuando salga del hospital. Le dije que sí y haré lo que haga falta para cumplir mi promesa. Quería que lo supieras.
– Tenemos una habitación de más. Puede ocuparla. Pero no debe tener su propio televisor. Ese chiquillo ya ve suficiente tele.
Representaba tan poco esfuerzo para él acoger a un niño… Mia casi no podía hablar ante la generosidad y la facilidad con que Reed se estaba comprometiendo.
– Estamos hablando de un niño, Reed, de una persona. No quiero que tomes esta decisión a la ligera.
Reed la miró con gravedad.
– ¿Lo hiciste tú?
– No.
– Yo tampoco. -Solliday respiró hondo-. Yo también he estado dándole vueltas a algo. ¿Te acuerdas cuando te pregunté si creías en las almas gemelas?
El corazón de Mia se aceleró.
– Sí.
– Dijiste que creías que algunas personas las tenían.
– Y tú dijiste que cada persona solo podía tener una.
– No, dije que no lo sabía.
– Vale. Luego dijiste que no habías conocido a ninguna mujer que pudiera reemplazar a Christine.
– Y nunca la conoceré.
Mia parpadeó. No había esperado que la conversación fuera por esos derroteros.
– ¿Por qué me has pedido que viva en tu casa, Reed? Porque si es solo por compasión, no estoy interesada.
Reed contempló el techo con un suspiro de frustración.
– Qué mal se me da esto. Tampoco se me dio bien la primera vez. De hecho, fue Christine quien me propuso matrimonio.
Mia la miró boquiabierta.
– ¿No… no me estarás proponiendo matrimonio?
Reed le clavó esa sonrisa pícara que siempre conseguía seducirla.
– No, pero deberías haberte visto la cara. -Se llevó las manos de Mia a los labios y se puso serio-. Nadie puede reemplazar a Christine. Fue una parte importante de mi vida. Me dio a Beth. Pero lo que he comprendido es que no necesito que nadie la reemplace. -Contempló las manos de ambos-. Amaba a Christine porque con ella era más de lo que era solo. Me hacía feliz. -Levantó la vista y sonrió-. Tú me haces feliz.
Mia intentó engullir el nudo que se había formado en su garganta.
– Me alegro.
Reed levantó una ceja.
– ¿Y?
– Y tú también me haces feliz. -Mia torció el gesto-. Me pregunto cuál será el próximo desastre.
– Ser feliz no es ningún crimen, Mia. ¿Crees en el amor a primera vista?
Era una pregunta con trampa.
– No.
Reed sonrió.
– Yo tampoco. Sobre todo porque a primera vista parecías una demente.
– Y tú parecías Satanás. -Le pasó un dedo por la perilla-. Pero está empezando a gustarme. Reed, puede que no vuelva a ser la misma… nunca más.
Él recuperó la seriedad.
– Lo sé, y resolveremos los problemas a medida que se presenten. Por el momento, concéntrate en ponerte bien. Seguiremos buscando un donante compatible. -Se aclaró la garganta-. Te he traído algo. -Introdujo la mano en la bolsa de plástico y sacó el juego de mesa Clue-. Para que mantengas en forma tus habilidades detectivescas.
Los ojos de Mia se humedecieron.
– Empiezo yo. Y seré cualquier ficha menos el revólver y el cuchillo.
Reed preparó el tablero.
– Puedes ser el candelabro. Y que tengas un agujero en la barriga no es razón para hacer favoritismos contigo. Tiraremos los dados para ver quién sale primero, como todo el mundo.
Mia estaba a punto de descubrir al coronel Mustard en la biblioteca con la pipa cuando una voz en la puerta la sobresaltó.
– La señorita Scarlett en el conservatorio con la cuerda.
Mia abrió los ojos como platos.
– ¿Olivia?
Reed parecía mucho menos sorprendido, pero más preocupado.
– Olivia.
Olivia llegó al pie de la cama y respiró hondo.
– De acuerdo.
Un fino hilo de esperanza penetró en la mente de Mia.
– ¿De acuerdo qué?
Olivia miró a Reed.
– ¿No se lo has contado?
Solliday negó con la cabeza.
– No quería que se hiciera ilusiones. Además, dijiste que no.
– No, simplemente no dije que sí. -Olivia se volvió hacia Mia-. Reed me llamó el día después de que te dispararan y me explicó lo que necesitabas. También me dijo que tu madre se negó a hacerse las pruebas. Tú ganas, hermana mayor. Tu familia es mucho peor que la mía.
Mia se había quedado muda.
– ¿Estás dispuesta a hacerte las pruebas?
– No. Me he hecho las pruebas. Nunca digo que sí a nada de buenas a primeras. Tenía que informarme, hacerme las pruebas, pedir una excedencia.
– ¿Y? -preguntó Reed con impaciencia.
– Y aquí estoy. Soy compatible. Lo haremos la semana que viene.
Reed soltó un fuerte suspiro.
– Gracias a Dios.
Mia sacudió la cabeza.
– ¿Por qué?
– No porque te quiera. Ni siquiera te conozco. -Olivia frunció el entrecejo-. Pero sé a lo que tendrías que renunciar si no lo hiciera. Eres policía. Una buena policía. Si no consigues un riñón, perderás eso y Chicago te perderá a ti. Yo puedo evitar que eso ocurra y lo evitaré.
Mia la observó detenidamente.
– No me debes nada, Olivia.
– Lo sé. Creo. -Su mirada se ensombreció-. O tal vez sí. Pero que te deba algo o no carece de importancia. Si un policía de mi departamento lo necesitara, lo haría. ¿Por qué no por alguien que lleva mi misma sangre? -Enarcó las cejas-. Claro que si no quieres mi riñón…
– Sí lo quiere -dijo firmemente Reed. Cogió la mano de Mia-. Deja que te ayude, Mia.
– Olivia, ¿lo has meditado bien? -No quería hacerse ilusiones. Todavía no.
Olivia se encogió de hombros.
– Mi médico me ha dicho que podré volver al trabajo en dos o tres meses. Mi capitán está de acuerdo en que me tome ese tiempo. No creo que hubiera podido aceptar si no hubiesen sido esas las condiciones.
Mia aguzó la mirada.
– Una vez que me lo des no pienso devolvértelo.
Olivia rio.
– Lo sé. -Acercó una silla a la cama de Mia y recuperó la seriedad-. Quería disculparme contigo. La noche que hablamos… estaba tan alterada que conduje directamente hasta Minnesota.
– Necesitabas tiempo. Nunca fue mi intención soltártelo de ese modo.
– Lo sé. Habías tenido un mal día. Por cierto, buen trabajo con el caso Kates. -Sonrió-. Leo el Trib. Tengo boicoteado el Bulletin por principios.