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Identificar a la desconocida mujer que había filmado a Mårtensson y Faulsson resultó ser más sencillo de lo que Monica se había imaginado. Simplemente, llamó a Milton Security y explicó que buscaba a una empleada que conoció hacía ya tiempo y de cuyo nombre se había olvidado. Sin embargo, podía dar una buena descripción de ella. La recepción le informó de que parecía tratarse de Susanne Linder y le pasó la llamada. Cuando Susanne Linder se puso al teléfono, Monica Figuerola pidió perdón y dijo que se había confundido de número.

Entró en los registros del padrón y constató que en la región de Estocolmo había dieciocho Susanne Linder. Tres de ellas rondaban los treinta y cinco años. Una vivía en Norrtälje, otra en Estocolmo y la última en Nacka. Solicitó sus fotos de pasaporte y enseguida pudo identificar a la mujer a la que había seguido desde Bellmansgatan como la Susanne Linder que residía en Nacka.

Redactó un informe en el que resumió el trabajo del día y fue a ver a Torsten Edklinth a su despacho.

A eso de las cinco, Mikael Blomkvist cerró la carpeta del material de investigación de Henry Cortez y la apartó con desprecio. Christer Malm dejó el texto impreso de Henry Cortez que había leído ya cuatro veces. Henry Cortez estaba sentado en el sofá del despacho de Malin Eriksson con cara de culpable.

– ¿Un café? -preguntó Malin, levantándose. Volvió con una cafetera y cuatro tazas.

Mikael suspiró.

– Es un reportaje cojonudo -dijo-. Una investigación de primera. Todo documentado. Una dramaturgia perfecta con un bad guy que estafa a los suecos valiéndose del sistema, algo que es cien por cien legal, pero que es tan jodidamente avaro y estúpido que se aprovecha de una empresa de Vietnam que utiliza mano de obra infantil.

– Además, está muy bien escrito -dijo Christer Malm-. En cuanto esto se publique, Borgsjö se convertirá en persona non grata para toda la industria sueca. La televisión va a morder el anzuelo. Acabará junto a los directores de Skandia y otros timadores. Un auténtico scoop de Millennium. Buen trabajo, Henry.

Mikael asintió.

– Pero lo de Erika nos ha aguado la fiesta -dijo.

Christer Malm asintió.

– Pero ¿por qué es eso un problema? -preguntó Malin-. No es ella la que ha cometido el delito. Se supone que podemos investigar al presidente de cualquier junta directiva, aunque dé la casualidad de que se trate del jefe de Erika.

– Es un problema gordo -dijo Mikael.

– Erika Berger no ha dejado de trabajar aquí -comentó Christer Malm-. Es propietaria de un treinta por ciento de Millennium y está en nuestra junta. Es incluso presidenta de la junta hasta que podamos elegir a Harriet Vanger en la próxima reunión, que no se celebrará hasta agosto. Y Erika trabaja para el SMP, de cuya junta directiva también forma parte y a cuyo presidente vamos a denunciar nosotros.

Silencio sepulcral.

– Entonces, ¿qué diablos hacemos? -preguntó Henry Cortez-. ¿Cancelamos el reportaje?

Mikael miró a Henry Cortez a los ojos.

– No, Henry. No vamos a cancelar ningún reportaje. En Millennium no trabajamos así. Pero eso va a exigir un poco de esfuerzo por nuestra parte. No podemos echárselo a Erika así como así, publicándolo sin hablar antes con ella.

Christer Malm asintió y levantó un dedo al aire.

– Vamos a poner a Erika en un aprieto que no veas. Ahora tendrá que elegir entre vender su parte y dimitir de inmediato de la junta de Millennium o, en el peor de los casos, ser despedida del SMP. Pase lo que pase acabará viéndose envuelta en un terrible conflicto de intereses. Sinceramente, Henry: estoy con Mikael en que hay que publicar la historia, pero quizá tengamos que aplazarlo un mes.

Mikael asintió.

– Porque nosotros también estamos en un conflicto de lealtades -dijo.

– ¿La llamo? -preguntó Christer Malm.

– No -dijo Mikael-. Ya la llamaré yo para quedar con ella. Esta misma noche, si puede ser.

Torsten Edklinth escuchaba con atención a Monica Figuerola mientras ésta le resumía toda la movida que se había montado en torno a la vivienda de Mikael Blomkvist en Bellmansgatan 1. Sintió que el suelo se movía levemente bajo sus pies.

– O sea, que un empleado de la DGP /Seg entró en el portal de la casa de Mikael Blomkvist acompañado de un reventador de cajas fuertes convertido en cerrajero.

– Correcto.

– ¿Y qué crees que harían allí?

– No lo sé. Pero estuvieron cuarenta y nueve minutos. Una posibilidad sería, por supuesto, que Faulsson abriera la puerta y que Mårtensson pasara ese tiempo en el apartamento de Blomkvist.

– Pero ¿para qué?

– Bueno, no creo que fueran a instalar equipos de escucha porque en eso sólo se tarda un minuto. Así que supongo que Mårtensson ha estado hurgando entre los papeles de Blomkvist o en lo que haya de interés en esa casa.

– Pero Blomkvist está prevenido… ya robaron el informe de Björck de su casa.

– Eso es. Sabe que lo están vigilando y él vigila a los que lo vigilan a él. Mantiene la cabeza fría.

– ¿Por qué?

– Tendrá un plan. Estará recopilando información para denunciar a Mårtensson. Es lo único lógico.

– Y luego va y aparece esa mujer: Linder.

– Susanne Linder, de treinta y cuatro años de edad, residente en Nacka. Ex policía.

– ¿Policía?

– Se graduó en la Academia de policía y trabajó durante seis años en una patrulla del distrito de Södermalm. Y, de repente, dejó el cuerpo. No hay nada entre sus papeles que explique por qué. Estuvo unos meses en el paro hasta que fue contratada por Milton Security.

– Dragan Armanskij -dijo Edklinth, pensativo-. ¿Cuánto tiempo permaneció en el edificio?

– Nueve minutos.

– ¿Y qué hizo?

– Yo diría que, como estuvo grabando a Mårtensson y Faulsson en la calle, estaba documentando sus actividades. Eso quiere decir que Milton Security trabaja con Blomkvist y que han colocado cámaras de vigilancia en la casa o en la escalera. Es probable que ella entrara para hacerse con el contenido de las cámaras.

Edklinth suspiró. El asunto Zalachenko empezaba a resultar extremadamente complicado.

– De acuerdo. Gracias. Puedes irte a casa. Tengo que reflexionar sobre todo esto.

Monica Figuerola se fue al gimnasio de Sankt Eriksplan y se entregó al ejercicio.

Mikael Blomkvist usó su otro teléfono, el T10 azul de Ericsson, para marcar el número de Erika Berger del SMP. La cogió en medio de una discusión que estaba teniendo con los editores de textos acerca del enfoque que había que darle a un artículo sobre terrorismo internacional.

– Hombre, Mikael, hola… Espera un momento.

Erika tapó el auricular con la mano y miró a su alrededor.

– Creo que hemos terminado -dijo antes de dar unas últimas instrucciones sobre cómo lo quería. Cuando se quedó sola en su jaula de cristal se llevó nuevamente el teléfono a la oreja-. Hola, Mikael. Perdóname por no haberte llamado. Es que estoy hasta arriba de trabajo. Hay miles de cosas nuevas.

– Pues yo tampoco he estado lo que se dice ocioso -le contestó Mikael.

– ¿Cómo va la historia Salander?

– Bien. Pero no te llamo por eso. Necesito verte. Esta noche.

– Ojalá pudiera, pero tengo que quedarme aquí hasta las ocho. Y estoy hecha polvo. Llevo al pie del cañón desde las seis de la mañana.

– Ricky… no me refiero a alimentar tu vida sexual. Necesito hablar contigo. Es importante.

Erika se calló un segundo.

– ¿De qué se trata?

– Te lo diré cuando nos veamos. Pero no es muy divertido.

– De acuerdo. Pasaré por tu casa sobre las ocho y media.

– No, en mi casa no. Es una larga historia, pero, de momento, no es un buen sitio. Pásate por Samirs gryta y nos tomamos una caña.

– Conduzco.

– Vale. Entonces una sin alcohol.

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