Dando vueltas por allí me encontré una cafetera eléctrica y café en una lata, y me hice una taza. Al beberlo solo, recordé los acontecimientos de la noche anterior: el encuentro con Paige y la cena con Ferrant. Recordaba de modo confuso haber llamado a la Escuela Naval de los Grandes Lagos. Me acordé de la razón. Ahora que estaba sobria, seguía pareciéndome una buena idea.
Llamé a la escuela desde un teléfono blanco que encontré en la cocina. En esta ocasión me contestó un joven. Le dije que era detective, lo que interpretó como si fuera policía. Mucha gente lo cree y es mejor no desilusionarles.
– Niels Grafalk tiene su yate privado en la escuela -dije-. Quiero saber si se lo llevó el domingo de madrugada.
El joven marinero me puso con el muelle, para que hablara con el guarda.
– El señor Grafalk maneja su barco en privado -me dijo el guarda-. Podemos preguntar y averiguarlo.
Le dije que sería estupendo y que volvería a llamar dentro de una hora. Me puse la ropa de nuevo. Ya estaba un poco sucia por entonces. Había perdido un traje pantalón de cuero, vaqueros y dos camisetas a resultas de aquel caso. Puede que fuera hora de comprar ropa nueva. Me fui del apartamento de Ferrant, bajé en el ascensor y crucé la calle hasta Water Tower Place, donde me regalé un nuevo par de vaqueros y una camisa roja con una raya amarilla en diagonal en Field's. Más fácil que volver a mi apartamento en aquel momento.
Me fui al Loop. No había estado en la oficina desde la mañana en que hablé con la señora Kelvin, y el suelo junto a la puerta estaba cubierto de correo. Lo revisé rápidamente. Facturas y publicidad. Ninguna solicitud de millonarias para que encontrase a sus maridos desaparecidos. Tiré el montón a la basura y telefoneé de nuevo a la Escuela Naval.
El joven marinero estaba dispuesto a ser útil.
– Llamé a la oficina del almirante Jergensen, pero allí nadie sabía nada del barco. Me dijeron que llamara al chófer del señor Grafalk, que es el que suele ayudarle cuando el señor Grafalk quiere salir en el barco. Él quiso saber por qué lo preguntábamos, así que le dije que la policía estaba interesada, y él dijo que el barco no había salido el sábado por la noche.
Le di las gracias débilmente por su ayuda y colgué. No había previsto aquello. Llamaron a Grafalk. Por lo menos dijeron que era la policía y no dieron ni nombre, ya que no le había dicho al marinero quién era. Pero si había pruebas en el barco, se darían buena prisa en borrarlas.
Dudé en si llamar a Mallory, pero no veía el modo de convencerle de hacer un registro. Pensé en los posibles argumentos que podía utilizar. Él seguía creyendo que Boom Boom y yo habíamos sido víctimas de distintos accidentes. Nunca iba a poder convencerle de que Grafalk era un asesino. A menos que tuviese una muestra de la sangre de Phillips cogida en el yate de Grafalk.
Pues muy bien. Conseguiría la muestra. Me dirigí a una caja fuerte empotrada en la pared de mi oficina. No soy Peter Wimsey y no dispongo de un laboratorio policial completo, pero poseo los rudimentos, como productos químicos que detectan la presencia de sangre. Y unas cuantas bolsas de plástico autoadhesivas para meter muestras. Tengo también allí dentro una navaja de la Armada, así que la cogí. Con una hoja de tres pulgadas, no servía como arma, sino como herramienta. Su hoja afiladísima era ideal para cortar un trocito de alfombra, de cubierta o de lo que fuera el sitio donde estuviese la prueba. Mis ganzúas y una lupa completaban el conjunto.
Vacié el bolso, me puse el carnet de conducir y la licencia de detective en el bolsillo con algo de dinero y metí mi equipo de investigadora en el compartimento de cremallera. Fui a buscar mi coche a Grant Park, donde me cobraron cincuenta dólares. No estaba segura de recordar todos mis gastos para pasarle una nota a los bienes de Boom Boom. Necesitaba ser más metódica y anotarlos.
Eran más de las cuatro cuando llegué a la autopista de Edens. Mantuve el velocímetro a sesenta y cinco millas hasta llegar al peaje. El tráfico era intenso, la primera tanda de ejecutivos que salían hacia el norte de la ciudad, y fui por el carril rápido a la velocidad de los demás para no arriesgarme a que me pusieran una multa y al retraso que eso me produciría.
A las cinco salí hacia la carretera 137 y me dirigí hacia el lago. En lugar de girar por Green Bay hacia Lake Bluff, entré por Sheridan Road y giré a la izquierda, siguiendo la carretera que llevaba a la Escuela Naval de los Grandes Lagos.
Había un guardia a la entrada de la base. Le eché mi sonrisa más simpática, intentando con todas mis fuerzas no parecer una espía soviética.
– Soy la sobrina de Niels Grafalk. Me está esperando para asistir a una fiesta a bordo del Brynulf Nordemark.
El guardia consultó una lista en un cuaderno.
– Oh, es el barco privado que el almirante permite tener aquí. Pase.
– Me temo que es la primera vez que vengo. ¿Puede decirme por dónde voy?
– Siga la carretera hasta los muelles. Luego gire a la izquierda. No tiene pérdida. Es el único velero privado que tenemos aquí.
Me dio un pase por si acaso alguien me hacía preguntas. Deseé haber sido una espía soviética; era un sitio muy fácil de entrar.
Seguí la tortuosa carretera pasando junto a barracones desnudos. Los marineros paseaban en grupos de dos o tres. También pasé junto a algunos niños. No sabía que vivían familias en la base.
La carretera llevaba hasta los muelles, como dijo el guardia. Antes de llegar al agua, vi los mástiles de los barcos sobresaliendo. Más pequeños que los cargueros, cubiertos de torretas y equipos de radar, los barcos de la Armada parecían amenazadores incluso a la dorada luz de la tarde primaveral. Al conducir junto a ellos me estremecí y me concentré en la carretera. Estaba llena de baches a causa de los vehículos pesados que rutinariamente la utilizaban, y el Omega iba dando saltos de hoyo en hoyo.
Unas cien yardas más allá, en espléndido aislamiento, estaba el Brynulf Nordemark. Era un hermoso navio de dos mástiles, con las velas cuidadosamente enrolladas. Pintado de blanco con una raya verde, era un barco esbelto que flotaba airoso tirando de las cuerdas que lo ataban al muelle, como un cisne o cualquier otro pájaro acuático, natural y grácil.
Aparqué el Omega al otro lado de la carretera y caminé hasta el pequeño embarcadero al que estaba amarrado el Brynulf. Tirando suavemente de uno de los cabos para acercarlo, me agarré a la barandilla de madera y subí a cubierta.
Todos los detalles eran de teca, barnizados y pulidos hasta brillar. La caña del timón tenía una base de bronce resplandeciente y el panel de instrumentos, también de teca, contenía una colección de chismes a la última: girocompás, anemómetro, sonda de profundidad y otros instrumentos que no conocía. Recordé que el abuelo de Grafalk había comprado el barco; Grafalk debía haber puesto al día el equipamiento.
Sintiéndome como la caricatura de un detective, saqué la lupa de mi bolso y empecé a examinar la cubierta de rodillas, como Sherlock Holmes. La exploración me llevó algo de tiempo y no descubrí nada ni remotamente parecido a la sangre sobre la bien pulimentada cubierta. Seguí la inspección por los costados. Justo cuando iba a abandonar la cubierta, me fijé en dos cabellos rubios enganchados en la barandilla de estribor. El pelo de Grafalk era blanco, el del chófer, color arena. Phillips había sido rubio, y aquél era un buen sitio para que le golpeasen la cabeza cuando le arrastraban fuera del barco. Gruñendo de satisfacción, cogí un par de pinzas de depilar de mi bolso, pillé los cabellos y los metí en una bolsita de plástico.
Un corto tramo de escaleras junto al timón conducía a la cabina. Me detuve un minuto, con la mano en la rueda, para mirar por la cubierta antes de bajar. Nadie me miraba. Al empezar a bajar por las escaleras, me llamó la atención un gran almacén que estaba al otro lado de la carretera. Era un edificio de uralita ondulada, como los demás edificios de la base. Marcado con triángulos rojos, tenía un cartel muy claro sobre la entrada: DEPÓSITO DE MUNICIONES, EXPLOSIVOS. PROHIBIDO FUMAR.