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Escribió de modo pausado y realizó pocos cambios en el primer borrador. Trabajó concentrado durante cincuenta minutos y durante ese tiempo rellenó más de dos hojas DIN A4 que, más que otra cosa, eran un resumen de la noche en la que encontró a Dag Svensson y Mia Bergman y de por qué la policía se centró en Lisbeth Salander como presunta asesina. Citó los titulares de los periódicos vespertinos sobre la banda satánica de lesbianas y las esperanzas de que los asesinatos contuvieran suculentos y morbosos ingredientes de sexo BDSM *.

Por último, consultó su reloj y cerró rápidamente el iBook Recogió sus cosas y bajó a la recepción. Pagó con una tarjeta de crédito y cogió un taxi hasta la estación de Gotemburgo.

Mikael Blomkvist fue inmediatamente al vagón restaurante y pidió café y un sándwich. Luego volvió a abrir su iBook y leyó el texto que había escrito. Se encontraba tan sumido en la forma de presentar la historia de Zalachenko que no se percató de la presencia de la inspectora Sonja Modig hasta que ella carraspeó y le preguntó si podía hacerle compañía. Mikael levantó la vista y cerró el portátil.

– ¿De vuelta a casa? -preguntó Modig.

Mikael dijo que sí con un movimiento de cabeza.

– Por lo que veo, tú también.

Ella asintió.

– Mi colega se queda un día más.

– ¿Sabes algo del estado de Lisbeth Salander? No he hecho más que dormir desde que nos separamos.

– Hasta anoche no se despertó. Pero los médicos piensan que va a sobrevivir y que se recuperará. Ha tenido una suerte increíble.

Mikael asintió. De repente se dio cuenta de que no había estado preocupado por ella; había dado por descontado que iba a sobrevivir. Cualquier otra cosa resultaba impensable.

– ¿Ha ocurrido algo más de interés? -preguntó.

Sonja Modig lo contempló dubitativa. Se preguntó hasta qué punto podría confiar en el reportero, que, de hecho, conocía más detalles de la historia que ella. Por otra parte, había sido ella la que se había sentado en la mesa de Mikael, y a esas alturas seguro que más de un centenar de reporteros ya habrían deducido lo que estaba sucediendo en la jefatura de policía.

– No quiero que me cites -dijo Sonja.

– Sólo pregunto por interés personal.

Ella asintió y le contó que la policía estaba realizando una intensa búsqueda de Ronald Niedermann a nivel nacional, en especial por la zona de Malmö.

– ¿Y Zalachenko? ¿Le habéis tomado declaración?

– Sí.

– ¿Y?

– No te lo puedo contar.

– Venga, Sonja. Voy a saber de qué estuvisteis hablando exactamente apenas una hora después de llegar a la redacción. No publicaré ni una sola palabra de lo que me cuentes.

Ella dudó un largo rato antes de que sus miradas se cruzaran.

– Ha puesto una denuncia contra Lisbeth Salander por haber intentado matarlo. Es posible que la detengan por graves malos tratos o por intento de homicidio.

– Y es muy probable que ella alegue legítima defensa.

– Eso espero -respondió Sonja Modig.

Mikael le echó una incisiva mirada.

– Ese comentario no me ha sonado muy policial -dijo, adoptando una actitud expectante.

– Bodin… Zalachenko es escurridizo como una anguila y siempre tiene una respuesta preparada. Estoy completamente convencida de que lo que ocurrió es más o menos lo que tú nos contaste ayer. Eso significa que, desde que tenía doce años, Salander ha sido víctima de una constante violación de sus derechos.

Mikael asintió.

– Ésa es la historia que voy a publicar -dijo.

– Una versión que no resultará muy popular entre cierta gente.

Ella volvió a dudar un instante. Mikael aguardaba.

– Hace media hora que he hablado con Bublanski. No me ha dicho gran cosa, pero parece ser que la instrucción del sumario contra Salander por los asesinatos de tus amigos se ha archivado. Ahora se están centrando en Niedermann.

– Lo cual quiere decir que…

Mikael dejó que la inconclusa frase quedara suspendida en el aire, flotando entre los dos. Sonja Modig se encogió de hombros.

– ¿Quién se encargará de la investigación de Salander?

– No lo sé. Supongo que la historia de Gosseberga le corresponde en primer lugar a Gotemburgo. Pero seguro que le encargan a alguien de Estocolmo que instruya el caso para procesarla.

– Entiendo. ¿Qué te juegas a que se la dan a la Säpo?

Ella negó con la cabeza.

Poco antes de Alingsås, Mikael se inclinó hacia ella.

– Sonja… creo que ya sabes cómo acabará todo esto. Si la historia de Zalachenko sale a la luz, estallará un escándalo de enormes dimensiones. Activistas de la Säpo han colaborado con un psiquiatra para encerrar a Salander en el manicomio. Lo único que pueden hacer es aferrarse a la afirmación de que Lisbeth Salander está loca de verdad y que su ingreso forzoso en 1991 estuvo justificado.

Sonja Modig hizo un gesto afirmativo.

– Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para impedir que se salgan con la suya. Yo digo que Lisbeth Salander está tan cuerda como tú o como yo. Rara, eso sí, pero sus facultades mentales resultan incuestionables.

Sonja Modig volvió a asentir. Mikael hizo una pausa y la dejó asimilar lo que le acababa de comentar.

– Me haría falta alguien de dentro en quien poder confiar -dijo.

Sus miradas se cruzaron.

– Yo no tengo competencia para decidir si Lisbeth Salander está psíquicamente enferma o no -contestó ella.

– No, pero sí la tienes para evaluar si se han cometido contra ella abusos judiciales o no.

– ¿Y qué me propones?

– No pretendo que delates a tus colegas, pero si descubres que Lisbeth va a ser nuevamente objeto de una vulneración de sus derechos, quiero que me lo comuniques.

Sonja Modig permaneció callada.

– No quiero que me largues detalles que tengan que ver con aspectos técnicos de la investigación ni nada por el estilo. Actúa según tu propio criterio. Pero necesito saber lo que va a pasar con el proceso judicial de Lisbeth Salander.

– No se me ocurre mejor idea para que me echen del cuerpo.

– Serás una fuente. Jamás revelaré tu nombre ni te meteré en un aprieto.

Sacó un cuaderno y escribió una dirección de correo.

– Ésta es una dirección de Hotmail anónima. Si quieres contarme algo, utilízala. No uses tu correo particular, ni el oficial. Te recomiendo que crees una cuenta temporal de Hotmail.

Ella cogió el papel y se lo metió en el bolsillo interior de su americana. No le prometió nada.

Una llamada de teléfono despertó al inspector Marcus Erlander a las siete de la mañana del sábado. Oyó unas voces en la tele y percibió un aroma a café recién hecho procedente de la cocina, donde su mujer acababa de ponerse con las tareas matutinas. Erlander había regresado a su piso de Mölndal a la una de la madrugada, así que llevaba durmiendo poco más de cinco horas, después de haber trabajado durante casi veintidós. En consecuencia, no se sentía en absoluto descansado cuando alargó la mano para coger el teléfono.

– Mártensson, del grupo de búsquedas, turno de noche. ¿Estás ya despierto?

– No -contestó Erlander-. Lo que estoy es dormido. ¿Qué pasa?

– Hay novedades. Han encontrado a Anita Kaspersson.

– ¿Dónde?

– Justo en las afueras de Seglora, al sur de Borås.

Erlander visualizó el mapa en su cabeza.

– Se dirige hacia el sur -dijo-. Por las carreteras comarcales. Debe de haber cogido la 180 por Borås y girado hacia el sur. ¿Hemos avisado a Malmö?

– Y a Helsingborg, Landskrona y Trelleborg. Incluso a Karlskrona. Y tampoco podemos olvidarnos de los ferris que van al este.

Erlander se levantó y se frotó el cuello.

– Nos lleva casi veinticuatro horas de ventaja. Puede que ya haya salido del país. ¿Cómo dieron con Kaspersson?

– Empezó a llamar a golpes a la puerta de un chalet de la entrada de Seglora.

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* Acronimo de prácticas sexuales que incluyen el bondage, la disciplina, la dominación, la sumisión y el sadomasoquismo (N. de los T.)

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