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Vaciló un instante y la colocó de modo bien visible en el pasillo central. Valiéndose de la pica de hierro se empleó durante tres minutos en intentar forzar el candado que cerraba la puerta de salida.

Lisbeth Salander permaneció quieta en su coche reflexionando un largo rato. Al final abrió su móvil. Le llevó dos minutos localizar el número de teléfono de la sede de Svavelsjö MC.

– ¿Sí? -oyó decir al otro lado de la línea.

– Nieminen -dijo ella.

– Un momento.

Esperó tres minutos a que Sonny Nieminen, acting president de Svavelsjö MC, contestara.

– ¿Quién es?

– Eso a ti no te importa -contestó Lisbeth con un tono de voz tan bajo que él apenas pudo distinguir las palabras. Ni siquiera fue capaz de determinar si se trataba de un hombre o de una mujer.

– Bueno. ¿Y qué quieres?

– Sé que andas buscando información sobre Ronald Niedermann.

– ¿Ah, sí?

– Déjate de historias. ¿Quieres saber dónde está o no?

– Soy todo oídos.

Lisbeth le hizo una descripción de la ruta que había que seguir para llegar hasta la vieja fábrica de ladrillos situada en las afueras de Norrtälje. Le dijo que Niedermann permanecería allí lo suficiente como para que a él le diera tiempo a llegar si se apresuraba.

Colgó, arrancó el coche y subió hasta la gasolinera OK, al otro lado de la carretera. Aparcó mirando a la fábrica.

Tuvo que esperar más de dos horas. Era poco menos de la una y media de la tarde cuando advirtió la presencia de una furgoneta que pasaba lentamente por la carretera que quedaba por debajo de donde ella se encontraba. Se detuvo en el arcén, aguardó cinco minutos, dio la vuelta y enfiló el desvío que conducía a la vieja fábrica. Empezaba a hacerse de noche.

Abrió la guantera, sacó unos prismáticos Minolta 2x8 y vio aparcar a la furgoneta. Identificó a Sonny Nieminen y Hans-Åke Waltari acompañados de otras tres personas que no conocía.

Prospects. Tienen que reconstruir el club.

Cuando Sonny Nieminen y sus cómplices descubrieron que había una puerta abierta en la fachada lateral, ella volvió a coger su móvil. Escribió un mensaje y lo envió a la central de la policía de Norrtälje:

EL ASESINO DE POLICÍAS R. NIEDERMANN SE ENCUENTRA EN LA VJ A FÁBRICA DE LADRILLOS CERCA DE LA GASOLINERA OK AFUERAS DE SKEDERID. ESTÁ A PUNTO DE SER ASESINADO POR S. NIEMINEN & MMBROS DE SVAVELSJÖ MC. MUJER MUERTA EN PISCINA DE PLNTA BJA.

No pudo ver ningún movimiento en la fábrica. Cronometró el tiempo.

Mientras esperaba, sacó la tarjeta SIM del móvil y la destruyó cortándola por la mitad con unas tijeras para las uñas. Bajó la ventanilla y tiró los trozos al suelo. Luego sacó de la cartera una tarjeta SIM nueva y la introdujo en el teléfono. Utilizaba tarjetas prepago de Comviq que resultaban casi imposibles de rastrear. Llamó a Comviq y recargó quinientas coronas.

Pasaron once minutos antes de que apareciera un furgón -con las luces azules de la sirena puestas pero sin hacer ruido- que avanzaba hacia la fábrica procedente de Norrtälje. El vehículo aparcó junto al camino de acceso. Un par de minutos más tarde se le unieron dos coches patrulla. Los agentes hablaron un rato entre ellos y luego avanzaron hacia la fábrica todos juntos y aparcaron junto a la furgoneta de Nieminen. Lisbeth alzó los prismáticos. Vio cómo uno de ellos cogía una radio para comunicar la matrícula de la furgoneta a la central. Los policías miraron a su alrededor, pero aguardaron. Dos minutos más tarde, Lisbeth vio cómo otro furgón se aproximaba a toda velocidad.

De repente se dio cuenta de que, por fin, todo había pasado.

Aquella historia que empezó cuando ella nació acababa de terminar allí, en la vieja fábrica de ladrillos.

Era libre.

Cuando los policías sacaron las armas de refuerzo del furgón, se pusieron los chalecos antibalas y empezaron a distribuirse por las inmediaciones de la fábrica, Lisbeth Salander entró en la gasolinera y compró un coffee to go y un sándwich envasado. Se los tomó de pie en una pequeña mesa de la zona de cafetería.

Cuando volvió al coche ya era noche cerrada. Justo cuando abrió la puerta oyó dos lejanos impactos de algo que ella supuso que eran armas de fuego portátiles y que procedían del otro lado de la carretera. Vio varias siluetas negras que no resultaron ser sino policías pegados a la pared cerca de la entrada de la fachada lateral. Oyó la sirena de otro furgón que se acercaba por la carretera que venía de Uppsala. Algunos coches se habían parado en el arcén, justo por debajo de donde se encontraba Lisbeth observando el espectáculo.

Arrancó el Honda Burdeos, bajó hasta la E 18 y regresó a Estocolmo.

Eran las siete cuando Lisbeth Salander, para su inmensa irritación, oyó cómo tocaban el timbre de la puerta. Estaba metida en la bañera con el agua todavía humeante. Lo cierto era que sólo existía una persona que pudiera tener una razón para llamar a su puerta.

Al principio había pensado ignorar el timbre, pero la tercera vez que sonó, suspiró y se envolvió en una toalla. Se mordió el labio inferior y fue mojando el suelo hasta llegar a la entrada.

– Hola -dijo Mikael Blomkvist en cuanto ella abrió.

Lisbeth no contestó.

– ¿Has oído las noticias?

Ella negó con la cabeza.

– Pensé que quizá te gustaría saber que Ronald Niedermann ha muerto. Ha sido asesinado esta tarde en Norrtälje por unos cuantos miembros de Svavelsjö MC.

– ¿De verdad? -dijo Lisbeth Salander con un contenido tono de voz.

– He hablado con el oficial de guardia de Norrtälje. Al parecer ha sido una especie de ajuste de cuentas interno. Por lo visto, lo han torturado y luego lo han destripado con una bayoneta. En el lugar han encontrado además una bolsa con varios cientos de miles de coronas.

– ¿Ah, sí?

– Detuvieron a la banda de Svavelsjö allí mismo. Encima opusieron resistencia. Aquello acabó en tiroteo y la policía tuvo que llamar a la fuerza nacional de intervención de Estocolmo. Svavelsjö se rindió a eso de las seis de esta tarde.

– Ajá.

– Tu viejo amigo Sonny Nieminen de Stallarholmen ha acabado mordiendo el polvo. Flipó por completo e intentó escapar pegando tiros a diestro y siniestro.

Mikael Blomkvist permaneció callado unos segundos. Los dos se miraron de reojo a través de la rendija de la puerta.

– ¿Molesto?

Ella se encogió de hombros.

– Estaba en la bañera.

– Ya lo veo. ¿Quieres compañía?

Ella le lanzó una dura mirada.

– No me refería a acompañarte en la bañera. Traigo bagels -dijo, levantando una bolsa-. Además he comprado café para preparar un espresso. Si tienes una Jura Impressa X7 en la cocina, por lo menos debes aprender a usarla.

Ella arqueó una ceja. No sabía si debería estar decepcionada o aliviada.

– ¿Sólo compañía? -preguntó.

– Sólo compañía -le confirmó él-. Soy un buen amigo que le hace una visita a una buena amiga. Bueno, si es que soy bienvenido.

Ella dudó unos segundos. Llevaba dos años manteniéndose a la mayor distancia posible de Mikael Blomkvist. Aun así, le dio la sensación de que -bien a través de la red o bien en la vida real- él siempre acababa pegándose a su vida igual que se pega un chicle a la suela de un zapato. En la red todo le parecía bien. Allí él no era más que electrones y letras. En la vida real, delante de su puerta, seguía siendo ese maldito hombre tan jodidamente atractivo. Y que conocía sus secretos de la misma manera que ella conocía los de él.

Lo contempló y constató que ya no albergaba ningún sentimiento hacia él. O al menos no ese tipo de sentimientos.

Lo cierto era que durante el año que acababa de pasar él había sido un amigo.

Confiaba en él. Quizá. Le irritaba que una de las pocas personas en las que confiaba fuera un hombre al que evitaba ver constantemente.

Al final se decidió. Era ridículo hacer como si él no existiera. Ya no le dolía verlo.

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