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Trozos del yate volaron y pasaron junto a mí. Me agarré a un tablón y me subí en él, pataleando como un perro. Me dolía el hombro izquierdo a causa del frío.

El Brynulf siguió alejándose de mí con las velas aún al viento, mientras Sandy luchaba con ellas, abandonándolas al fin hasta que colgaron flaccidas. El yate flotaba en un pequeño círculo a unas quince yardas de mí, movido por el calor del fuego.

Grafalk apareció junto a Sandy. Yo estaba lo bastante cerca como para ver su mata de pelo blanco. Discutía con Sandy, lo agarraba. Lucharon a la luz parpadeante. Sandy se soltó y saltó por la borda.

Grafalk sacudió los brazos, furioso. Caminando hasta la popa rifle en mano, buscó por el agua y me encontró. Me apuntó con el rifle y se quedó así durante un largo minuto, mirándome. Yo estaba demasiado helada como para sumergirme, demasiado helada como para hacer otra cosa que mover las piernas mecánicamente arriba y abajo.

De pronto, dejó caer el rifle y alzó el brazo derecho en un saludo. Despacio, caminó hacia el timón en llamas. Hubo otra explosión que me sacudió los brazos entumecidos. Debió desfondar el casco, pues el barco comenzó a hundirse.

Creí ver a Odín, al que no le importan los crímenes, viniendo a buscar a aquel vikingo intemporal para llevárselo en su barcodragón de fuego. Cuando el barco desapareció, una repentina ráfaga incendió una de las velas, que pasó sobre mi cabeza e iluminó las tenebrosas aguas. Odín me llamaba. Me agarré a mi tablón, con los dientes castañeteando.

Unas manos extrañas me sacaron del agua. Estaba agarrada al tablón con todas mis fuerzas. Balbucía cosas acerca de dioses y barcos en forma de dragones. No había rastro del Brynulf.

29

El largo adiós

Estábamos sentadas en una terraza que dominaba el lago Michigan. El agua, azul celeste bajo el cielo veraniego, lamía suavemente la arena bajo nosotras. Un toldo verde de lona protegía nuestros rostros. El día de mayo era luminoso y claro, aunque el aire era fresco fuera de la luz solar directa. Me abroché la chaqueta de sarga verde hasta la barbilla.

Claire Grafalk inspeccionaba el carrito de cobre y teca. Vi una botella de Taittinger asomando por el costado de un cubo de hielo. Un poco de salmón, algo que parecía un pato cortado en rodajas y vuelto a unir y una ensalada eran las únicas cosas que pude identificar sin mirar con demasiadas ansias.

– Gracias, Karen. Nos serviremos nosotras mismas.

Cuando la sólida doncella desapareció por el sendero que conducía a la casa, la señora Grafalk descorchó con habilidad la botella de champán y lo sirvió en una copa estrecha.

– Yo no bebo, pero me gusta servir champán. Espero que le guste éste.

Murmuré algo apreciativo. Se sirvió agua para ella y me tendió un plato de porcelana color crema con sus iniciales entrelazadas en verde y oro. Llevaba un vestido camisero gris con un pañuelo al cuello y una hilera de gruesas perlas. Sus altos pómulos se cubrían de unos círculos de rojo que parecían un poco de muñeca, aunque elegantes y atractivos.

Inclinó la cabeza como un pájaro, hacia un lado, mirándome inquisitiva pero sin decir nada hasta que llené mi plato. Di un sorbo al champán y comí un poco de pato frío. Ambos eran excelentes.

– Ahora tiene que contarme lo que pasó. Los periódicos no dan más que detalles someros. ¿Qué le ocurrió al barco de Niels?

– Hubo un accidente en la cocina y el casco se prendió fuego. -Fue la respuesta que le había dado a la policía y a Murray Ryerson y no iba a cambiarla ahora.

La señora Grafalk sacudió la cabeza vigorosamente.

– No, querida. Eso no vale. Gordon Firth, el presidente de Ajax, vino a visitarme hace dos días con una historia de lo más extraordinaria acerca de Niels. Tiene con él a un chico inglés, Roger Ferrant. El señor Ferrant dice que usted y él descubrieron que Niels había llevado a la Grafalk Steamship a la quiebra y que sospechaban que fue él quien hizo saltar el barco de Martin.

Dejé la copa de champán.

– ¿Y qué quiere que le cuente yo?

Me miró con agudeza.

– La verdad. Tengo que seguir ocupándome de este asunto. Soy la heredera de Niels; tendré que organizar lo que queda de la Grafalk Steamship de un modo u otro. Martin Bledsoe sería la persona ideal para ocuparse de la compañía. Él y yo… fuimos muy buenos amigos hace años y sigo teniéndole mucho aprecio. Pero tengo que conocer la historia completa antes de hablar con él o con mis abogados.

– No tengo ninguna prueba; sólo una serie de hipótesis. Seguramente no quiere usted oír un montón de afirmaciones sin fundamento. La policía, el FBI y la Guardia Costera pueden encontrar pruebas de delito. Pero puede que no. ¿No preferiría dejar descansar a los muertos?

– Señorita Warshawski, voy a decirle algo que nadie, aparte de Karen, sabe. Espero que respete usted mi intimidad, pero, si no es así, tampoco importa mucho. Niels y yo hemos vivido como vecinos desde hace más de una década -agitó sus manos pequeñas y cubiertas de anillos-. Nos fuimos apartando poco a poco. Él se obsesionaba caba vez más con la Grafalk Steamship. No podía pensar en otra cosa. Se sentía amargamente decepcionado de que su hijo no se interesase por la compañía: Peter es violoncelista. Nuestra hija es cirujano torácico. Cuando resultó evidente que nadie con su nombre se iba a ocupar de Grafalk Steamship, Niels se marchó emocionalmente del hogar. He prestado muy poca atención a Niels durante los últimos años. De todos modos, veía claramente que cada vez se volvía más excéntrico durante los ocho o nueve meses pasados. La he invitado a comer porque cuando hablamos el otro día, me pareció usted inteligente y lista. Creo que puede usted decirme lo que estaba haciendo Niels. No es una amiga de mi esposo. No creo que fuese usted su amante…

Se detuvo para mirarme agudamente. No pude evitar el reírme, pero negué con la cabeza.

– Sí. No lo parece usted. Y ahora quiero saber qué estaba haciendo a bordo del barco de Niels y cómo se incendió.

Tomé otro trago de champán. Si alguien tenía derecho a saber la verdad, era Claire Grafalk. Le conté toda la historia, empezando por la muerte de Boom Boom y acabando con las heladas aguas del lago Michigan. Miré hacia él estremeciéndome sin querer.

– ¿Y cómo salió de allí? ¿La rescató alguien?

– Llegó otro velero. Fueron alertados por el fuego. No lo recuerdo con claridad.

– ¿Y la prueba de la muerte de Clayton?

Sacudí la cabeza.

– Tengo aún las bolsas de plástico con los cabellos y el trozo de alfombra. Creo que las guardo porque dan ciertos visos de realidad a toda la historia, no porque vaya a utilizarlas.

Su cabeza seguía inclinada a un lado. Me recordaba a un petirrojo o a un gorrión; no era cruel, sólo indiferente.

– ¿Pero no quiere usted entablar un juicio?

– Hablé con la señora Kelvin. Es la mujer negra cuyo marido fue asesinado en el apartamento de Boom Boom. Supongo que ella y yo somos las principales afectadas. Jeannine no cuenta. -Me quedé mirando al lago sin verlo, recordando la conversación con la señora Kelvin. Pasé dos días en el hospital recobrándome del hecho de haberme casi ahogado; ella vino a verme a última hora el segundo día. Hablamos durante un buen rato acerca de Boom Boom, de Henry Kelvin y del amor-. Niels y Sandy están muertos, así que no hay nadie a quien juzgar. Una acción legal contra la herencia de su marido no nos produciría ningún placer, sólo supondría empañar la memoria de dos nombres heroicos. No tenemos ningún interés en ello.

No dijo nada, pero pellizcó con energía un pastelillo. Bebí un poco más de champán. La comida era excelente, pero recordar los momentos pasados en el lago Michigan me hacía un nudo en el estómago. Parecía muy tranquilo ahora, bajo el sol de mayo, pero no es un lago domesticado.

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