– Ya lo sé. Pero puede que nos la hayan pegado. No descartemos esa posibilidad.
Clinton asintió.
– De acuerdo. ¿Sandberg?
– Por lo menos ya conocemos la defensa de Salander. Está contando la verdad tal y como ella la ve. He vuelto a leer esa presunta autobiografía. La verdad es que juega a nuestro favor: contiene unas acusaciones tan graves sobre una violación y unos abusos de poder que, simplemente, parecerán los delirios de una mitómana.
Nyström asintió.
– Además, no puede probar ninguna de sus afirmaciones. Ekström usará el texto en su contra. Echará por tierra su credibilidad.
– De acuerdo. El nuevo informe de Teleborian es excelente. Como es natural, existe la posibilidad de que Giannini se saque de la manga a un experto que afirme que a Salander no le pasa nada y que todo el asunto vaya a parar a la Dirección Nacional de Medicina Forense. Pero, insisto, si Salander no cambia de táctica, se negará también a hablar con ellos y llegarán a la conclusión de que Teleborian tiene razón y de que ella, efectivamente, está loca. Ella misma es su peor enemiga.
– De todos modos, lo mejor sería que no se celebrara ningún juicio -dijo Clinton.
Nyström negó con la cabeza.
– Eso resulta prácticamente imposible. A Salander ya la han encerrado en la prisión de Kronoberg y no mantiene contacto con los otros prisioneros. Todos los días hace una hora de ejercicio en el patio de la azotea, pero ahí no podemos acceder. Y no tenemos ningún contacto entre el personal.
– Entiendo.
– Si queríamos actuar contra ella, deberíamos haberlo hecho cuando estaba ingresada en el hospital. Ahora no podemos actuar a escondidas. Hay casi un ciento por ciento de probabilidades de que se detenga al asesino. ¿Y dónde vamos a encontrar a un shooter que acepte unas condiciones así? Con tan poca antelación resulta imposible montar un suicidio o un accidente.
– Me lo imaginaba. Y, además, las muertes inesperadas tienden a despertar la curiosidad de la gente. Bien, veamos cómo se desarrolla el juicio. Objetivamente nada ha cambiado. Siempre hemos esperado a que ellos muevan ficha. Y todo parece indicar que se trata de esta presunta autobiografía.
– El problema es Millennium -dijo Jonas Sandberg.
Todos asintieron.
– Millennium y Milton Security -precisó Clinton, pensativo-. Salander ha trabajado para Armanskij y Blomkvist ha tenido una relación con ella. ¿Debemos suponer que los dos han hecho causa común?
– Pues si Milton Security está vigilando la imprenta donde se imprime Millennium, no parece del todo ilógico. No puede ser una simple casualidad.
– De acuerdo. ¿Y cuándo piensan publicarlo? Sandberg, dijiste que se han retrasado dos semanas. Si suponemos que Milton Security está vigilando la imprenta para impedir que nadie le eche el guante a Millennium con antelación, significa, por una parte, que piensan publicar algo que no quieren revelar antes de tiempo, y, por otra, que la revista probablemente ya esté impresa.
– Cuando empiece el juicio -dijo Jonas Sandberg-. Es lo más lógico.
Clinton asintió.
– ¿Qué pondrán en la revista? ¿Cuál sería el peor escenario posible?
Los tres reflexionaron durante un largo rato. Fue Nyström quien rompió el silencio.
– En el peor de los casos, les queda una copia del informe de 1991.
Clinton y Sandberg hicieron un gesto afirmativo; habían llegado a la misma conclusión.
– La cuestión es cuánto provecho le pueden sacar -dijo Sandberg-. Ese informe compromete a Björck y a Teleborian. Björck está muerto. Atacarán duramente a Teleborian, aunque él puede afirmar que simplemente realizó un examen psiquiátrico forense normal y corriente. Será su palabra contra la de ellos, y, por descontado, Teleborian se desentenderá de todas esas acusaciones.
– ¿Cómo debemos actuar si publican el informe? -preguntó Nyström.
– Creo que tenemos las de ganar -dijo Clinton-. Si el informe provoca algún revuelo, se centrarán en la Säpo, no en la Sección. Y cuando los periodistas empiecen a hacer preguntas, la Säpo sacará el informe de sus archivos…
– Y no será el mismo informe -dijo Sandberg.
– Shenke ha metido el otro en el archivo; o sea, el modificado, la versión que ha leído el fiscal Ekström. Y se le ha dado un número de registro. De ese modo podremos sembrar, con bastante rapidez, una gran cantidad de desinformación en los medios de comunicación… Porque nosotros tenemos el original, el que pilló Bjurman, y Millennium sólo tiene una copia. Incluso podríamos difundir alguna información que insinuara que Blomkvist ha falsificado el informe.
– Bien. ¿Qué más podría saber Millennium?
– No pueden saber nada de la Sección. Es imposible. Así que se centrarán en la Säpo, lo que hará que Blomkvist parezca un tipo obsesionado con las conspiraciones y la Säpo sostendrá que está chalado.
– Es bastante conocido -dijo Clinton lentamente-. Después del caso Wennerström goza de una alta credibilidad.
Nyström asintió.
– ¿Habría alguna manera de reducir esa credibilidad? -preguntó Jonas Sandberg.
Nyström y Clinton intercambiaron miradas. Luego los dos asintieron. Clinton volvió a mirar a Nyström.
– ¿Crees que podrías conseguir… digamos unos cincuenta gramos de cocaína?
– Tal vez de los yugoslavos.
– Vale. Inténtalo. Pero urge. El juicio empieza dentro de dos días.
– No entiendo… -dijo Jonas Sandberg.
– Es un truco tan viejo como el oficio. Pero sigue siendo enormemente eficaz.
– ¿Morgongåva? -preguntó Torsten Edklinth, frunciendo el ceño. Estaba en casa, sentado en el sofá con la bata puesta y leyendo la autobiografía de Salander por tercera vez, cuando lo llamó Monica Figuerola. Como eran más de las doce de la noche, dio por sentado que no se trataba de nada bueno.
– Morgongåva -repitió Monica Figuerola-. Sandberg y Lars Faulsson subieron hasta allí a eso de las siete de la tarde. Curt Svensson, del equipo de Bublanski, los estuvo siguiendo todo el camino, tarea facilitada por el hecho de que tenemos instalada una emisora en el coche de Sandberg. Aparcaron cerca de la vieja estación de trenes, dieron un paseo por los alrededores y luego volvieron al coche y regresaron a Estocolmo.
– Entiendo. ¿Se encontraron con alguien o…?
– No. Eso es lo raro. Se bajaron del coche, dieron una vuelta y, acto seguido, volvieron al coche y regresaron a Estocolmo.
– Ajá. ¿Y por qué me llamas a las doce y media de la noche para contarme eso?
– Tardamos un rato en comprenderlo. Pasaron por delante del edificio en el que se encuentra Hallvigs Reklamtryckery. He hablado con Mikael Blomkvist; es allí donde imprimen Millennium.
– ¡Joder! -dijo Edklinth.
Comprendió en el acto lo que eso implicaba.
– Como lo acompañaba Falun, supongo que pensaban hacer una visita a la imprenta, pero interrumpieron la expedición -dijo Monica Figuerola.
– ¿Por qué?
– Porque Mikael Blomkvist le ha pedido a Dragan Armanskij que vigile la imprenta hasta que se distribuya la revista. Probablemente descubrieran el coche de Milton Security. He pensado que te gustaría saberlo de inmediato.
– Tienes razón. Eso significa que han empezado a sospechar que hay moros en la costa…
– O, como poco, que se les activaron las alarmas cuando descubrieron el coche. Sandberg dejó a Faulsson en el centro y luego volvió al edificio de Artillerigatan. Sabemos que Fredrik Clinton está allí. Georg Nyström llegó más o menos al mismo tiempo. La cuestión es saber cómo van a actuar.
– El juicio empieza el martes… ¿Puedes llamar a Blomkvist y decirle que aumente las medidas de seguridad en Millennium? Por si acaso.
– Ya tienen una seguridad bastante buena. Y su manera de echar cortinas de humo alrededor de sus teléfonos pinchados es de profesionales. La verdad es que Blomkvist se ha vuelto tan paranoico que ha desarrollado unos métodos para desviar la atención de los que también podríamos sacar provecho nosotros.