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¿Por qué me había ofrecido Bledsoe llevarme a Chicago si iba a llevar a Mattingly? Puede que supiera que no iba a tener que cumplir con su ofrecimiento. O, si esperaba que los daños en el Lucelia fueran leves, podía haberse marchado. Pero entonces, ¿cómo me habría explicado la presencia de Mattingly?

Daba vueltas y vueltas con aquellas especulaciones inútiles sin conseguir más que un dolor de cabeza. En el fondo sentía gran amargura. Parecía que Bledsoe, que me había hablado de manera tan encantadora la noche anterior acerca de Peter Grimes, me había engañado. Puede que pensase que yo iba a ser un testigo imparcial de su sorpresa ante el desastre. No me gustaba que hiriesen mi ego. Bueno, al menos no me había ido a la cama con él.

En O'Hare busqué a Mattingly en el listín telefónico. Vivía cerca de Logan Square. A pesar de que era tarde, exhausta, con la cabeza estallando y la ropa hecha un asco, cogí un coche y me fui derecha allí desde el aeropuerto. Eran las nueve y media cuando llamé al timbre de un coqueto bungalow en el 3600 de Pulaski.

Me abrió la puerta casi inmediatamente la joven e indefensa esposa de Mattingly, Elsie. Andaba a vueltas con los últimos momentos de su embarazo y se quedó boquiabierta cuando me vio. Me di cuenta de que debía tener un aspecto de lo más chocante.

– Hola, Elsie -dije, entrando en un pequeño vestíbulo-, soy V. I. Warshawski, la prima de Boom Boom. Nos hemos visto un par de veces en fiestas del equipo, ¿recuerdas? Necesito hablar con Howard.

– Yo… Sí, me acuerdo. Howard… Howard no está aquí.

– ¿No? ¿Estás segura de que no está arriba durmiendo en la cama o algo así?

Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas redondas e infantiles.

– No está aquí. No está. Pierre… Pierre ha llamado tres veces y la última vez le amenazó. Pero, la verdad, no sé dónde está. Creí… creí que en el Coeur d'Argent con Pierre. Pero no estaba allí y yo no sé dónde está y el niño está a punto de venir ¡y estoy tan asustada! -ahora lloraba de verdad.

La conduje hasta la sala de estar y la senté en un sofá azul brillante cubierto de plástico. Una labor de punto cuidadosamente doblada yacía sobre la mesilla de café. Evidentemente llenaba sus días solitarios y asustados haciendo ropa para el bebé. Le froté las manos y le hablé para tranquilizarla. Cuando me pareció algo más calmada, me fui hasta la cocina y le preparé un tazón de leche humeante. Mirando a mi alrededor encontré un poco de ginebra bajo el fregadero. Me serví un buen chorro con un poco de zumo de naranja y llevé las dos bebidas a la sala. Mi brazo izquierdo protestaba incluso ante aquella carga tan ligera.

– Vamos; bebe esto. Te hará sentir un poco mejor… Venga, así. ¿Cuándo viste a Howard por última vez?

Se había marchado el lunes con un pequeño neceser, diciendo que estaría de vuelta el miércoles. Ya era viernes. ¿Dónde estaba? No, no había dicho a dónde iba. ¿Le sonaba de algo Thunder Bay? Se encogió de hombros indefensa, con lágrimas bailándole en los ojos azules. ¿Sault Ste. Marie? Se limitó a sacudir la cabeza llorando en silencio, sin decir nada.

– ¿Dijo algo Howard acerca de la gente con la que iba a ir?

– No -hipó-. Y cuando le dije que tú habías preguntado, se… se puso como loco. Me… me pegó y me dijo que no le hablase de nuestros asuntos a… a nadie. Y luego hizo la maleta y dijo que mejor no me decía a dónde… a dónde iba, porque… porque yo iba a contarlo todo por ahí.

Hice una mueca, agradeciendo a Boom Boom en silencio las veces que Pierre y él le habían dado una paliza a Howard. -¿Qué me dices del dinero? ¿Tenía dinero Howard últimamente?

Se animó al oír esto. Sí, ganó mucho dinero esta primavera y le había dado doscientos dólares para comprar una cuna bonita de verdad y todo lo demás para el bebé. Estaba muy orgullosa y divagó un rato acerca de ello. Era lo único de lo que podía hablar.

Le pregunté si no tenía una madre o una hermana o alguien con quien pudiera quedarse. Se encogió indefensa de nuevo y dijo que toda su familia vivía en Oklahoma. La miré impaciente. No era el tipo de persona abandonada a la que yo quisiese adoptar. Si lo hacía una vez, se me colgaría para siempre. En lugar de eso, le dije que llamase a los bomberos si se ponía de parto de repente y no sabía qué hacer. Mandarían personal sanitario para que se ocupasen de ella.

Cuando me levantaba para irme, le pedí que me llamase si Howard aparecía.

– Y por amor de Dios, no le digas que me lo has dicho. Sólo conseguirás que te vuelva a pegar. Ve a la tienda de la esquina y utiliza su teléfono. De verdad necesito hablar con él.

Volvió sus ojos melancólicos hacia mí. Dudé que me hubiera oído. Debía estar por encima de sus posibilidades engañar a su dominante esposo, aunque sólo fuera para llamar por teléfono. Sentí una punzada de culpabilidad por dejarla allí, pero la fatiga la hizo desaparecer en cuanto llegué a la esquina de Addison y Pulaski.

Llamé un taxi que pasaba para que me llevase al otro lado de la ciudad, a casa de Lotty. Cinco millas por las calles de la ciudad es un viaje largo y me volví a dormir en el desvencijado vehículo cuando cruzábamos Milwaukee Avenue. El movimiento del taxi me hizo creer que estaba de nuevo a bordo del Lucelia. Bledsoe estaba de pie junto a mí, agarrado al autodescargador. Me miraba con fijeza con sus apremiantes ojos grises, repitiendo: «Vic: yo no iba en el avión, yo no iba en el avión.»

Me desperté sobresaltada cuando giramos por Sheffield y el taxista me preguntó el número del apartamento de Lotty. Mientras le pagaba y subía cansada hasta el segundo piso, el sueño me pareció muy real. Contenía un mensaje importante de Bledsoe, pero no conseguía adivinar en qué consistía.

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Pavana para un jugador de hockey muerto

Lotty me recibió con un suspiro de alivio muy poco usual en ella.

– ¡Dios mío, Vic, eres tú! ¡Has vuelto! -Me abrazó con fuerza.

– Lotty, pero ¿qué ocurre? ¿Creías que no me ibas a volver a ver?

Me apartó con el brazo, me miró de arriba abajo, me volvió a besar y luego puso una cara más de Lotty.

– El barco en el que estabas, Vic. Lo vi en las noticias. La explosión y todo lo demás. Cuatro muertos, dijeron, uno de ellos una mujer, pero no daban nombres hasta que las familias estuvieran enteradas. Estaba asustada, querida, asustada de que fueras la única mujer a bordo. En aquel momento se dio cuenta de mi lamentable estado. Me empujó al cuarto de baño y me sentó en un agua humeante en su anticuada bañera de porcelana. Se sonó la nariz y salió a poner un pollo a hervir; luego volvió con dos vasos de mi whisky. Lotty bebe muy rara vez; debía estar francamente trastornada.

Se encaramó en un taburete de tres patas mientras yo ponía a remojo mi hombro dolorido y le contaba mis aventuras.

– No puedo creer que Bledsoe contratase a Mattingly -concluí-. No creo que me equivoque tanto al juzgar a las personas. Bledsoe y su capitán me pusieron furiosa. Pero me gustan. -Continué contándole las ideas que me habían atormentado durante mi viaje de cuatro horas desde el Soo-. Creo que tendré que dejar a un lado mis prejuicios e ir a echar un vistazo a las pólizas de seguros de la Pole Star y al estado de sus finanzas en general.

– Consúltalo con la almohada -me aconsejó Lotty-. Tienes muchos caminos que recorrer. Por la mañana uno de ellos te parecerá el más adecuado. Puede que Phillips. Después de todo, es el que tiene mayor relación con Boom Boom.

Envuelta en un largo albornoz de felpa, me senté con ella en la cocina a comer el pollo, sintiendo el bienestar asentándose en los lugares más gastados de mi mente. Después de cenar, Lotty me frotó con Myonex los brazos y la espalda. Me dio un relajante muscular y me sumí en un sueño profundo, con olores de menta.

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