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– ¿Puedes decirle que vaya a tu despacho y conecte los altavoces del teléfono? Tenemos que negociar una cosa.

Quince segundos después Henry Cortez ya se hallaba allí.

– ¿Qué pasa?

– Henry, hoy he hecho algo poco ético.

– ¿Ah, sí?

– Le he entregado tu reportaje a Anders Holm, el jefe de Noticias del SMP.

– ¿Sí?…

– Le he ordenado que lo publique mañana en el SMP. Con tu byline. Y, como es natural, te pagaremos. Puedes cobrar lo que te parezca.

– Erika… ¿Qué coño está pasando?

Le resumió lo sucedido durante las últimas semanas y cómo Peter Fredriksson por poco la destroza.

– ¡Joder! -exclamó Henry Cortez.

– Sé que ésta es tu historia, Henry. Pero no me ha quedado otra elección. ¿Te parece bien?

Henry Cortez permaneció en silencio durante unos segundos.

– Gracias por llamarme, Erika. Vale, publica el reportaje con mi byline. Si a Malin le parece bien, por supuesto.

– Está bien -dijo Malin.

– Perfecto -contestó Erika-. Podéis avisar a Mikael, supongo que aún no ha llegado.

– Yo hablaré con Mikael -respondió Malin Eriksson-. Pero, Erika: ¿esto significa que desde hoy estás en el paro?

Erika se rió.

– He decidido que voy a tomarme unas vacaciones durante lo que queda de año. Créeme, unas semanas en el SMP han sido más que suficientes.

– No me parece buena idea que empieces a planear tus vacaciones -dijo Malin.

– ¿Por qué no?

– ¿Te podrías pasar por Millennium esta tarde?

– ¿Para qué?

– Necesito ayuda. Si quieres volver a ser la redactora jefe, puedes empezar mañana mismo.

– Malin, tú eres la redactora jefe de Millennium. Y punto.

– Vale. Entonces empieza como secretaria de redacción -dijo Malin, riéndose.

– ¿Hablas en serio?

– Por Dios, Erika: te echo tanto de menos que creo que me voy a morir. Acepté el puesto de Millennium, entre otras cosas, para tener la oportunidad de trabajar contigo. Y de repente coges y te me vas a otro sitio.

Erika Berger permaneció callada durante un minuto. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza la posibilidad de volver a Millennium.

– ¿Sería bienvenida? -preguntó con cierta prudencia.

– ¿Tú qué crees? Mucho me temo que montaríamos una enorme fiesta y que yo sería la primera en organizarla. Y regresarías justo a tiempo para la publicación de lo que tú ya sabes.

Erika miró el reloj de su mesa: las diez menos cinco. En menos de una hora todo su mundo había dado un giro radical. De pronto, se dio cuenta de cuánto echaba de menos volver a subir las escaleras de Millennium.

– Aquí tengo todavía para unas cuantas horas de trabajo. ¿Te parece bien que pase sobre las cuatro?

Susanne Linder miró a Dragan Armanskij directamente a los ojos mientras le contaba con toda exactitud lo sucedido durante la noche. Lo único que omitió fue el pirateo del ordenador de Fredriksson y su propia convicción de que había sido obra de Lisbeth Salander. Y lo hizo por dos razones: por una parte porque le pareció demasiado irreal; por la otra, porque sabía que Dragan Armanskij, al igual que Mikael Blomkvist, andaba implicado en grado sumo en el asunto Salander.

Armanskij la escuchó con atención. Cuando Susanne Linder terminó, permaneció callada esperando su reacción.

– Greger Backman me llamó hace una hora -dijo.

– Ajá.

– Él y Erika Berger se pasarán a lo largo de esta semana para firmar un contrato. Quieren darle las gracias a Milton y en especial a ti por el trabajo realizado.

– Entiendo. Es bueno que los clientes estén contentos.

– También ha solicitado un armario de seguridad para su casa. Lo instalaremos esta misma semana, al igual que todas las demás alarmas.

– Bien.

– Quiere que facturemos el trabajo que has hecho este fin de semana.

– Mmm.

– En otras palabras, que va a ser una factura bastante gorda lo que les vamos a enviar.

– Ajá.

Armanskij suspiró.

– Susanne, ¿eres consciente de que Fredriksson puede ir a la policía y denunciarte por un montón de cosas?

Ella asintió.

– Es cierto que, si lo hace, lo pagará muy caro, pero quizá piense que merece la pena.

– No creo que tenga los suficientes cojones para ir a la policía.

– Tal vez, pero te has saltado por completo todas las instrucciones que te di.

– Lo sé -reconoció Susanne Linder.

– ¿Cómo crees que debo reaccionar ante eso?

– Eso sólo lo puedes decidir tú.

– Pero ¿cómo piensas que debería reaccionar?

– Lo que yo piense es lo de menos. Siempre te quedará la opción de despedirme.

– No creo. No me puedo permitir perder a un colaborador de tu calibre.

– Gracias.

– Pero si vuelves a hacer algo parecido, me voy a cabrear mucho.

Susanne Linder asintió.

– ¿Qué has hecho con el disco duro?

– Lo he destruido. Lo fijé esta mañana a un torno de sujeción y lo hice añicos.

– De acuerdo. Hagamos borrón y cuenta nueva.

Erika Berger se pasó el resto de la mañana llamando a los miembros de la junta directiva del SMP. Localizó al vicepresidente en su casa de campo de Vaxholm y lo hizo meterse en el coche y dirigirse a la redacción a toda prisa. Tras el almuerzo, se reunió una junta considerablemente diezmada. Erika Berger dedicó una hora a dar cumplida cuenta del contenido de la carpeta de Cortez y de las consecuencias que había tenido.

Como cabía suponer, las propuestas de buscar una solución alternativa -en cuanto terminó de hablar- no se hicieron esperar. Erika explicó que el SMP tenía la intención de publicar la historia en el número del día siguiente. También les informó de que era su último día de trabajo y de que su decisión era irrevocable.

Erika consiguió que la junta aprobara e incluyera en las actas dos decisiones: que se le pidiera a Magnus Borgsjö que pusiera de inmediato su cargo a disposición de la junta y que Anders Holm pasara a ser redactor jefe en funciones. A continuación, se disculpó y dejó que los demás miembros de la junta debatieran la situación sin su presencia.

A las dos de la tarde bajó al Departamento de recursos humanos y redactó un contrato. Luego subió a la redacción de Cultura para hablar con el jefe de la sección, Sebastian Strandlund, y con la reportera Eva Carlsson.

– Según tengo entendido, aquí en Cultura consideráis que Eva Carlsson es una buena reportera y que tiene talento.

– Así es -dijo el jefe de Cultura Strandlund.

– Y en la petición presupuestaria de los dos últimos años solicitasteis que se ampliara la sección de Cultura con, al menos, dos personas.

– Sí.

– Eva, teniendo en cuenta toda esa correspondencia en la que te has visto envuelta, quizá surjan maliciosos rumores si te doy un puesto fijo. ¿Sigues interesada?

– Por supuesto que sí.

– En ese caso, mi última decisión en el SMP será la firma de este contrato.

– ¿Tu última decisión?

– Es una larga historia. Termino hoy. ¿Podréis hacerme el favor de guardar silencio al respecto durante una o dos horas?

– ¿Qué?…

– Dentro de un rato os llegará un comunicado.

Erika Berger firmó el contrato y se lo pasó a Eva Carlsson.

– Buena suerte -dijo sonriendo.

– El desconocido hombre mayor que participó en la reunión celebrada en el despacho de Ekström el sábado pasado se llama Georg Nyström y es comisario -dijo Monica Figuerola, dejando las fotos sobre la mesa, delante de Torsten Edklinth.

– Comisario -murmuró Edklinth.

– Stefan lo identificó anoche. Llegó en coche al piso de Artillerigatan.

– ¿Qué sabemos de él?

– Procede de la policía abierta y trabaja en la DGP /Seg desde 1983. En 1996 le ofrecieron un puesto como investigador con responsabilidad propia, en el que aún continúa. Hace controles internos y analiza los asuntos ya concluidos por la DGP /Seg.

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