A Ragnhild Gustavsson no le hizo ni pizca de gracia el hecho de que le presentaran un calendario, establecido por Millennium, por el que se veía obligada a detener a un número concreto de personas en una fecha determinada. Ella consideraba que habría necesitado unos cuantos meses más de preparación antes de llegar a esa fase de la investigación, pero en este caso no tenía elección. Mikael Blomkvist, de la revista Millennium, fue intransigente. Él no estaba sometido a ningún decreto o reglamento estatal y tenía la intención de publicar el reportaje el tercer día del juicio contra Lisbeth Salander. De forma que Ragnhild Gustavsson se vio obligada a adaptarse y a actuar al mismo tiempo para que no desaparecieran ni las personas sospechosas ni las posibles pruebas. Sin embargo, Blomkvist recibió el curioso apoyo de Edklinth y Figuerola, y, al cabo de un tiempo, la fiscal empezó a ser consciente de que el modelo de Blomkvist ofrecía ciertas ventajas. Como fiscal se beneficiaría de un apoyo mediático bien orquestado que le iría muy bien para continuar con el proceso. Además, todo sería tan rápido que no habría tiempo para que la delicada investigación se filtrara por los pasillos de la administración y acabara en manos de la Sección.
– Para Blomkvist se trata, en primer lugar, de desagraviar a Lisbeth Salander y de que se haga justicia con ella. Noquear a la Sección no es más que una consecuencia de lo primero -constató Monica Figuerola.
El juicio contra Lisbeth Salander comenzaría el miércoles, dos días más tarde, y la reunión de ese lunes tenía como objetivo hacer un repaso general del material disponible y repartir las tareas.
Trece personas participaron en ella. Desde la Fiscalía General del Estado, Ragnhild Gustavsson se había llevado a dos de sus colaboradores más cercanos. En representación de protección constitucional participaron la jefa de la investigación policial, Monica Figuerola, y sus colaboradores Stefan Bladh y Anders Berglund. El jefe de protección constitucional, Torsten Edklinth, asistió en calidad de observador.
Sin embargo, Ragnhild Gustavsson había decidido que un asunto de este calibre -cuestión de credibilidad- no podía limitarse a la DGP /Seg. Por eso había convocado al inspector Jan Bublanski y a su equipo, compuesto por Sonja Modig, Jerker Holmberg y Curt Svensson, de la policía abierta, pues llevaban trabajando en el caso Salander desde Pascua y estaban familiarizados con la historia. Y también había llamado a la fiscal Agneta Jervas y al inspector Marcus Erlander de Gotemburgo; la investigación sobre la Sección tenía una relación directa con la investigación sobre el asesinato de Alexander Zalachenko.
Cuando Monica Figuerola mencionó que tal vez hubiera que tomarle declaración al anterior primer ministro, Thorbjörn Fälldin, los policías Jerker Holmberg y Sonja Modig se rebulleron inquietos en sus sillas.
Durante cinco horas se analizó a cada uno de los individuos que habían sido identificados como activistas de la Sección, tras lo cual se precisó qué delitos se habían cometido y se tomó la decisión de llevar a cabo las pertinentes detenciones. En total, siete personas fueron identificadas y vinculadas al piso de Artillerigatan. Además de éstas, se determinó la identidad de no menos de nueve sujetos que, en teoría, tenían relación con la Sección, aunque nunca acudían al piso de Artillerigatan. Se trataba en su mayoría de gente que trabajaba en la DGP /Seg de Kungsholmen, pero que se había reunido con alguno de los activistas de la Sección.
– Resulta todavía imposible determinar el alcance de la conspiración. Ignoramos las circunstancias bajo las cuales estas personas se reúnen con Wadensjöö o con algún otro miembro de la Sección. Pueden ser informadores o puede que les hayan hecho creer que se encontraban trabajando en alguna investigación interna o algo por el estilo. De manera que la duda que tenemos sobre su implicación sólo podrá resolverse si se nos brinda la oportunidad de tomarles declaración. Además, cabe mencionar que se trata tan sólo de las personas que hemos podido descubrir durante las semanas que la investigación ha estado abierta, así que es posible que haya más gente implicada cuya identidad aún desconocemos.
– Pero el jefe administrativo y el jefe de presupuesto…
– Respecto a esos dos podemos afirmar con seguridad que trabajan para la Sección.
Eran las seis de la tarde del lunes cuando Ragnhild Gustavsson decidió que se tomaran un descanso de una hora para cenar, después de lo cual se retomarían las deliberaciones.
Fue en el momento en que todos se levantaron y se disponían a salir cuando el colaborador de Monica Figuerola de la unidad operativa del Departamento de protección constitucional, Jesper Thorns, solicitó su atención para informarla de las novedades de las pesquisas realizadas en las últimas horas.
– Clinton se ha pasado gran parte del día en diálisis y ha vuelto a Artillerigatan sobre las cinco. El único que ha hecho algo de interés ha sido Georg Nyström, aunque no estamos seguros de qué.
– Vale -dijo Monica Figuerola.
– A las 13.30 horas, Nyström fue a la estación central y se reunió con dos personas. Fueron andando hasta el hotel Sheraton y tomaron café en el bar. La reunión duró algo más de veinte minutos, tras lo cual Nyström volvió a Artillerigatan.
– Muy bien. Y ¿quiénes son esas dos personas?
– No lo sabemos. Caras nuevas. Dos hombres de unos treinta y cinco años que, a juzgar por su aspecto, parecen ser de la Europa del Este. Desafortunadamente, nuestro hombre los perdió de vista cuando bajaron al metro.
– De acuerdo -dijo Monica Figuerola, cansada.
– Aquí están las fotos -comentó Jesper Thorns mientras le entregaba una serie de fotografías realizadas por el agente que seguía a Nyström.
Ella observó las imágenes ampliadas de unos rostros que no había visto en su vida.
– Bien, gracias -dijo para, a continuación, dejar las fotos sobre la mesa y levantarse en busca de algo para cenar.
Curt Svensson se encontraba justo a su lado y contempló las fotos.
– ¡Anda! -dijo-. ¿Están metidos los hermanos Nikoliç en eso?
Monica Figuerola se detuvo.
– ¿Quiénes?
– Esos dos; son dos elementos de mucho cuidado -dijo Curt Svensson-. Tomi y Miro Nikoliç.
– ¿Sabes quiénes son?
– Sí. Dos hermanos de Huddinge. Serbios. Los estuvimos buscando más de una vez cuando yo trabajaba en la unidad de bandas callejeras; por aquella época tendrían unos veinte años. Miro Nikoliç es el más peligroso de los dos. Por cierto, desde hace más de un año está en busca y captura por un delito de lesiones graves. Pero creía que los dos se habían ido a Serbia para meterse a políticos o algo así.
– ¿Políticos?
– Sí. Se fueron a Yugoslavia durante la primera mitad de los años noventa para poner su granito de arena en las labores de limpieza étnica. Trabajaron para Arkan, el jefe de la mafia yugoslava, que lideraba algún tipo de milicia fascista particular. Adquirieron fama de shooters.
– ¿Shooters?
– Sí. O sea, sicarios. Luego han estado yendo de un lado para otro entre Belgrado y Estocolmo. Su tío lleva un restaurante en Norrmalm para el que trabajan oficialmente de vez en cuando. Nos han dado unos cuantos soplos sobre su participación en por lo menos dos asesinatos relacionados con ajustes de cuentas internos entre los propios yugoslavos en la llamada «guerra del tabaco», pero nunca hemos podido cogerlos por nada.
Monica Figuerola contempló las fotos en silencio. Luego, de repente, se puso lívida. Se quedó mirando fijamente a Torsten Edklinth.
– ¡Blomkvist! -gritó con pánico en la voz-. ¡No se van a contentar con desacreditarlo! ¡Piensan matarlo y dejar que la policía encuentre la cocaína y saque sus propias conclusiones cuando el crimen sea investigado!
Edklinth le devolvió una mirada fija.
– Iba a reunirse con Erika Berger en el Samirs gryta -exclamó Monica Figuerola, cogiendo a Curt Svensson del hombro.