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Empezó entrando en una página web personal que hacía publicidad de fotografías de bastante poco interés realizadas por un desconocido y no muy competente fotógrafo aficionado llamado Gill Bates, de Jobsville, Pensilvania. En una ocasión, a Lisbeth se le ocurrió comprobarlo y constató que la localidad de Jobsville no existía. A pesar de eso, Bates había hecho más de doscientas fotografías de la población que había colgado en su página en una galería de imágenes en formato thumbnails. Bajó hasta la número 167 e hizo clic en ella para ampliarla. La foto representaba la iglesia de Jobsville. Llevó el puntero hasta la punta de la aguja de la torre e hizo nuevamente clic. Apareció al instante una ventana que le pidió el nombre del usuario y la contraseña. Sacó el boli digital y escribió la palabra Remarcable en la casilla del usuario y A (89) Cx#magnolia como contraseña.

Le salió una ventana con el texto [ERROR – You have the wrong password} y un botón con [OK – Try again]. Lisbeth sabía que si hacía clic encima de [OK – Try again] y probaba con una nueva contraseña, le volvería a saltar, año tras año, la misma ventanilla hasta la eternidad, con independencia de cuántas veces lo intentara. Así que, en su lugar, hizo clic sobre la letra O de la palabra ERROR.

La pantalla se volvió negra. Luego se abrió una puerta animada y se asomó alguien parecido a Lara Croft. Surgió un bocadillo con el texto [WHO GOES THERE?]

Hizo clic en él y escribió la palabra WASP. Recibió casi en el acto la respuesta [PROVE IT – OR ELSE…] mientras la Lara Croft animada le quitaba el seguro a una pistola. Lisbeth sabía que no se trataba de una amenaza ficticia. Si escribía mal la contraseña tres veces seguidas, la página se apagaría y el nombre de WASP se borraría de la lista de miembros. Escribió con mucho cuidado la contraseña MonkeyBusiness.

La pantalla volvió a cambiar de forma una vez más y apareció un fondo azul con el texto:

Welcome to Hacker Republic, citizen Wasp. It is 56 days since your last visit. There are 10 citizens online. Do you want to (a) Browse the Forum (b) Send a Message (c) Search the Archive (d) Talk (e) Get laid?

Hizo clic sobre la casilla (d) [Talk] y luego fue al [Who's online?] del menú, donde le salió una lista de los nombres Andy, Bambi, Dakota, Jabba, BuckRogers, Mandrake, Pred, Slip, Sisterjen, SixOfOne y Trinity.

– Hi gang -escribió Wasp.

– Wasp. That really U? -escribió SixOfOne de inmediato-. Look who's home.

– ¿Dónde has estado metida? -preguntó Trinity.

– Plague nos dijo que te habías metido en un lío -escribió Dakota.

Aunque Lisbeth no estaba segura, sospechaba que Dakota era una mujer. Los demás ciudadanos on-line, incluido el que se hacía llamar Sisterjen, eran chicos. La última vez que se conectó, Hacker Republic contaba con un total de sesenta y dos ciudadanos, cuatro de los cuales eran chicas.

– Hola, Trinity -escribió Lisbeth-. Hola a todos.

– ¿Por qué saludas sólo a Trin? ¿Estáis tramando algo, o te pasa algo con nosotros? -escribió Dakota.

– Estamos saliendo -escribió Trinity-. Wasp sólo se relaciona con gente inteligente.

Enseguida le llovieron abuse de cinco sitios.

De los sesenta y dos ciudadanos, Wasp sólo había visto frente a frente a dos personas. Plague, que, por una vez, no estaba conectado, era uno. El otro era Trinity. Era inglés y vivía en Londres. Estuvo con él unas cuantas horas cuando, dos años antes, les ayudó a ella y a Mikael Blomkvist a dar con Harriet Vanger pinchando un teléfono privado del elegante barrio de Saint Albans. Lisbeth movió torpemente el boli digital deseando haber tenido un teclado.

– ¿Sigues ahí? -preguntó Mandrake.

Ella escribía letra a letra.

– Sorry. Sólo tengo un Palm. Va lento.

– ¿Qué le ha pasado a tu ordenador? -preguntó Pred.

– No le ha pasado nada. Es a mí a quien le están pasando cosas.

– Cuéntaselo a tu hermano mayor -escribió Slip.

– El Estado me tiene encerrada.

– ¿Qué? ¿Por qué? -apareció rápidamente de tres chateadores.

Lisbeth resumió su situación en cinco líneas, las cuales fueron recibidas con lo que parecía ser un murmullo de preocupación.

– ¿Y cómo estás? -preguntó Trinity.

– Tengo un agujero en la cabeza.

– Pues no te noto nada raro, yo te veo igual -constató Bambi.

– Wasp siempre ha tenido aire en el coco -dijo Sister Jen; comentario que fue seguido por una serie de invectivas peyorativas que hacían referencia a las dotes intelectuales de Wasp. Lisbeth sonrió. La conversación se retomó con la intervención de Dakota.

– Espera. Esto es un ataque contra un ciudadano de Hacker Republic. ¿Cómo respondemos a esto?

– ¿Ataque nuclear contra Estocolmo? -propuso SixOfOne.

– No, sería exagerado -dijo Wasp.

– ¿Una bomba muy pequeña?

– Vete a la mierda, SixOO.

– Podríamos organizar un apagón en Estocolmo -propuso Mandrake.

– ¿Un virus que cause un apagón en la sede del gobierno?

Por regla general, los ciudadanos de Hacker Republic no solían propagar virus informáticos. Todo lo contrario: eran hackers y, por lo tanto, enemigos irreconciliables de los idiotas que enviaban virus con el solo propósito de sabotear la red y averiar los ordenadores. Eran adictos a la información y querían una red que funcionara para poder piratearla.

Sin embargo, la idea de organizar un apagón en el gobierno sueco no era una amenaza vacía. Hacker Republic constituía un club muy exclusivo, integrado por lo mejor de lo mejor, un comando de élite al que cualquier ejército estaría dispuesto a pagar una fortuna para poderlo utilizar con objetivos cibermilitares, siempre y cuando fueran capaces de incitar a the citizens a que sintieran ese tipo de lealtad por un Estado. Algo que no resultaba muy probable.

Pero todos eran Computer Wizards, y no precisamente ignorantes en el arte de crear virus informáticos. Tampoco eran reacios a llevar a cabo campañas especiales si la situación lo requería. Unos años antes, a un citizen de Hacker Rep que en la vida civil era creador de programas en California, una nueva empresa puntocom le robó una patente y encima tuvo la desfachatez de llevarlo a juicio. Eso indujo a todos los ciudadanos de Hacker Rep a dedicar, durante seis meses, una enorme energía a piratear y destruir todos los ordenadores de la empresa en cuestión. Con gran deleite, colgaron en la red cada secreto profesional de la empresa y cada correo electrónico -así como algunos documentos falsificados que podían ser interpretados como que el director ejecutivo de la empresa defraudaba al fisco-, junto a información sobre la amante secreta de éste y fotos de una fiesta de Hollywood en la que se lo veía esnifando cocaína. La empresa quebró al cabo de seis meses, pero todavía, varios años después, había miembros rencorosos de la milicia popular de Hacker Rep que se dedicaban de vez en cuando a acosar al ex ejecutivo.

Si una cincuentena de los mejores hackers del mundo se decidiera a realizar un ataque coordinado contra un Estado, lo más seguro es que el Estado en cuestión sobreviviera, aunque no sin haber sufrido importantes daños. Es muy probable que los costes ascendieran a miles de millones de coronas si Lisbeth diese su visto bueno para una acción así. Ella lo meditó un instante.

– Ahora no. Pero si las cosas no salen como yo quiero, quizá os pida ayuda.

– No tienes más que decírnoslo -se ofreció Dakota.

– Hace mucho que no nos metemos con un gobierno -dijo Mandrake.

– Tengo una propuesta; la idea sería invertir el sistema fiscal. Un programa que sería perfecto para un pequeño país como Noruega -escribió Bambi.

– Bien, pero Estocolmo está en Suecia -escribió Trinity.

– ¿Qué más da? Se puede hacer de la siguiente manera…

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