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– Y además, eso les cuesta mucho dinero -dijo Edklinth-. Lo que significa que tienen un presupuesto que les permite gastar sin pestañear ciento veinte mil coronas, aparte de lo que valga la droga.

– Ya lo sé -dijo Mikael-. Pero lo cierto es que el plan no está nada mal. Cuentan con que Lisbeth Salander acabe en el psiquiátrico y que yo desaparezca envuelto en una nube de sospechas y desconfianzas. Además, creen que toda la posible atención la va a acaparar la Säpo, no la Sección. Como punto de partida es bastante bueno.

– Pero ¿cómo van a convencer a la brigada de estupefacientes para que realice un registro domiciliario en tu casa? Quiero decir que no basta con dar un aviso anonimo para que alguien eche abajo a patadas la puerta de la casa de un periodista famoso. Y para que el plan funcione es necesario que te conviertas en un sospechoso en los próximos días.

– Bueno, la verdad es que no sabemos gran cosa sobre su planificación temporal -dijo Mikael.

Se sentía cansado y deseaba que todo pasara ya. Se levantó.

– ¿Adónde vas ahora? -preguntó Monica Figuerola-. Me gustaría saber dónde vas a estar.

– He quedado a mediodía con los de TV4. Y a las seis cenaré un guiso de cordero en Samirs gryta con Erika Berger. Tenemos que redactar el comunicado de prensa que vamos a sacar. El resto de la noche lo pasaré en la redacción, supongo.

Al oír el nombre de Erika Berger, los ojos de Monica Figuerola se cerraron ligeramente.

– Quiero que te mantengas en contacto con nosotros durante todo el día. La verdad es que preferiría que estuviésemos en permanente contacto hasta que empiece el juicio.

– Vale. Quizá pueda mudarme a tu casa un par de días -respondió Mikael, sonriendo como si se tratara de una broma.

A Monica Figuerola se le ensombreció la mirada. De reojo, miró rápidamente a Edklinth.

– Monica tiene razón -dijo Edklinth-. Creo que lo mejor sería que te mantuvieras más o menos invisible hasta que todo esto haya pasado. Si los de la brigada de estupefacientes te detuvieran, tendrías que permanecer callado hasta que empiece el juicio.

– Tranquilo -contestó Mikael-. No voy a ser presa del pánico ni estropear nada a estas alturas. Si os ocupáis de lo vuestro, yo me ocuparé de lo mío.

La de TV4 apenas fue capaz de ocultar su excitación por el nuevo material grabado que Mikael Blomkvist le acababa de entregar. A Mikael le hizo gracia su hambre informativa. Durante una semana habían luchado como fieras para hacerse con un material comprensible sobre la Sección que fuera adecuado para un uso televisivo. Tanto su productor como el jefe de Noticias de TV4 se habían dado cuenta de la envergadura del scoop. El reportaje se preparaba con el máximo secreto, con tan sólo unos pocos implicados. Habían aceptado la exigencia de Mikael de que no lo emitieran hasta la noche del tercer día de juicio. Y decidieron realizar un programa especial del informativo Nyheterna de una hora de duración.

Mikael ya le había dado a ella una gran cantidad de fotografías con las que trabajar, pero nada se podía comparar a una imagen en movimiento: un vídeo de una extrema nitidez que mostraba cómo un policía con nombre y apellido colocaba cocaína en el apartamento de Mikael Blomkvist casi le hizo dar saltos de alegría.

– ¡Esto es televisión de primera! -dijo ella-. Ya me imagino los titulares: «Aquí podemos ver a la Säpo colocando cocaína en el apartamento del reportero».

– La Säpo no, la Sección -corrigió Mikael-. No cometas el error de confundirlas.

– Pero joder, Sandberg es de la Säpo -replicó ella.

– Ya, pero en la práctica se le puede considerar un infiltrado. Debes separarlas con precisión milimétrica.

– Vale, el reportaje es de la Sección, no de la Säpo. Mikael, ¿me puedes explicar por qué siempre te ves envuelto en este tipo de sensacionales scoops? Tienes razón: esto va a hacer más ruido que lo del caso Wennerström.

– Uno, que tiene talento… Por irónico que pueda parecer, esta historia también empieza con un Wennerström: el espía de los años sesenta.

A las cuatro de la tarde llamó Erika Berger. Estaba en una reunión con los de la patronal Tidningsutgivarna para darles su opinión sobre las reducciones de plantilla previstas en el SMP, algo que había provocado un intenso conflicto sindical desde que Erika dimitió. Le comunicó a Mikael que iba a llegar tarde a la cita que tenían para cenar en el Samirs gryta a las seis; hasta las seis y media no podría llegar.

Jonas Sandberg ayudó a Fredrik Clinton cuando éste se pasó de la silla de ruedas a la camilla que había en ese cuarto de descanso que constituía el puesto de mando de Clinton en el cuartel general de la Sección, en Artillerigatan. Clinton se había pasado todo el día en su sesión de diálisis y acababa de regresar. Se sentía viejísimo e infinitamente cansado. Apenas había dormido durante los últimos días y lo único que deseaba era que todo terminara de una vez por todas. No había terminado de acomodarse en la cama cuando Georg Nyström se incorporó al grupo.

Clinton concentró sus fuerzas.

– ¿Ya está? -preguntó.

Georg Nyström hizo un gesto afirmativo.

– Acabo de ver a los hermanos Nikoliç -dijo-. Nos va a costar cincuenta mil.

– Nos lo podemos permitir -respondió Clinton.

Si yo fuera joven… ¡Joder!

Volvió la cabeza y examinó, por este orden, a Georg Nyström y a Jonas Sandberg.

– ¿Remordimientos de conciencia? -preguntó.

Los dos negaron con la cabeza.

– ¿Cuándo? -preguntó Clinton.

– Dentro de veinticuatro horas -dijo Nyström-. Resulta tremendamente difícil dar con el paradero de Blomkvist; en el peor de los casos, lo tendrán que hacer delante de la redacción.

Clinton asintió.

– Esta misma tarde, dentro de dos horas, se nos va a presentar una oportunidad -dijo Jonas Sandberg.

– ¿Ah, sí?

– Erika Berger lo acaba de llamar hace un rato. Van a cenar en el Samirs gryta. Es un restaurante cerca de Bellmansgatan.

– Berger… -dijo Clinton, pensativo.

– Por Dios, espero que ella no… -intervino Georg Nyström.

– Tampoco estaría mal del todo -interrumpió Jonas Sandberg.

Clinton y Nyström lo miraron.

– Estamos de acuerdo en que Blomkvist es la persona que mayor amenaza representa contra nosotros y que resulta probable que publique algo en el próximo número de Millennium. No podemos detener la publicación. Así que tenemos que desacreditarle. Si es asesinado como consecuencia de lo que parecerá un ajuste de cuentas del mundo del hampa y luego la policía encuentra drogas y dinero en su casa, la investigación sacará sus propias conclusiones. En cualquier caso, lo último que harán será buscar conspiraciones en el seno de la policía de seguridad.

Clinton asintió.

– No olvidemos que Erika Berger es la amante de Mikael Blomkvist -dijo Sandberg, subrayando las palabras-. Está casada y es infiel. Que ella también falleciera de repente daría lugar a un sinfín de especulaciones que no nos vendrían mal.

Clinton y Nyström se intercambiaron las miradas. Sandberg tenía un talento innato para crear cortinas de humo. Aprendió rápido. Pero tanto Clinton como Nyström tenían sus dudas: Sandberg se mostraba demasiado despreocupado a la hora de decidir sobre la vida y la muerte. Eso no estaba bien. La medida extrema que constituía un asesinato no era algo que se fuera a aplicar simplemente porque se presentara la oportunidad de hacerlo. No se trataba de una panacea universal, sino de una medida a la que tan sólo se podía recurrir cuando no existían otras alternativas.

Clinton negó con la cabeza.

«Collateral damage», pensó. De pronto, sintió asco de todo ese sucio trapicheo.

Después de haber servido toda una vida a la nación, aquí estamos, como simples sicarios. Lo de Zalachenko era necesario. Lo de Björck había sido… lamentable, pero Gullberg tenía razón: habría cedido a la presión. Lo de Blomkvist era… probablemente también necesario. Pero Erika Berger no era más que una espectadora inocente.

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