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Joder… tengo que sacar el tema de Vitavara. Van a despedir a Borgsjö.

De repente Borgsjö sonrió.

– Veo que a ti tampoco te falta mano dura.

– No, y en este caso es lamentable porque no debería ser necesaria. Mi trabajo es hacer un buen periódico y eso sólo se consigue con una dirección que funcione y unos colaboradores que estén a gusto.

Tras la reunión con Borgsjö, Erika volvió cojeando a su jaula de cristal. Se sentía incómoda. Había hablado con Borgsjö durante cuarenta y cinco minutos sin comentar ni una sola palabra sobre Vitavara. Dicho de otra forma: no había sido especialmente directa ni sincera con él.

Cuando Erika encendió su ordenador vio que había recibido un correo de [email protected]. Como sabía muy bien que en Millennium no existía tal dirección, no le fue demasiado difícil deducir que su cyber stalker volvía a dar señales de vida. Abrió el correo:

¿CREES QUE BORGSJÖ VA A PODER SALVARTE, PUTITA?

¿QUÉ TAL EL PIE?

Automáticamente levantó la vista y observó a la redacción. Su mirada se depositó en Holm. Él la estaba mirando. Luego él la saludó con la cabeza y le sonrió.

«Es alguien del SMP el que está escribiendo los correos,» pensó Erika.

La reunión del Departamento de protección constitucional no terminó hasta las cinco. Acordaron celebrar otra la semana siguiente y decidieron que Mikael Blomkvist se dirigiera a Monica Figuerola si necesitaba contactar antes con la DGP /Seg.

Mikael cogió el maletín de su portátil y se levantó.

– ¿Cómo salgo de aquí? -preguntó.

– No creo que sea buena idea que andes solo por ahí -respondió Edklinth.

– Te acompaño -se apresuró a decir Monica Figuerola-. Espérame unos minutos, voy a recoger las cosas de mi despacho.

Al salir, atravesaron juntos el parque de Kronoberg en dirección a Fridhemsplan.

– ¿Y ahora qué? -quiso saber Mikael.

– Estaremos en contacto -contestó Monica Figuerola.

– Me empieza a gustar estar en contacto con la Säpo -dijo Mikael, mostrándole una sonrisa.

– ¿Te apetece cenar conmigo esta noche? -le soltó Monica Figuerola.

– ¿El bosnio otra vez?

– No, no me puedo permitir cenar fuera todas las noches. Estaba pensando más bien en algo sencillo en mi casa.

Ella se detuvo, le sonrió y añadió:

– ¿Sabes lo que me gustaría hacer ahora mismo? -le preguntó Monica Figuerola.

– No.

– Llevarte a casa y desnudarte.

– Eso podría complicar las cosas.

– Ya lo sé. Pero no estaba pensando precisamente en contárselo a mi jefe.

– No sabemos adonde nos va a llevar toda esta historia. Podríamos ir a parar a barricadas opuestas.

– Me arriesgaré. ¿Vienes por tu propio pie o voy a tener que esposarte?

Él asintió. Ella lo cogió del brazo y se fueron hacia Pontonjärgatan. A los treinta segundos de cerrar la puerta del apartamento ya estaban desnudos.

David Rosin, asesor de seguridad de Milton Security, estaba esperando a Erika Berger cuando ésta llegó a casa a eso de las siete de la tarde. Le dolía el pie una barbaridad, así que entró cojeando en la cocina y se dejó caer en la silla más cercana. Él había hecho café y le sirvió uno.

– Gracias. ¿Preparar café forma parte del acuerdo de Milton Security?

Él sonrió educadamente. David Rosin era un hombre rechoncho de unos cincuenta años y con una perilla roja.

– Gracias por dejarme usar la cocina durante el día.

– No hay de qué. ¿Cómo va la cosa?

– Nuestros técnicos ya han instalado una alarma de verdad. Te enseñaré cómo funciona ahora mismo. También he revisado la casa desde el sótano hasta el desván y he echado un vistazo por los alrededores. Lo estudiaremos todo en Milton y dentro de unos días tendremos listo un análisis que queremos comentar contigo. Pero, mientras, hay algunos temas que debemos tratar.

– Vale.

– En primer lugar tenemos que firmar unas formalidades. El contrato final lo prepararemos más tarde, eso dependerá de los servicios que acordemos, pero aquí hay un documento mediante el que le encargas a Milton la alarma que te hemos instalado hoy. Se trata de un contrato estándar mutuo que significa que nosotros te exigimos ciertas cosas y que nos comprometemos a otras, entre ellas el secreto profesional y cláusulas similares.

– ¿Vosotros me exigís cosas a mí?…

– Sí. Una alarma no es más que una alarma, pero que un chalado aparezca en medio del salón de tu casa con un arma automática es algo muy distinto. Para que la seguridad tenga algún sentido, tú y tu marido debéis pensar en ciertos detalles y realizar algunas medidas rutinarias. Quiero repasar esos puntos contigo.

– De acuerdo.

– No me adelantaré al análisis final, pero la situación general la veo de la siguiente manera: tú y tu marido vivís en un chalet. Detrás hay una playa y en las inmediaciones unos pocos chalés grandes. Por lo que he podido apreciar, los vecinos no tienen muchas vistas sobre esta casa; se encuentra bastante aislada.

– Es verdad.

– Eso quiere decir que un intruso cuenta con muchas posibilidades de acercarse sin ser observado.

– Los vecinos de la derecha se pasan gran parte del año de viaje, y en el chalet de la izquierda vive una pareja mayor que se acuesta bastante temprano.

– Exacto. Y además, en las fachadas laterales hay pocas ventanas. Si un intruso entra en tu jardín trasero (le llevaría cinco segundos salirse del camino y meterse allí), ya nadie podrá ver nada. La parte de atrás está rodeada por un enorme seto, el garaje y una edificación independiente bastante grande.

– Es el estudio de mi marido.

– Tengo entendido que es artista.

– Correcto… Bueno, ¿y qué más?

– El intruso que rompió la ventana e hizo esa pintada en la fachada pudo hacerlo con toda tranquilidad. Tal vez se arriesgara un poco rompiendo el cristal, porque alguien podría haberlo oído, pero el chalet está construido en ángulo y el ruido fue amortiguado por la fachada.

– Ajá.

– La otra cosa es que tienes una casa grande de doscientos cincuenta metros cuadrados, sin contar el sótano y el desván. Son once habitaciones distribuidas en dos plantas.

– Es un monstruo de casa. Greger la heredó de sus padres.

– También hay múltiples maneras de entrar en ella. Por la puerta principal, por la de la terraza de atrás, por el porche de la planta superior y por el garaje. Además, algunas ventanas de la planta baja y seis ventanas del sótano carecían completamente de alarma. Por último, también podría entrar por la ventanilla del desván, que sólo está cerrada con un gancho, valiéndome de la escalera de incendios trasera.

– Dicho así, da la sensación de que lo único que le falta a la casa son puertas giratorias. ¿Qué vamos a hacer?

– La alarma que te hemos puesto hoy es provisional. Volveremos la semana que viene para hacer una instalación en condiciones, con una alarma en cada ventana de la planta baja y del sótano. Esa sería la protección antiintrusos para cuando tú y tu marido os encontréis de viaje.

– Vale.

– Pero la situación actual ha surgido porque eres víctima de la amenaza directa de un individuo concreto. Eso es mucho más serio. No tenemos ni idea de quién es ese tipo, ni de cuáles son sus motivos ni hasta dónde está dispuesto a llegar, pero podemos sacar unas cuantas conclusiones. Si sólo se tratara de anónimos correos de odio, lo consideraríamos una amenaza menor, pero en este caso se trata de una persona que, de hecho, se ha molestado en ir a tu casa, y Saltsjöbaden no está lo que se dice a la vuelta de la esquina, y cometer un atentado. Resulta bastante inquietante.

– No podría estar más de acuerdo.

– Hoy he hablado con Armanskij y coincidimos en que hay una amenaza clara y evidente.

– Ya.

– Mientras no sepamos más detalles sobre la persona en cuestión, tenemos que jugar sobre seguro.

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