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– Nada -dijo Holmberg mientras negaba con la cabeza-. El informe del forense llegó esta mañana. Todo indica que se trata de un suicidio por ahorcamiento.

Todos dirigieron la mirada a las fotografías que se habían hecho en el salón de la casa de campo de Smådalarö. De ellas se deducía que Gunnar Björck, jefe adjunto del departamento de extranjería de la Säpo, se había subido por su propio pie a un taburete para, acto seguido, colgar una soga en el gancho de la lámpara, ponérsela alrededor del cuello y, de una resuelta patada, enviar el taburete a varios metros de él. El forense dudaba de cuándo se produjo exactamente la muerte, pero al final determinó que fue la tarde del 12 de abril. Björck fue encontrado el 17 de abril por nada más y nada menos que Curt Svensson. Ocurrió después de que Bublanski intentara contactar con Björck en repetidas ocasiones y de que, enervado, acabara mandando a Svensson que volviera a traer a Björck a la comisaría.

En algún momento en el transcurso de esos días, el gancho de la lámpara del techo había cedido por el peso y el cuerpo de Björck se desplomó sobre el suelo. Svensson descubrió el cuerpo a través de la ventana y dio el aviso. Al principio, Bublanski y todos los que llegaron al lugar pensaron que se trataba de un crimen y que alguien había estrangulado a Björck. Fueron los técnicos forenses los que ese mismo día, aunque algo más tarde, encontraron el gancho. Se le encomendó a Jerker Holmberg la tarea de investigar las causas de la muerte.

– No hay nada que induzca a pensar que se haya cometido un crimen o que Björck estuviese acompañado -dijo Holmberg.

– La lámpara…

– La lámpara del techo tiene las huellas dactilares del dueño de la casa, que la colgó hace dos años, y del propio Björck. Lo cual sugiere que él mismo la bajó.

– ¿Y de dónde salió la soga?

– Del asta de la bandera del jardín trasero. Alguien cortó más de dos metros de cuerda. Había un cuchillo en el alféizar de la ventana que hay junto a la puerta de la terraza. Según el propietario de la casa, el cuchillo es suyo: lo guardaba en una caja de herramientas que tiene bajo el fregadero. Las huellas dactilares de Björck están tanto en el mango como en la hoja, así como en la caja de herramientas.

– Mmm -dijo Sonja Modig.

– ¿Qué tipo de nudos eran? -quiso saber Curt Svensson.

– Nudos vaqueros normales y corrientes. Lo que produce la muerte es un simple nudo corredizo. Tal vez sea eso lo más llamativo: Björck tenía conocimientos de navegación y sabía hacer nudos de verdad. Pero quién sabe hasta qué punto alguien que va a suicidarse se preocupa de la forma de los nudos.

– ¿Drogas?

– Según el informe de toxicología, a Björck se le han detectado restos de potentes analgésicos en la sangre: los que le habían recetado. También le han encontrado restos de alcohol, aunque nada remarcable. En otras palabras, estaba más o menos sobrio.

– El forense ha dictaminado que presenta rasguños.

– Un rasponazo de tres centímetros en la parte exterior de la rodilla izquierda. Un arañazo. Le he dado mil vueltas a eso, aunque podría habérselo hecho de un montón de maneras distintas… dándose, por ejemplo, contra el borde de una silla o algo así.

Sonja Modig cogió una foto que mostraba la cara deformada de Björck. El nudo corredizo había penetrado con tanta profundidad que la cuerda ni siquiera se apreciaba bajo los pliegues de la piel. Su rostro presentaba un aspecto grotescamente hinchado.

– Podemos determinar que lo más seguro es que, antes de que el gancho cediese, Björck permaneciera colgado durante varias horas, es muy probable que cerca de veinticuatro. Toda la sangre se le acumuló tanto en la cabeza, donde la soga impidió que le bajara al cuerpo, como en las extremidades inferiores. Cuando el gancho cedió, la caja torácica de Björck fue a dar contra el borde de la mesa del salón, lo que le provocó una fuerte contusión. Pero eso se produjo mucho tiempo después del fallecimiento.

– ¡Qué forma más jodida de morir! -dijo Curt Svensson.

– No te creas. La soga era tan fina que penetró profundamente y le cortó el riego sanguíneo. Debió de perder la conciencia en cuestión de segundos y morir al cabo de uno o dos minutos.

Disgustado, Bublanski cerró el informe de la investigación preliminar. Aquello no le gustaba nada. No le gustaba nada que Björck y Zalachenko, al parecer, hubieran muerto el mismo día, uno asesinado a tiros por un loco y el otro por su propia mano. Pero ninguna especulación en el mundo podía cambiar el hecho de que la investigación del lugar del crimen no sustentara en absoluto la teoría de que alguien había ayudado a Björck a emprender su viaje al más allá.

– Se hallaba bajo mucha presión -dijo Bublanski-. Sabía que el caso Zalachenko estaba a punto de salir a la luz y que corría el riesgo de que le salpicara por violar la ley de comercio sexual y de que los medios de comunicación lo dejaran en evidencia. Me pregunto qué sería lo que más miedo le daba. Además, estaba enfermo y llevaba mucho tiempo con dolores crónicos… No lo sé. Me habría gustado que hubiera dejado una carta o algo así.

– Muchos de los que se suicidan no escriben nunca una carta de despedida.

– Ya lo sé. De acuerdo. No tenemos elección. Archivaremos el caso Björck.

Erika Berger fue incapaz de sentarse en la silla que Morander tenía en su jaula de cristal y apartar sus pertenencias. Demasiado pronto. Le pidió a Gunnar Magnusson que hablara con la familia de Morander para que la viuda pasara a recogerlas cuando le fuese bien.

Así que, en medio de aquel océano que era la redacción, buscó un espacio en el mostrador central para instalar su portátil y asumir el control. Aquello era un auténtico caos. Pero tres horas después de haberse hecho a toda prisa con el timón del SMP, el editorial ya estaba en la imprenta. Gunnar Magnusson había escrito un texto de cuatro columnas sobre la vida y la obra de Håkan Morander. La página se componía de un retrato central de Morander, su inconcluso editorial a la izquierda y una serie de fotografías en el margen inferior. La maquetación dejaba bastante que desear, pero tenía un impacto emocional que hacía perdonables los defectos.

Poco antes de las seis de la tarde, Erika se encontraba repasando los titulares de la primera página y tratando los textos con el jefe de edición cuando Borgsjö se acercó a ella y le tocó el hombro. Erika levantó la vista.

– ¿Puedo hablar contigo un momento?

Se acercaron hasta la máquina de café de la sala de descanso del personal.

– Sólo quería decirte que estoy muy contento por cómo te has hecho hoy con la situación. Creo que nos has sorprendido a todos.

– No me quedaban muchas alternativas. Pero voy a ir dando tumbos hasta que coja rodaje.

– Todos somos conscientes de ello.

– ¿Todos?

– Me refiero tanto a la plantilla como a la dirección. Sobre todo a la dirección. Pero después de lo que ha ocurrido hoy estoy más convencido que nunca de que tú eres la elección más acertada. Has llegado justo a tiempo y te has visto obligada a asumir el mando en una situación muy difícil.

Erika casi se sonrojó. No lo hacía desde que tenía catorce años.

– ¿Puedo darte un buen consejo?…

– Por supuesto.

– Me he enterado de que has discutido con Anders Holm, el jefe de Noticias, sobre unos titulares.

– No estábamos de acuerdo en el enfoque que se le había dado al texto sobre la propuesta fiscal del Gobierno. El introdujo una opinión personal en el titular y ahí debemos ser neutrales; las opiniones son para el editorial. Y ya que ha salido el tema, te quería comentar que, de vez en cuando, escribiré un editorial, pero, como ya sabes, no tengo ninguna afiliación política, así que hemos de resolver la cuestión de quién va a ser el jefe de la sección de Opinión.

– De momento se encargará Magnusson -respondió Borgsjö.

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